domingo, 11 de agosto de 2024

El Miedo y el Mindfulness

 Es uno de los desafíos que nos encontramos cuando queremos cultivar el equilibrio emocional.

Cuando tenemos miedo, nuestra perspectiva, nuestra imaginación y nuestros recursos personales se contraen y comenzamos a habitar en el mundo desde un sentido disminuido del yo, cuando tenemos miedo, nos hacemos más pequeños de lo que somos. Todos podemos resonar con una experiencia de tener que enfrentarnos a algo que nos atemorice, una intervención médica, una reunión con alguna persona difícil dentro de una semana, por ejemplo, y la simple anticipación de lo que va a suceder puede proyectar una sombra oscura de preocupación sobre toda la semana, opacando la alegría de las experiencias positivas que pasan desapercibidas bajo el peso del miedo anticipatorio.

Por otro lado, el miedo puede ser un aliado en nuestro camino de desarrollo personal y el equilibrio emocional, porque la experiencia del miedo hace más evidente nuestra tendencia a resistir y controlar la experiencia, en vez de aceptarla como es.

El miedo y sus intensos correlatos físicos y mentales son como signos de exclamación internos que nos advierten de que existe un potencial para el crecimiento y la integración, justo en medio de nuestros temores. Esto sugiere algo que puede parecer contraintuitivo: para trabajar con nuestros miedos, necesitamos acercarnos a ellos, en vez de huir (que es la tendencia del cuerpo y la mente).

Cuando nos entrenamos para enfrentarnos a nuestros monstruos, poco a poco adquirimos la capacidad de sostener y explorar nuestros miedos desde la espaciosidad de la conciencia plena. A medida que comenzamos a relacionarnos de esta manera con nuestros temores y aprendemos a identificarlos por lo que son, accedemos a nuevos niveles de libertad, y esta no nace del hecho de habernos liberado del miedo, sino de la certeza de que existe un espacio mucho más amplio en que el miedo puede surgir y desvanecerse, como cualquier otra experiencia.


El miedo es una emoción, una experiencia humana normal. Puede ser provocado por desencadenantes universales o personales, ambos relacionados con la amenaza de sufrir algún daño, sea físico o psicológico.

Los desencadenantes universales incluyen cosas como un objeto que se precipita por el espacio y que parece que nos puede golpear si no lo equivocamos, una pérdida repentina de apoyo físico que nos provoca la sensación de que nos vamos a caer o una amenaza de dolor físico (Ekman).

Como humanos podemos aprender a asustarnos de casi todo, de modo que los desencadenantes personales son muy variados. Por ejemplo, después de ver una película de miedo con ruido a puerta que se abre, es posible que el escuchar un ruido similar lo asociemos con la película y se dispare el temor que se vivió en la película.

El miedo nos sirve para evaluar el peligro, y reaccionar de forma apropiada, está en nuestra naturaleza para asegurar la supervivencia. El cerebro y el resto del cuerpo evolucionaron con un complejo mecanismo destinado a experimentar el miedo y reaccionar ante él. Gracias a esto, hemos podido lidiar con depredadores, climas adversos y otras presiones ambientales a lo largo de nuestra historia evolutiva, o sea que el miedo es la forma en que evolucionaron el cuerpo y la mente para reconocer peligros y prepararse para afrontarlos con eficacia.

Sin embargo, aunque nuestra capacidad de experimentar miedo es adaptativa, parece haber un gran desajuste entre los desafíos que amenazaban la vida de nuestros ancestros y los tipos de desencadenantes que normalmente hemos de afrontar hoy en día.

Aunque lo que nos sucede a diario es improbable en general que amenace nuestra supervivencia, el cuerpo sigue reaccionando frente a los factores estresantes con una reacción en cadena que nos prepara para luchar, huir o quedarnos paralizados.

Pero además, no solo sentimos miedo como respuesta a situaciones externas, sino que las experiencias internas como los pensamientos, las emociones, también pueden provocar miedo; un pensamiento sobre algo o alguien puede ser a menudo más aterrador que ese algo o alguien.

El cerebro humano está equipado con un sofisticado mecanismo para hacer viajes en el tiempo y vivir una realidad virtual: el neo córtex.

Por un lado, esto nos permite planificar el futuro, ensayar diferentes escenarios posibles, pero también podemos emplear muchísimo tiempo y energía en repasar el pasado y ensayar el futuro, en lugar de ocuparnos en lo que realmente está presente.

La emoción del miedo, suele ir acompañada de distorsiones cognitivas como el “pensamiento en blanco y negro”, este tipo de distorsiones tiene su utilidad ante amenazas como las de nuestros antepasados, un tigre, etc. Hoy en día este tipo de pensamiento “blanco o negro”, puede bloquear nuestra capacidad de responder con efectividad ante las amenazas interpersonales, que son las que con mayor frecuencia nos estresan. Es difícil negociar cualquier cosa, sin tener en cuenta el punto de vista del otro, mientras que intentar empatizar con el tigre, acabaría con nosotros.





El miedo y el cuerpo

Tanto si el factor estresante es interno como externo, si supone un peligro real o imaginario, el cuerpo responde con una serie de reacciones sucesivas. Estas reacciones, están integradas en nuestro cerebro y el resto del cuerpo, y fueron diseñadas para ponernos a salvo en caso de peligro o amenaza, por ello se la denomina respuesta de “lucha o huida”, existiendo otra reacción básica de protección que consiste en la “parálisis” ante el peligro percibido, como hacen muchos animales cuando perciben un sobresalto.

Nuestra respuesta depende de lo que nos hayan enseñado nuestras experiencias anteriores sobre cómo protegerse en situaciones similares.

Si uno no puede paralizarse, esconderse, ni huir, es habitual sentir ira hacia todo lo que parezca peligroso. En estas situaciones la práctica de la Atención Plena es muy útil para dirigir la conciencia hacia la ira en cuanto aparece. También es posible sentir miedo de la propia ira o enfurecerse con uno mismo por tener miedo, y resulta de gran ayuda traer la Atención Plena en estos casos.

Sea que luchemos, huyamos o nos quedemos quietos, se pone en movimiento y de manera automática y a menudo inconsciente, una cadena de reacciones internas y externas, que preparan al cuerpo para la acción frente a la amenaza percibida, lo cual puede salvarnos la vida en situaciones realmente peligrosas, ayudando al cuerpo y a la mente a disponerse psicológicamente para afrontar el peligro.

La amígdala, es un centro de alarma diminuto pero potente situado en el cerebro medio, cuya función es la de detectar los mensajes de peligro del entorno, enviando señales químicas y eléctricas para generar un estado de hiperalerta que activan el hipotálamo, la glándula pituitaria y las glándulas suprarrenales. En este estado, podemos experimentar el ritmo cardiaco más rápido, tensión muscular, emociones más intensas, mayor presión arterial, sudoración y un estado de alerta.

Esta es una reacción apropiada y saludable, cuando es ocasional, para afrontar los desafíos puntuales en la vida. Pero esta reacción automática, también se activa por motivos que no suponen ningún peligro para la supervivencia física, por ej., ante un examen, hablar en público, etc.

El miedo también se puede desencadenar por una situación de amenaza a nuestro estatus social, nuestras ideas o nuestra sensación de control.

Cuando este estado de hiperalerta, caracterizado por la tensión psicológica y fisiológica, ansiedad, insomnio y fatiga, se repite una y otra vez, es probable que estemos cultivando un estado de ánimo ansioso, el cual es más permanente que la reacción de miedo y puede durar horas o días.

Si permanecemos en ese estado ansioso, es más probable que aparezca la emoción del miedo como respuesta a algún desencadenante. Tal vez desconozcamos la razón de ese estado, pero usualmente podemos apuntar a algo concreto que desencadena nuestro miedo.

Paul Ekman, se refiere a siete emociones primarias y universales: miedo, ira, sorpresa, tristeza, desprecio, asco y alegría. Cada una de ellas, representa una familia de emociones que comparte el mismo sabor, pero varia en la intensidad o el tono. Algunas otras emociones dentro de la familia del miedo, son la preocupación, el terror, el nerviosismo, la inquietud, la ansiedad y la aprensión.

Cuando la ansiedad se vuelve parte del paisaje normal de nuestra experiencia, es posible que ni siquiera seamos conscientes de que estamos viviendo de forma crónica, con la mente y el cuerpo dominados por el miedo. Pero conscientes o no, el cuerpo sigue acusando las consecuencias de este estado y presenta síntomas como la presión arterial alta, trastornos del sueño y dolores crónicos de espalda y cabeza.

A veces, no podemos hacer nada ante el peligro de sufrir algún daño. Si no tenemos más alternativas que esperar y confiar en que sobreviviremos, el miedo se puede agudizar y convertirse en terror.

Otras veces, cuando es posible hacer algo ante el peligro, focalizarse en ello, puede mitigar el miedo. Por ejemplo, si al conducir se nos va el coche y corremos peligro de salirnos de la carretera, podemos enderezar el volante (una reacción muy probable). Con el volante controlado, el miedo disminuye, estamos concentrados en lo que necesitamos hacer. Sin embargo, si nos damos cuenta de que es imposible controlar el coche, el miedo puede pasar inmediatamente a un sentimiento de pánico (P. Ekman).

Mientras que la respuesta a un peligro inmediato suele reducir las sensaciones físicas de dolor, la preocupación por un peligro inminente suele aumentarlas, lo cual se traduce en una mayor vigilancia y tensión muscular. Estos efectos pueden ser acumulativos y provocar diferentes problemas físicos.

El miedo, al igual que otras emociones, tiene un periodo refractario. Cuando surge el miedo, es difícil sentir cualquier otra cosa o pensar en ella, y la cognición se queda “encerrada” de tal forma que solo vemos aquello que reafirma nuestro miedo.

Por ejemplo, cuando vemos una película de terror, es posible que estemos hiperalertas a diferentes los ruidos e interpretemos el sonido del viento o el crujir de la casa como una amenaza. Si el miedo se convierte en algo permanente en nuestra vida, podemos perder de vista partes importantes de la realidad que no calcen con nuestros temores.

Como vemos, el miedo forma parte de nuestro repertorio emocional: es una reacción biológicamente determinada a la amenaza que compartimos con los demás seres humanos y con los animales.

Esto significa que cuando tengas miedo, puedes recordarte que no es tu culpa, ni se trata de ninguna conspiración hacia ti, es simplemente la forma en que ha evolucionado el cerebro y el resto del cuerpo a lo largo de miles de años. Esto, evidentemente, no significa que no podamos hacer nada respecto a nuestros miedos.

En realidad podemos hacer muchas cosas, y gran parte de lo que podemos hacer, tiene que ver con la manera en que nos relacionamos con la experiencia del miedo.

Cuando el miedo está presente, lo habitual es quedarnos fijados en la emoción, en vez de percibirlo como un estado transitorio que surge y desaparece como cualquier otro pensamiento o emoción.

Nuestro sentido del yo, tiende a concentrarse en torno del miedo, y de esta forma tanto el miedo, como el sentido del yo, se vuelven más sólidos de los que son.

La sutil sensación de contracción y el deseo de controlarnos y controlar el entorno cuando tenemos miedo es, paradójicamente, aquello que nos deja atrapado en él.

Lo mismo ocurre con la ira, y la tristeza, que son movimientos naturales de energía emocional: la contracción, la consolidación de la emoción y del yo que nos atascan y enferman.

En la práctica del Mindfulness aprendes a no identificarte con el miedo, y comenzar a hacerlo con un campo más amplio de conciencia.

Dejar de identificarse con el miedo, implica reconocer y recordar algo que puede parecer muy sencillo, pero que no siempre es fácil recordar cuando estamos preocupados o asustados: “no soy este miedo”, “no soy esta preocupación”.

La Conciencia Plena abraza el miedo como una madre abraza a su hijo asustado, calmándolo, con cariño, calidez, sostén…cuando aprendemos a ofrecernos a nosotros mismos este cariño, amabilidad, compasión, luego podemos ofrecérselo a los demás.

Abrazar con conciencia no enjuiciadora aquellos aspectos que queremos rechazar o negar, quizá es el mejor antídoto contra el miedo, y ese amor, amabilidad, forman parte integral del Mindfulness.

Gran parte del miedo viene de creencias autolimitantes, a menudo inconscientes, de que hay algo fundamentalmente mal en nosotros y que deberíamos ser diferentes a lo que somos.

Cuando empezamos a cultivar el amor y la amabilidad hacia nosotros mismos y a suavizar nuestros juicios, disminuye considerablemente la sensación de estar en peligro (incluso ante circunstancias externas).


Desde el Mindfulness, en el momento en que se desencadena el miedo, sea por un factor estresante externo (como el encuentro con alguien difícil) o uno interno (como el miedo al juicio de los demás), es posible alterar la percepción del propio desencadenante, al observar que ocurre dentro y fuera del cuerpo sin caer automáticamente en la cascada de interpretaciones, juicios, pensamientos, emociones sobre lo que está aconteciendo.

No se trata de considerar seguro algo que nos parezca peligroso, ni de que nos guste o aprobemos el desencadenante. Es más cuestión de apartar el combustible de la llama, observando la situación con claridad, en vez de tomarla como algo sólido, monolítico y catastrófico.

Podemos ver que con solo observar nuestras sensaciones físicas y etiquetarlas, es posible evitar perdernos en la historia o incluso empeorarla con un ciclo inconsciente de pensamientos, emociones y sensaciones físicas.

La intensidad percibida del desencadenante, afectará a nuestra capacidad de observar con Conciencia Plena lo que surja.

En el caso de desencadenantes menores (ej. la posibilidad que lleguemos tarde a una cita), podemos adquirir conciencia con el tiempo suficiente para observar cómo estamos interpretando los hechos y cambiar la percepción para obviar la reacción del miedo.

En cambio, cuando reaccionamos inconscientemente ante un desencadenante agudo e intenso (ej. la anticipación a una intervención quirúrgica), la experiencia parece muy sólida y raramente nos damos cuenta de nuestras interpretaciones distorsionadas sobre el desencadenante, de modo que reaccionamos en piloto automático.

En estas situaciones nuestras interpretaciones del desencadenante, se funden con nuestra percepción del él. Pero con la práctica podemos ir trayendo la Conciencia Plena a aquello que nos asusta y percibirlo como algo menos permanente y quizá menos personal de lo que parece a primera vista.

Cuando un desencadenante se percibe como inamovible y se toma como algo personal, se intensifica la tendencia a la sobre-identificación y al diálogo interno autodestructivo. Entonces puede ser de gran ayuda recordar lo que el sabio indio Shantideva aconseja:

“Si puedes solucionar un problema ¿para qué preocuparte?

Si no lo puedes solucionar, ¿de qué te sirve preocuparte? (Thondup).

Aunque esto no siempre es fácil de aplicar en la vida, la práctica de la Atención Plena, a la percepción de los desencadenantes del miedo puede ser de gran utilidad. Es posible que el corazón siga acelerado y los músculos continúen tensos, pero se puede percibir gradualmente un cambio en la intensidad de la reacción.

Además, el Mindfulness puede crear un espacio para responder en lugar de reaccionar ante el miedo, permitiendo el acceso al contexto global de la situación, encontrando nuevos modos de lidiar con la amenaza percibida.

Cuando somos presa de una emoción, nuestro campo de conciencia tiende a reducirse, limitando la percepción a solo aquellos elementos del entorno que son relevantes para nuestro estado emocional actual y dejando entrar solo la información que reafirma la emoción. Si en lugar de esto, nos detenemos a prestar atención a lo que está ocurriendo en el momento presente, dentro y fuera del cuerpo, podremos tener una visión más clara de toda la situación, esto nos permite encontrar nuevos recursos y alternativas interiores y exteriores para ocuparnos de la amenaza con mayor eficacia y creatividad.

El Mindfulness no solo es útil en el momento de la experiencia de miedo, preocupación o ansiedad, sino que nos ayuda a ser conscientes de lo que está sucediendo cuando comenzamos a evadirnos o entramos en comportamientos autodestructivos (por ej. comer en exceso, trabajar de forma compulsiva, consumir sustancias tóxicas o permanecer pegado al televisor), como estrategias para lidiar con la ansiedad.

En estas situaciones podemos explorar con curiosidad y sin juicios lo que está ocurriendo en este preciso momento en lugar de quedar paralizados por la vergüenza, la culpa o el rechazo a nosotros mismos, que solo sirven para perpetuar y fortalecer el ciclo adictivo.

El miedo va asociado muchas veces a nuestro desempeño y a cómo nos evalúan los demás, así que el miedo y la ansiedad, pueden surgir cuando realizamos cualquier trabajo que vayan a ver otras personas. Por ejemplo, puedes observar la tendencia a consumir más azúcar cuando estás en un proyecto difícil, como estrategia para calmar tu ansiedad.

La meditación ayuda a establecer una respuesta consciente, haciendo que el pensamiento se desacelere y permitiéndonos observar lo que ocurre en la mente y el cuerpo momento a momento.

Con el tiempo todo esto se lleva naturalmente a la vida cotidiana, dejando de ser secuestrados por la energía del miedo y comenzamos a reconocerlo por lo que es, y si la amenaza en cuestión exige que actuemos, no lo haremos siguiendo los hábitos automáticos, sino desde la espaciosidad, la calidez y la sabiduría, haciendo que nuestras acciones sean más efectivas.



Ejercicios

- Observar los desencadenantes del miedo. Haz una lista de objetos, personas, hechos o situaciones que te provoquen la reacción de miedo.

- ¿Observas algún patrón o tema común en tus desencadenantes del miedo?

- Cuando surja el miedo, respira con conciencia y procura responder en vez de reaccionar a esos sentimientos, abórdalos con amabilidad y compasión. No es fácil al comienzo, lo cual requiere una práctica diaria.

Cullen y Brito


La amabilidad


La mente y el cuerpo humanos están diseñados para desarrollar plenamente la amabilidad. 

El amor, el cariño y la amabilidad activan el sistema de calma y afiliación del cerebro, lo cual hace que nos sintamos seguros, contentos y alegres. Es un sistema que comienza a imprimirse a una edad temprana, cuando aún estamos en el útero materno, y se activa durante toda la vida siempre que estamos con personas con las que nos sentimos emocionalmente conectados, en sintonía y seguros.

Cuando recibimos y damos muestras de amabilidad a nosotros mismos y a otras personas, la glándula pituitaria libera oxitocina, la neurohormona del apego y la conexión, lo cual propicia sentimientos de confianza, afiliación y conexión y reduce la sensibilidad ante las amenazas en el circuito cerebral del miedo y el estrés. Es por esto, por lo que la amabilidad es fundamental no solo para mantener una buena salud psicológica, sino también para recuperarnos de experiencias difíciles.

El poder sanador de la amabilidad, se refleja en el hecho de que uno de los predictores más seguro del éxito en psicoterapia, es la capacidad del terapeuta de relacionarse con sus pacientes desde la actitud que Carl Rogers llamo “consideración positiva incondicional”, que se caracteriza por una profunda empatía con el otro y su aceptación incondicional.

También nos podemos ofrecer esa amabilidad a nosotros mismos, lo que activa el sistema de calma y afiliación en nuestro cuerpo.

En general, la amabilidad surge al notar las cualidades positivas en nosotros mismos y en los demás y de ver todo el potencial que hay en todos nosotros, pero esta habilidad no es algo fijo, aunque si se puede cultivar.

Las sensaciones no son simples reacciones automáticas, sino que son algo que se pueden evocar de diferentes maneras, por ejemplo a través de imágenes, recuerdos, intenciones y el diálogo interior.

Un estado interno caracterizado por la buena voluntad y la amabilidad, genera en el cuerpo unos cambios palpables que pueden afectar tanto a la sensación inmediata de bienestar, como a la salud a largo plazo.

Cuando estados como la ira, el resentimiento o el miedo se hacen crónicos, también pueden afectar negativamente a la salud aumentando, por ej. el riesgo de enfermedad al debilitar los sistemas cardiovascular e inmune.

Cualquiera sea la emoción con la que estemos trabajando, la mente tiende a enfocarse en el objeto externo, la situación o la persona, como causa aparente de esa emoción.

Pero la verdad es que la causa principal de cómo nos sentimos sobre cualquier cosa, radica en nuestros hábitos mentales y emocionales, el receptor inmediato de la emoción es quien la siente.

Si la verdadera causa de las emociones fueran otras personas, todos sentiríamos lo mismo ante una determinada situación, individuo, pero sabemos que no es así, nuestro mejor amigo puede ser el peor enemigo de otra persona, y alguien a quien consideramos desagradable y ofensivo, puede ser el mejor amigo de otro.

O sea, somos los responsables y los receptores de las emociones y las actitudes que desarrollamos, y al ofrecer amabilidad hacia los demás, somos los principales destinatarios de esa amabilidad, como dice el Dalai Lama, “somos sabiamente egoístas”.

La amabilidad tiene un enemigo lejano que es el odio, y un enemigo cercano que es el apego autocentrado (disfrazado de amabilidad).

Hay un apego que es beneficioso como el vínculo entre padres e hijos, pero cuando se trata de otras personas, la amabilidad, que a veces llamamos amor incondicional, puede ser el disfraz de un amor centrado en uno mismo, y que queremos algo a cambio, o esperamos una determinada actuación a cambio del amor que ofrecemos, a veces es inconsciente, es un si condicional “te querré si…”, “te aceptare si…”

Otra manera de distinguir entre el amor y el apego es cuanto nos enfocamos en nosotros mismos más que en la otra persona. A veces, aunque las palabras o los actos parecen destinados al bienestar del otro, en realidad el foco está puesto en uno mismo: en las necesidades y los deseos de la persona que expresa el amor. (“te quiero; por lo tanto, necesito que hagas…”).

También participamos de este tipo de interacción con nosotros mismos igual que lo hacemos con otras personas, de manera que condicionamos nuestra propia autoaceptacion a cumplir con ciertas expectativas de quienes deberíamos ser y como deberíamos actuar o qué aspecto deberíamos tener...

Con conciencia, podemos comenzar a desenmarañar toda esta complejidad, analizar nuestras motivaciones y escoger la más sana de todas ellas como guía de nuestros actos. Así, podemos soltar el apego al resultado.

Si el sufrimiento es la brecha entre nuestras expectativas y la realidad, ser conscientes de esas expectativas para luego soltarlas, es un ejercicio valioso para aliviar nuestro sufrimiento y el de los demás.

La verdadera amabilidad (contrario al apego autocentrado), implica la aceptación incondicional de los demás tal y como son, sin ninguna imposición de nuestras propias ideas sobre cómo o quienes deberían ser. Y esto no es tan fácil a veces y requiere entrenamiento o cultivo, en vez de abordarlo en términos de moral. (“debes” ser bueno, amable, etc.).

Para cultivar la amabilidad, se puede llevar un diario de la gratitud, anotando cada noche cosas por las que se está agradecido. Es enfocarse en lo que funciona, lo bueno que hay en nosotros mismos y en los demás y todo lo bello que haya a nuestro alrededor y en las personas de nuestro entorno, esto nos ayuda a absorber lo bueno y saborear los regalos que ya están presentes, ayuda a adoptar una actitud mental de abundancia y apreciación y disminuye la tendencia de la mente a centrarse en lo que falta.

En psicología la gratitud está asociada al aumento de la felicidad, la satisfacción vital, el bienestar y la disminución del estrés y de los síntomas de ansiedad y depresión (Emons Y McCullough, Hanson y Mendius)), además de aumentar el bienestar relacional, la empatía y la conducta altruista (Bartlett y DeSteno).


viernes, 26 de julio de 2024

El sufrimiento

                                 

El sufrimiento surge al creer un pensamiento que está en desacuerdo con lo que es.

Cuando nuestra mente está clara, entonces lo que es, es lo que queremos. El querer que la realidad sea diferente de lo que es, es como pretender enseñarle a ladrar a un gato. Pretender que la realidad sea diferente a lo que es, es un deseo imposible de satisfacer.

Si observamos nuestra mente, durante el día solemos tener muchos pensamientos del tipo “tal persona debería ser de tal manera”, “mi pareja debería estar de acuerdo conmigo”, “debería estar más delgada”, “debería haber menos cola en el supermercado”, etc., así, con estos pensamientos deseamos que las cosas sean diferentes a lo que realmente son.

Todas las tensiones que sufrimos, tienen que ver con la discusión con lo que es.

Lo que piensas que no debería haber sucedido, si debería haber sucedido, sencillamente porque así fue, y ningún pensamiento puede cambiarlo. Ahora esto no quiere decir que deba tolerarlo, ni aprobarlo, solo significa que puedes ver las cosas sin resistirte y sin luchar interiormente, lo cual genera confusión.

Nadie quiere enfermarse o tener un accidente, pero si ya ocurrió, ¿porque discutir mentalmente con lo que sucedió? Y sabemos que esto no tiene sentido, sin embargo, lo seguimos haciendo por no saber cómo dejar de hacerlo.

Cuando discutimos con la realidad, sufrimos, sentimos tensión y frustración, no nos sentimos normales ni equilibrados. Cuando dejamos de oponernos a la realidad, la acción se convierte en algo sencillo, fluido, amable y seguro.

En el Universo, podemos encontrar tres tipos de asuntos: los míos, los tuyos y los de Dios (Realidad, o como le queramos llamar, lo que escapa a mi control o el tuyo…)

Gran parte de las tensiones que vivimos, vienen de vivir mentalmente fuera de nuestros asuntos, ej. cuando pienso: “deberías encontrar un trabajo”, “quiero que seas feliz”, “deberías se puntual”…, en estos casos, me estoy metiendo en tus asuntos., cuando me preocupo por las inundaciones, la guerra, etc., me estoy metiendo en los asuntos de Dios.

Si tú estás viviendo tu vida y yo estoy viviendo mentalmente tu vida, entonces ¿quién está aquí viviendo la mía?, ocuparme mentalmente de tus asuntos, me impide estar presente en los míos, me separo de mi misma y luego me pregunto porque no funciona mi vida.

El pensar que sé que es lo mejor para los demás, aunque sea en nombre del amor, es estar fuera de mis asuntos, genera tensión, ansiedad y miedo, y en realidad ¿acaso sé lo que es adecuado para mí?

Cuando te sientas tenso o incómodo, pregúntate de quien son los asuntos en lo que estas ocupándote mentalmente, esta pregunta puede volverte a ti mismo, e invitarte a estar presente, el practicar esto durante un tiempo, quizá te haga descubrir que en realidad no tienes ningún asunto y que tu vida funciona perfectamente por sí misma.

Un pensamiento resulta inofensivo a menos que nos lo creamos, o sea que no son nuestros pensamientos, sino nuestro apego a ellos lo que origina nuestro sufrimiento, al apegarnos creemos que es verdad sin indagar si en realidad lo es. Así una creencia es un pensamiento al que hemos estado apegados, a menudo, durante años. La mayoría de las personas creen que son lo que sus pensamientos dicen que son.

Byron Katie


martes, 9 de julio de 2024

Comprender y regular la respuesta al estrés y las consecuencias del trauma, desde la Teoría Polivagal

 

La teoría polivagal, es un modelo explicativo que describe de manera concluyente la estructura, las propiedades y el funcionamiento del Sistema Nervioso Autónomo  (SNA).

Desde el comienzo, como seres humanos, hemos estado buscando constantemente un entorno de vida seguro, así como relaciones en las que poder confiar.

El Sistema Nervioso Autónomo, es decir, involuntario, es la parte más importante de nuestro organismo. Tal y como indica la palabra “autónomo”, actúa sin nuestra voluntad, sin nuestra intervención activa o control consciente, y pasa desapercibido, en gran medida.

Trabaja sin descanso, día y noche e independientemente de nuestra actividad, para mantenernos a salvo.

Para esto, el sistema nervioso puede recurrir a tres posibles patrones de reacción autónoma, que se sitúan jerárquicamente y sus funciones reflejan la historia evolutiva del cerebro.


1- El primer sistema muy antiguo es llamado Vago Dorsal. Diseñado como un sistema de ahorro de energía que se manifiesta mediante el patrón de shock o simulación de muerte y busca la supervivencia en las situaciones más extremas. 
En todo recién nacido, esta parte, ya está completamente desarrollada y funcional.


2- El sistema que le sigue en jerarquía, es el Sistema Simpático, más joven en términos evolutivos, capaz de movilizar fuerza para superar situaciones de emergencia y  desencadenar nuestro comportamiento de lucha o huida.


3- El tercero en términos de historia evolutiva, es el Vago Ventral, es el más joven de los tres, está detrás de la capacidad de comunicarnos, de resolver problemas a través de la comunicación y de vivir en conexión o elegir conscientemente apartarnos.


Dependiendo de la maduración del sistema nervioso del niño, la madre asumirá temporalmente este papel regulador hasta que el niño aprenda a hacerlo por sí mismo.

Conocer el funcionamiento autónomo de nuestro cuerpo a través de los tres sistemas mencionados, es muy valioso a la hora de comprender las reacciones generales del estrés y el comportamiento humano, pero también para curar los traumas y los trastornos resultantes.

Estas conexiones y el conocimiento de ellas, también son esenciales para la interacción comunicativa básica y por lo tanto, para una vida social regulada.

Por eso no son solo de interés para aquellas personas afectadas por un trauma.

El hecho de que la teoría esté ganando progresivamente aceptación en todo el mundo, no es casualidad sino más bien, consecuencia de su correcto enfoque y del éxito de los métodos basados en ella, para mejorar la comunicación y la curación de los traumas; y también para diversas enfermedades que no se atribuirían fácilmente a un evento traumático, como los frecuentes y variados dolores mencionados,  entre ellos, dolores de cabeza, de espalda, de las articulaciones, enfermedades internas y ortopédicas como hipertensión arterial, trastornos gastrointestinales, inflamación, artrosis, síndromes complejos como la fatiga crónica, las migrañas, la fibromialgia, las alergias, síndrome de burnout, etc.


La teoría polivagal fue mencionada por primera vez en 1994 por su fundador, profesor de psiquiatría Stephen W. Porges (científico), el mismo se sorprendió del éxito de su enfoque entre los médicos, en especial en traumatología.

Por fin se podían explicar de manera concluyente, qué reacciones físicas adaptativas ocurren después del trauma.

La búsqueda constante de seguridad y supervivencia, se hizo evidente como una meta justificada en la vida de todos los seres vivos.

Antes de desarrollar esta teoría, se suponía que nuestro Sistema Nervioso Autónomo, estaba formado por el Simpático y su opuesto el Parasimpático.

Una gran parte del Sistema Parasimpático, consiste en el Nervio Vago.

Porges descubrió que no solo hay un nervio vago, sino un sistema de reacción Autónomo Ventral, es decir, Anterior y otro Dorsal, es decir posterior.

Aunque ambos se consideran Sistemas Parasimpáticos, es decir, calmantes, tranquilizadores, sus funciones no podrían ser más diferentes.

La rama anterior del Nervio Vago, nos mantiene conectados y con una energía vital sana, mientras que la Posterior, desencadena estados de shock y desmayo y por lo tanto, procesa situaciones que suponen una amenaza para la vida.

La separación y el retraimiento, son características de patrón de respuesta del Vago Posterior.

El término Polivagal, está compuesto por poly (del griego): muchos, más de uno, vagal (del latin); vagar.

Nervius vagus: significa “nervio errante”.



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martes, 7 de mayo de 2024

Desaprende el dolor crónico- Reentrena tu cerebro

Síndrome mente/cuerpo- enfermedades psicosomáticas.

El dolor real, puede ser causado tanto por estados de enfermedad física, como por procesos neuroplásticos que activan circuitos neuronales aprendidos, cosa que se daría en un trastorno psicofisiológico.


Cualquier dolor se experimenta en el cerebro.

El cerebro puede desactivar el dolor, incluso cuando el cuerpo esté lesionado o tenga algún daño en los tejidos.

Igual, el dolor puede ocurrir cuando no hay lesiones físicas o daños en los tejidos, esto es muy común.

El dolor no está en la cabeza, está en el cerebro!

El cerebro, puede crear una amplia variedad de síntomas leves o severos, en cualquier zona del cuerpo.

Los síntomas, no están en tu cabeza, son reales, son causados por un conjunto de conexiones neuronales aprendidas que han sido sensibilizadas y son causadas por el Síndrome Cuerpo/Mente.

Uno de los aspectos más difíciles de entender de este síndrome, es que los síntomas pueden ser muy severos, aunque no haya un daño patológico o lesión física o problema psiquiátrico grave.


El cerebro subconsciente es la fuerza motriz de las reacciones psicofisiológicas. El subconsciente controla nuestras funciones corporales para protegernos y ayudarnos a adaptarnos a nuestro entorno. Nuestras reacciones a nuestro entorno, dependen tanto de la codificación innata de nuestro cerebro, como de la aprendida.

A lo largo de nuestra vida, nuestro cerebro aprende a responder a situaciones potencialmente peligrosas y como Hebb apuntó: las neuronas que se activan juntas, permanecerán conectadas, es probable que esas vías neuronales se disparen cuanto más se activen.

El subconsciente controla no solo las respuestas a nuestro entorno, sino también lo que percibimos.


El dolor es un mecanismo de protección. El cerebro intenta decirnos que estamos en peligro, intenta protegernos, sin embargo en el síndrome mente/cuerpo, la amenaza no es una lesión física, sino más bien, algún tipo de situación social que nuestro cerebro, ha decidido que es peligrosa, pero los síntomas no son imaginarios.

El propósito de los síntomas, es que hagamos algo. Cuando conseguimos descubrir que ciertos síntomas son realmente mente/cuerpo, la mente a menudo crea nuevos síntomas (o resucita los viejos), entonces te preocupas por los nuevos síntomas, te preguntas si hay algo físicamente averiado en tu cuerpo (cerebro incluido), te inquieta que los médicos no detecten algo, dudas del diagnóstico “síndrome mente/cuerpo” y te concentras en los síntomas todo el tiempo, estos pensamientos obsesivos, son otra forma del síndrome, nuestras mentes crean más miedo.

Está comprobado en estudios neurocientíficos, que cuando experimentamos situaciones difíciles o estresantes, especialmente si hemos tenido un estrés significativo en una etapa anterior de la vida y si no podemos expresar o mostrar cómo nos sentimos, estaremos en riesgo de que nuestro cuerpo experimente dolor.

A veces la señal dolorosa que experimentamos, puede estar distorsionada, y la intensidad con la que recibiremos esta respuesta amenazante (dolor) vendrá modificada y/o alterada por nuestra forma de ser y multitud de factores psicosociales.

Hay que ir a la causa del síndrome: las conexiones nerviosas dolorosas que han sido aprendidas por el cuerpo-mente.

Las áreas del cerebro que se activan por lesiones físicas, son exactamente las mismas que lo hacen por heridas emocionales. Los recuerdos emocionales son permanentes (hasta que se gestionen): las heridas que ocurrieron en el pasado, no desaparecen simplemente con el paso del tiempo.

Las lecciones aprendidas los primeros años de vida, crean improntas que se almacenan en la amígdala y en otras áreas del cerebro. Si en la tierna infancia tuvimos traumas severos psicológicos, los síntomas del síndrome pueden comenzar inmediatamente y son susceptibles de persistir por muchos años,

Pero a menudo, el estrés emocional padecido en los primeros años de vida, no causa el desarrollo de los síntomas de manera inmediata; mas habitualmente, son los eventos estresantes que ocurren más tarde, a lo largo de nuestra existencia, los que pueden reabrir las heridas emocionales almacenadas y dar paso al desarrollo de síntomas correspondientes al síndrome. Esto es común, aunque no imprescindible, cuando las situaciones presentes, son bastante similares desde el punto de vista emocional, a las ya vividas anteriormente.

Muchas investigaciones, han demostrado cómo el cerebro controla realmente el dolor. Todo dolor tiene componentes sensoriales, cognitivos y afectivos (Wager et al., 2004).

El componente sensorial incluye descripciones de cómo se siente el dolor: presión, ardor, punzadas, entumecimiento...

El componente cognitivo es lo que se piensa sobre el dolor: cuál es la causa, si se cree que es temporal o permanente, controlable o superable...

El componente afectivo consiste en los sentimientos y emociones sobre el dolor: el miedo, la preocupación, la ira, el rencor...

Las emociones que habitualmente se almacenan en esta memoria emocional, son el miedo, la ira/rabia/furia/, la culpa y la tristeza o la aflicción.

La clave para comprender el síndrome mente/cuerpo, es la señal de peligro que se enciende en la amígdala cerebral. En las personas que han sido sensibilizadas por el estrés de la vida cotidiana, la amígdala puede reaccionar automática y exageradamente a eventos vitales, que no son realmente peligrosos.

La señal de peligro pone en marcha tanto en el cerebro, como en el resto del cuerpo, una compleja serie de reacciones que dan como resultado dolor, ansiedad, depresión u otros síntomas característicos del síndrome. Tomado en su totalidad, esto se conoce comúnmente como reacción de lucha/huida/parálisis (mecanismo del estrés)

Afortunadamente, el córtex dorsolateral prefrontal y otras áreas que están en la parte consciente del cerebro (en el lóbulo frontal), pueden revertir el círculo vicioso del dolor, controlando las rutas del subconsciente que lo producen.

El córtex dorsolateral prefrontal es tan poderoso, que puede eliminar las experiencias dolorosas.

Cuando se activa el córtex dorsolateral prefrontal, el córtex cingulado anterior (la zona que exacerba el dolor) se desactiva automáticamente, con lo que se reduce aún más el dolor.

Disminuir la actividad del córtex cingulado anterior y del sistema nervioso autónomo, mediante el aumento de la actividad del córtex dorsolateral prefrontal; extinguir los desencadenantes que perpetúan el dolor y disminuir las respuestas emocionales de la amígdala; todo ello, interrumpe el círculo vicioso del dolor, como otros síntomas que se corresponden a estos trastornos cuerpo/mente.

Los procesos que llevan a cabo unos hiperactivos Sistema nervioso autónomo y córtex cingulado anterior, producen unos espasmos y tensión muscular excesiva (desencadenados por una gran variedad de actividades, sustancias químicas y situaciones) y son la causa de la mayoría de dolores de cuello, dolores de espalda, cefaleas tensionales, migrañas, espasmos y molestias intestinales, espasmos de vejiga, dolores corporales extensivos (fibromialgia), y muchas otras condiciones crónicas.

Cuando se tienen algunos de estos síntomas y las pruebas convencionales no identifican ninguna patología médica, estas son buenas noticias, pues no se trata de una enfermedad o patología, sino un síndrome mente/cuerpo y esto, tiene fácil solución:



Desaprender el dolor crónico y reentrenar el cerebro:

Es averiguar qué procesos físicos y psicológicos han contribuido a crear y perpetuar los síntomas, y luego, trabajar en la reprogramación del cerebro con el fin de extinguir el círculo vicioso neurológico, en el que te encuentras atrapado.


Aprende más y entrénate: 

CURSO DESAPRENDE EL DOLOR CRÓNICO- REENTRENA TU CEREBRO

www.centroelim.org
Info. 653936074



¿Para qué este curso?

Para conocer sobre cómo funciona el cerebro, los mecanismos del dolor, el para qué del dolor, desde la biología, la psicología, las neurociencias…

Aprender a ir a la causa del síndrome, las conexiones nerviosas dolorosas que han sido aprendidas por el cuerpo-mente; y desaprenderlas.

Se propone en este curso una gran cantidad de ejercicios para que puedas implementar en tu día a día.

Basado en mi propia experiencia con el dolor crónico y las investigaciones en este campo de médicos de trayectoria como el Dr. Schubiner (certificado en pediatría, medicina adolescente y medicina interna. Profesor titular en la Universidad Estatal de Wayne durante 18 años, trabaja en el Hospital Providence en Southfield, MI. El Dr. Schubiner enseña Meditación de atención plena, que ayuda a las personas a sobrellevar el estrés y las ansiedades de la vida diaria.

Es el fundador y director del Programa de Medicina Mente y Cuerpo en el Hospital Providence. Este programa utiliza las metodologías de investigación más actuales para tratar a las personas que padecen el síndrome de mente y cuerpo (MBS) o el síndrome de miositis por tensión (TMS) según lo descrito por el Dr. John Sarno.

El curso también está basado en las investigaciones del Dr. Sarno (se graduó en el colegio de médicos y cirujanos de la Universidad de Columbia en 1950. En 1965 fue nombrado director del Departamento de Medicina Ambulatoria en el Instituto Rusk.

Es el creador del método de diagnóstico y tratamiento del Síndrome de miositis tensional o Neuromuscular SMT o TMS por sus siglas en inglés (síndrome mente/cuerpo), el cual no ha sido oficialmente aceptado por parte de la medicina convencional.

Sarno aseguró haber tratado exitosamente a más de diez mil pacientes en el Instituto Rusk de Nueva York, lo que según él, evidencia la veracidad de su teoría y la efectividad de su tratamiento, incluso en pacientes con fibromialgia.

Su obra más reciente, escrita en colaboración con otros doctores, abarca el espectro total de los procesos fisiológicos mente-cuerpo y en sus antecedentes históricos dentro de la ciencia médica.)

También nos basamos en las investigaciones de las neurociencias y de las psicologías.


Has de comprender que un proceso terapéutico requiere compromiso, entusiasmo, amabilidad con uno mismo, entrenamiento para desaprender los patrones y creencias limitantes, sanar las heridas que mantienen encerradas las emociones de manera inconsciente y aprender a gestionar las emociones saludablemente, crear nuevas maneras de estar en la vida.





viernes, 3 de mayo de 2024

Escritura Terapéutica

 

Expresión de los pensamientos y emociones mediante la escritura.

La palabra escrita tiene un poder especial en la sanación que supera a la reflexión interna.

En el mundo de nuestros pensamientos, nuestro lenguaje es instantáneo, inmediato, espontáneo y a menudo desordenado, no puede tacharse o borrarse, está lleno de redundancias, ambigüedades y contradicciones; y además, corre el riesgo de desestructurarse, disgregarse o irse por las ramas. Dentro de él, nuestras reflexiones están sujetas a la rapidez con la que se producen y por eso resultan a veces superfluas, incompletas o erróneas.

Los pensamientos van y vienen constantemente y las ideas saltan de instante en instante, y esas reflexiones que pretendíamos tener, se quedan a menudo a medio pensar, puesto que irremediablemente otro pensamiento más fuerte se le ha impuesto, casi sin darnos cuenta, inconscientemente. Por ello, en algunas ocasiones, nos encontramos prisioneros de nuestro universo mental, presos de un caos que no nos deja ver con claridad.

Esto no quiere decir que los monólogos interiores con los que convivimos no sean útiles y necesarios, pero sí que, en ocasiones no alcanzan a la hora de solucionar determinados problemas, realizar ciertos descubrimientos o tomar algunas decisiones importantes; además los pensamientos, mueven nuestro mundo emocional.

La emoción “es un proceso psicológico adaptativo, que recluta y coordina el resto de los procesos psicológicos cuando las condiciones de una situación exigen una respuesta rápida y efectiva para afrontar y ajustarse a las exigencias y cambios ambientales” (Fernández-Abascal, Díaz y Domínguez Sánchez).

Las emociones alteran o modifican el resto de los procesos psicológicos, cargando de afecto la percepción, activando la memoria, movilizando cambios fisiológicos, dirigiendo la atención, planificando acciones, la comunicación verbal y no verbal, motivando a la acción, etc.

Las emociones tienen un objeto (un estímulo determinado), son inestables, transitorias, momentáneas y puntuales. Permiten la supervivencia y adaptación al medio, y en el caso de las emociones positivas, si logran mantenerse a lo largo del tiempo, son generadoras de recursos personales, psicológicos, físicos y sociales.

De hecho, una persona que logra mantener niveles adecuados de emociones positivas será más resiliente frente a situaciones adversas que otra que no lo logra.

Según diferentes teorías sobre las emociones (La Tradición Darwiniana o la Teoría de las emociones básicas; La teoría del Appraisal o Perspectiva Cognitiva y el Constructivismo o Construccionismo Social) es que se ha ido clasificando a las mismas en primarias y secundarias; negativas, positivas o neutras; desagradables; empáticas; existenciales; pasadas (la gratitud y el perdón), presentes, (el fluir, el saborear y el darse cuenta), futuras (el optimismo y la esperanza), etc. (Castro Solano)

De entre las clasificaciones, vamos a centrarnos en las emociones que refieren al sentimiento de agrado o desagrado que producen en el sujeto. De allí, surgirían las emociones positivas, negativas y neutras.

Las emociones positivas, son aquellas que implican sentimientos agradables, que surgen de la valoración de una situación como beneficiosa, suelen tener una duración temporal muy corta y movilizan escasos recursos para su afrontamiento (Ej. felicidad, humor, serenidad, alivio, simpatía, gratitud, etc.).

Las negativas, implican sentimientos desagradables, surgen de la valoración de una situación como dañina y movilizan muchos recursos para su afrontamiento (Ej. ira, miedo, asco).

Por último, están las neutras (Ej. la sorpresa) que, caracterizadas por no producir intrínsecamente reacciones agradables ni desagradables, tienen como finalidad el facilitar la aparición de otras emociones (Fernández-Abascal, Díaz & Domínguez Sánchez.)

Mediante el Modelo de Ampliación y Construcción de Emociones Positivas, se ha llegado a la conclusión que, las emociones positivas amplían las tendencias de pensamiento y acción, provocando el efecto contrario a las emociones negativas. A partir de esta ampliación se favorece la construcción de recursos personales para afrontar las adversidades (ayudando a mantener los esfuerzos perseverantes para oponerse a las dificultades). Y es esta construcción de recursos personales la que transforma a la persona, tornándola más creativa, flexible, resistente a las dificultades y socialmente más integrada. (Fredrickson)

Han encontrado que las emociones positivas están asociadas a una mayor y mejor longevidad, por lo que potenciarlas mediante actividades placenteras, en frecuencia e intensidad, a lo largo de la vida y en la vejez misma, permitiría envejecer de manera más óptima y exitosa. Lo cierto es que la emoción es motivo de una conducta y a su vez es generada por ella.

Una de sus funciones es la comunicativa, por lo que los actos de comunicación son generados por emociones y el comunicar, genera éstas.

Tanto el sentido común como la psicología asumen implícitamente que expresar y compartir las emociones contribuye a su afrontamiento adaptativo; no en vano, sostienen los clínicos que “lo que no se expresa se somatiza”. Más complejo resulta dilucidar los mecanismos que ponen en relación la expresión emocional, o en su caso la inhibición, la salud y el bienestar. La expresión emocional es adaptativa y ocasionalmente disfuncional, dada su capacidad para influir sobre las funciones somáticas, y por ende, de preservar o alterar la salud.

El profesor en psicología de la Universidad Metodista del Sur, James W. Pennebaker, ha demostrado que quienes han padecido sucesos traumáticos tienen una mayor probabilidad de enfermar física y mentalmente si posteriormente no expresan sus emociones, y que, por el contrario, enfrentarse activamente a los sucesos traumáticos expresando los sentimientos -revelándolos- reduce la activación fisiológica asociada al hecho traumático y contribuye a su afrontamiento eficaz.

Un creciente número de investigaciones han permitido demostrar que la inhibición de acontecimientos emocionalmente significativos induce una marcada hiperactivación fisiológica, provoca inmunodepresión y efectos adversos en la salud a medio y largo plazo; además, induce sesgos cognitivos sobre el procesamiento de la información emocional, a la vez que dificulta los procesos de afrontamiento adaptativo. Complementariamente se ha demostrado que enfrentarse activamente a los problemas, expresando abiertamente -oralmente o por escrito- los sentimientos, reduce la activación fisiológica asociada al hecho traumático y contribuye a su afrontamiento eficaz (Pennebaker, Colder y Sharp).


Con la escritura ganamos en libertad, pues adquirimos una distancia útil que facilita poder convertirnos en los conductores y guías de nuestros pensamientos, transformándonos en los dueños de la situación.

Al materializarlos en un papel, podemos manejarlos mejor, borrarlos, tacharlos, irnos hacia atrás, aumentar la concentración y elaborar reflexiones más valiosas y profundas, puestos que les hemos dado el tiempo necesario para madurar.

Escribir nos obligara a pararnos, a organizar nuestras ideas a ordenarlas y a fijarlas, ayudándonos a gestionar nuestro mundo interior, que por otra parte, podrá mostrarnos la entrada a esas zonas oscuras de nosotros mismos, donde normalmente es difícil acceder.

El acto de escribir es lo fundamental, lo importante es el mismo proceso de hacerlo, salga como salga. Lo que se haga con el resultado, ya sea quemarla, romperla, publicarla, guardarla o colgarla en internet, dependerá de los deseos de la persona que escriba, que, si lo necesita, podrá culminar con esta acción la función terapéutica.

“Escribir sobre uno mismo es una forma de explicarme, de poner en orden mi mundo, de reconocerme. Si no estuviesen dictados por la intención de hacer literatura, podría decirse que esos textos tan directamente basados en situaciones reales, en datos verdaderos, son el resultado de insólitas sesiones terapéuticas, en las que soy el paciente y el médico en una sola pieza. Y ciertamente, en ocasiones, ha resultado ser un eficaz alivio de mis males.” Ángel González

La escritura, es una de las diferentes modalidades de expresión narrativa. La narrativa, en general (oral y escrita), es el centro de la construcción de la experiencia humana. Los eventos que componen la narrativa forman parte de las creencias y los deseos de las personas que narran. El narrar una historia no se constituye en un acto que pueda considerarse como verdadero, sino como la posibilidad de llegar a serlo, guardando cierta verosimilitud dentro de la experiencia vivida por el sujeto. (Bruner)

La trama de los relatos organiza la información que procede del flujo de las experiencias vividas y convierte algunos momentos en un relato significativo sobre los acontecimientos. Así, los relatos o escritos que se organizan con percepciones o emociones negativas tienden a convertirse en relatos dominados por el problema, destacando en él experiencias negativas y las atribuciones negativas de la motivación, las intenciones y el carácter.

Mientras que los relatos de esperanza y experiencias positivas tienden a basarse en características e incidentes de la vida de la persona que están al margen del problema. (Freeman, Epston y Lobovits)

Los seres humanos cuentan con un potencial único para crear e imaginar, lo que puede verse reflejado en la escritura como una de las formas de su expresión. Es a través de ella, que el creador de un cuento puede tomar una distancia óptima si se trata, por ejemplo, de escribir acerca de un trauma o sufrimiento intenso permitiendo ello manipular y desarticular mejor el conflicto, utilizándolo como objeto de reflexión. (Bruder)

Una de las características más importantes de la escritura, sino la más importante, es la manera en que facilita la expresión de las emociones, es su gran poder catártico. Cuando se escribe se libera lo que se lleva dentro. Existe un desbloqueo emocional intenso, en el que el pensamiento, la emoción y la palabra escrita se comprometen en el escrito.

De allí, es que a través de la escritura las personas que atraviesan situaciones de estrés mejoran su bienestar psicológico y físico (Pennebaker).



Si quieres aprender mas y hacerte de gran cantidad de ejercicios para aprender a conocerte, mejorar tu autoestima, resolver situaciones difíciles, poder expresar  tus emociones, lograr claridad mental, etc. , mediante el uso de esta herramienta terapéutica, la escritura:

CURSO ESCRITURA TERAPÉUTICA