jueves, 19 de enero de 2023

Cualidades del corazón para la transformación personal

 

Sabemos que utilizamos un pequeño porcentaje del cerebro, pero aún más pequeño es el porcentaje que utilizamos del potencial de nuestro corazón.

Cuando la mente y el corazón se ponen de acuerdo para ayudarnos a cumplir con nuestros compromisos, resulta más fácil transformar aquellos antiguos hábitos de conducta que ya no deseamos tener.

Lo más difícil que nos resulta es cambiar esas profundas marcas emocionales que arrastramos desde el pasado.

A veces es mejor ocuparnos de ellas en segmentos, poco a poco. Los patrones emocionales que tenemos ahí atascados son como unas viejas tuercas oxidadas que debemos empapar bien de lubricante para vencer su resistencia.

Aceptar nuestras dificultades airosamente constituye un potente lubricante para desenroscar la visión intuitiva de nuestro corazón con el fin de afrontar con mayor eficacia los retos que se nos presenten.

Es más fácil aceptar nuestras resistencias cuando asumimos que gran parte de nuestra escasez de paz interior se debe al exceso incontrolado de la importancia que le otorgamos a los problemas.

Por ejemplo, lo que hace que un simple problema se convierta en una preocupación obsesiva o que un poco de ansiedad alcance niveles de pavor agobiante es el exceso de importancia que le otorgamos.

Esa importancia desbocada confiere un tamaño desmesurado a los retos que se nos presentan, en particular los emocionales.

Un exceso de importancia y dramatismo nos hace dudar de nuestra capacidad de afrontar la situación, lo cual se traduce en un alto nivel de ansiedad.

Pero podemos aprender a darles menos importancia a las frecuencias mentales inferiores e interrumpir estos actos de piratería contra nuestra fuerza vital y nuestra paz individual.

Al practicar la compasión por uno mismo (que no es compadecerse de uno mismo) es como si aminorara esa desmesura emocional que nos impide tener una visión más clara para tomar mejores decisiones.

Al quitarle importancia, somos recompensados con rapidez porque no tardamos en darnos cuenta de sus beneficios.

A menudo, llenos de entusiasmo, nos ponemos elevadas metas para cambiar nuestros hábitos pero, con el tiempo, nos quedamos atascados al carecer de la paciencia, autoaceptación y autocompasión necesarias para soportar el proceso de cambio, eso se debe a que no nos acordamos de utilizar las cualidades del corazón, que tan útiles nos serian en ese importante momento de transformación.


La energía llena de estrés e impaciencia, limita nuestra capacidad de conseguir resultados favorables cuando nos corresponde tomar decisiones que necesitan de un discernimiento más afinado. Al forzar la energía se la impide fluir, lo cual crea contratiempos.

En cambio la paciencia y el sosiego, crean un ambiente favorable para que la energía fluya al comunicarnos con los demás y al tomar decisiones.

La mente es la que tiende a meterle prisa a la energía, mientras que el corazón prefiere el equilibrio, el ritmo y la fluidez. Cuando ambos cooperan, los resultados que se obtienen se adecuan más a las necesidades del momento..

Cuando la mente y el corazón cooperan entre sí, podemos interactuar y experimentar la vida de forma más acompasada y fluida. Esa cadencia implica una mejor estimación de los tiempos y una mayor sensibilidad en nuestros compromisos (algo parecido a cuando se sabe llevar el ritmo al bailar, lo cual evita tropezar).

Lo que tiene de mágico saber fluir y llevar la cadencia y el ritmo es que tanto evita como previene los obstáculos y el estrés a medida que avanzamos, lo cual constituye un paso a favor nuestro cuando conseguimos comprender lo importante que es aprender a ahorrar nuestra energía.

Ciertas actitudes o tendencias pueden resultar más difíciles de cambiar, pero resulta más fácil cuando la mente accede a cooperar en armonía con los sentimientos y la intuición del corazón. Cada vez son más los que sienten, de forma intuitiva, que son capaces de reescribir determinados modelos de conducta y patrones emocionales que les consumen energía.

Cuando la capacidad de percepción de la mente se sintoniza con las valoraciones intuitivas del corazón, se obtiene una visión, más completa de la situación y aparecen nuevas posibilidades.

Tanto las actitudes como las percepciones son como frecuencias preconfiguradas que almacenamos y activamos en determinados momentos, dependiendo de cómo nos sintamos o del nivel vibratorio de nuestra energía en ese momento. Casi todos hemos experimentado que si somos capaces de mantener una actitud positiva, nuestras interacciones pueden fluir más y mejor.

No es raro que cuando nos encontramos ante una situación difícil, alguien nos diga: tranquilo que tienes donde escoger, sin embargo, como funcionamos a frecuencias bajas, nuestros filtros eliminan las percepciones y las opciones más efectivas, por lo que tendemos a ver tan solo las opciones inferiores, que son por las que acabamos optando una y otra vez para repetir las mismas lecciones desaprendidas.

Normalmente tenemos que repetir las lecciones antes de sacarles su rédito. Cuando nos cansemos de aprender las mismas lecciones, podremos conectar con el corazón y asumir nuestra parte de responsabilidad, pasar por encima de los dramas y las culpabilidades y seguir avanzando con lo que hayamos aprendido.

A veces, esto nos saldrá con fluidez, mientras que otras las distintas piezas del engranaje chirriarán durante la transición.

HeartMath- coherencia cardíaca

www.centroelim.org

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