Las emociones y sentimientos surgen espontáneamente en la meditación y si no sabemos manejarlas, se convierten en un obstáculo porque impiden concentrarnos, y relajarnos adecuadamente.
Además, las emociones, con frecuencia son causa de sufrimiento psicológico, por ello, a algunas de ellas como el odio, la rabia o la desesperación, se les llama negativas, pero en realidad, las emociones tienen una función, una razón de ser en el fondo positiva, son nuestra brújula interna, y vienen a avisarnos que hay necesidades que no estamos satisfaciendo, y si nos hacen daño, o las consideramos negativas, es porque ofrecemos resistencia, no las aceptamos, luchamos contra ellas, es preferible denominarlas “emociones dolorosas” o “difíciles”. En lugar de aprovecharlas como fuente de energía vital, son ellas las que nos utilizan y dominan, cometiendo acciones que terminan convirtiéndose en fuentes de sufrimiento.
Cuando estamos en Presencia, podemos relacionarnos de manera diferente con ellas, ya que nos damos cuenta que no somos la emoción, nos desidentificamos y aprendemos a aceptarlas y a gerenciarlas.
Las emociones desde que surgieron en la antigüedad (2500 millones de años, no de la forma en que las conocemos ahora.), tuvieron la función de ayudar al ser vivo a tomar decisiones.
Ante un estímulo nuevo la pregunta es: este estímulo es beneficioso o es peligroso para mí, me debo acercar o debo huir?, hay apetencia o hay aversión?. Luego evolucionaron en miles de años y tomaron la forma con que las conocemos ahora.
Desde las investigaciones de Joseph Ledoux sabemos que en el cerebro, los estímulos que después van a provocar las emociones, recorren dos vías nerviosas principalmente.
** Una vía corta que va desde los núcleos sensoriales del tálamo hasta las estructuras subcorticales implicadas en la emoción, principalmente la amígdala, es una vía corta y rápida y nos permite reaccionar a estímulos peligrosos, ej. si al cruzar la calle viene un coche muy rápido y requiero una respuesta rápida (no hay tiempo para pensar) para preservar mi vida.
** La otra vía es larga, pasa por la corteza, desde los núcleos talámicos sensoriales va a la corteza y luego baja hacia las estructuras subcorticales como la amígdala, entonces aquí se hace una elaboración más detenida del estímulo; al implicarse zonas relacionadas con el lenguaje para formular una frase, se tarda más tiempo.
Entre el estímulo que produce la emoción y la respuesta, transcurre un tiempo en el cual se produce la evaluación.
Según como se elabora la información en cada caso, Paul Ekman (es un psicólogo pionero en el estudio de las emociones y la expresión facial de las mismas), distingue entre una evaluación automática, que es de evaluación rápida, corresponde a la vía corta; y una evaluación reflexiva, que es larga e interviene la corteza y existe reflexión y recapacitación.
“Vía corta o rápida" (LeDoux, 200), también llamada tálamo-amigdalar:
Posibilita que el estímulo llegue directamente a la amígdala facilitando la respuesta adaptativa.
Los procesos automáticos hacen referencia a aquellos que se generan inmediatamente, sin necesidad de realizar análisis conscientes o deliberaciones sobre los estímulos recibidos, esto es, no alcanzan el umbral de la consciencia.
Este tipo de procesos se generan en respuesta a estímulos que se consideran desestabilizadores y que podrían provocar un daño o un desequilibrio al organismo.
Al no alcanzar el umbral de la consciencia, y en consecuencia, del razonamiento, estos procesos utilizan vías de transmisión de la información más primitivas en las cuales no participa el neocórtex. Su rapidez descarta la reflexión deliberada y analítica que es el sello de la mente pensante.
En la evolución, esta rapidez, probablemente giró en torno a la decisión más básica, a qué prestar atención y, al enfrentamiento a otro animal, tomar decisiones de milésimas de segundo, tales como: ¿Me lo como yo, o él me come a mí? Y ese actuar aseguraba la supervivencia.
Las acciones que surgen de la mente emocional acarrean una sensación de certeza especialmente fuerte, una consecuencia de una forma sencilla y simplificada de ver las cosas que pueden ser absolutamente desconcertantes para la mente racional. Por ejemplo, ante el peligro que un choche nos atropelle, se produce una evaluación automática, con gran rapidez y sin intervención de las estructuras corticales.
Cuando ha pasado la tormenta. O incluso en medio de la respuesta, nos sorprendemos pensando ¿Para qué hice esto?, una señal de que la mente racional está despertando. Aunque, no con la rapidez de la mente emocional.
La gran ventaja es que la mente emocional, puede interpretar una realizada emocional (él está furioso conmigo; ella está mintiendo; esto lo entristece) en un instante, emitiendo los juicios intuitivos que nos dicen con quién debemos ser cautelosos, en quién podemos confiar, quién esta afligido…..
La mente emocional es nuestro radar para percibir el peligro; si nosotros (o nuestros antecesores en el proceso evolutivo) esperáramos que la mente racional hiciera algunos de estos juicios, tal vez no sólo estaríamos equivocados, sino que podríamos estar muertos.
El inconveniente es que a lo largo de la vida, con la repetición de las mismas reacciones a determinados estímulos, algunas respuestas (incluso las que inicialmente requirieron una evaluación detenida), se hacen cada vez más automáticas y menos reflexivas, estableciéndose respuestas condicionadas automáticas y reaccionamos sin pensar a ciertos estímulos que conocemos bien.
Es decir reaccionamos sin reflexionar sobre lo que hacemos y, en estos casos, fácilmente nos equivocamos y acabamos realizando actos que después podemos lamentar. Es frecuente que reaccionemos así en algunas relaciones de pareja, en el trabajo, en discusiones con otras personas que nos resultan especialmente difíciles, etc. en tales situaciones, es fácil sentirse heridos o atacados, y que respondamos de manera inapropiada, por ejemplo, hiriendo a la otra persona, y así, en vez de solucionar el conflicto, lo empeoramos más, haciendo la relación más difícil o incluso irreparable.
Ekman afirma que, técnicamente hablando, el calor de la emoción es muy breve y dura solo unos segundos, no minutos, horas ni días, para que las emociones duren más, lo que las pone en acción debe ser sustentado, evocando constantemente la emoción, como ocurre cuando la pérdida de un ser querido nos lleva a lamentarnos.
Cuando los sentimientos persisten durante horas, suelen hacerlo como estados de ánimo, una forma apagada. Los estados de ánimo ponen un tono afectivo, pero no son modeladores tan fuertes como percibimos y actuamos, como lo es el punto más alto de la emoción absoluta.
“Vía larga, o segunda ruta”
Pasa por la corteza, más lenta que la respuesta rápida, para activar las emociones es más deliberada, y somos típicamente conscientes de los pensamientos que conducen a ella. En este tipo de reacción emocional existe una evaluación más extendida; nuestro pensamiento –cognición- juega el papel clave en la determinación de qué emociones serán provocadas.
Una vez que hacemos una evaluación _ “ese taxista me está regañando”, o “este bebé es adorable”- , se produce una respuesta emocional adecuada. Emociones más complejas, como la vergüenza o la aprensión ante un examen inminente, siguen esta ruta más lenta, y tardan segundos o minutos en desarrollarse; son emociones que siguen a los pensamientos.
En contraste, en la secuencia de respuesta rápida, el sentimiento parece preceder o existir simultáneamente con el pensamiento, en la vía larga, los estímulos recibidos se transmiten previamente hacia zonas del neocórtex antes de ser transmitidos a la amígdala.
Allí el estímulo sufre un proceso emocional que carga de valores previos y recuerdos al estímulo, adecuando la respuesta a la situación actual en base a situaciones anteriores, o a valores sociales adquiridos.
"Todos nosotros tenemos dos mentes, una que piensa y otra que siente y, estas dos formas fundamentales de conocimiento, interactúan para construir nuestra vida mental”. Daniel Goleman
¿Qué pasa con las emociones al practicar Mindfulness?
Una de las consecuencias de esta práctica, es que pasamos de la evaluación automática, a la evaluación reflexiva, pudiendo hacer una pausa, tomarnos tiempo para reflexionar, para evaluar los estímulos y por lo tanto, no responder de manera automática, condicionada, ante el estímulo emocional.
Es importante recordar, que el sistema nervioso, tiene mecanismos que le permiten modular y regular las emociones de tal manera que el estado de activación, se mantenga dentro de lo que Siegel llama la “ventana de tolerancia”; o sea que, si existe demasiada excitación, nuestras reacciones van a ser caóticas, y si hay muy poca excitación, no habrá reacción.
Los límites de la ventana de tolerancia son, por un lado la rigidez y la depresión, y por el otro, el caos. Y resulta fácil que, una emoción intensa nos arroje fuera de la ventana de tolerancia (por demasiada excitación o por demasiada inhibición, como comentamos antes), incapacitándonos para responder con equilibrio y fluidez a las situaciones estresantes que se presentan.
Estos mecanismos reguladores de las emociones están situados fundamentalmente en la corteza prefrontal, la cual modula la reacción de los centros subcorticales como la amígdala, y lo que hace la meditación, (contrastado en estudios de imágenes), es reforzar la acción de la corteza prefrontal, facilitar la regulación y disminuir la reactividad excesiva e impremeditada ante los estímulos emocionales, es decir, facilitar el equilibrio emocional, manteniendo al sistema nervioso dentro de la ventana de tolerancia.
Cuando nos disponemos a observar todo lo que sentimos, vamos pudiendo ver objetivamente lo que se mueve dentro nuestro, sin automanipularnos.
La no-resistencia a ningún contenido interno produce una autorregulación de la psique, y, con ello, la opción de una conducta integrada y congruente; la conducta no será descontrolada, inadaptada, sino, por el contrario, al dar cabida a todo lo que sentimos, los sentires se compensarán entre sí, generando un equilibrio coherente.
Por ejemplo: aceptamos nuestro enojo ante una persona, le damos lugar a esa emoción, sin disfrazarla, sin autoprohibírsela, simplemente, la dejamos ser dentro nuestro, percibiendo que estamos enfadados. Pero ese enojo no estará aislado dentro nuestro: los sentires no tienen exclusión entre sí, por lo cual simultáneamente, ante un mismo estímulo, sentimos muchas sensaciones y emociones diferentes. En este ejemplo, quizás también sintamos afecto o respeto por esa persona, o compasión.
Así, esos sentimientos se regularán entre sí, a partir de nuestra actitud de no excluir a ninguno de ellos: el afecto, el respeto, la compasión cumplirán con la misión de balancear la emoción enojosa, dándole a ese enojo la medida justa y sana de su expresión (por ej. manifestándolo maduramente poniendo un límite). La no-exclusión, permite el equilibrio interno.
La visión de la mente nos permite dirigir el flujo de energía e información hacia la integración, y la integración conlleva a la ausencia de enfermedad y la aparición del bienestar. Daniel Siegel.
Identificación y desidentificación con las emociones
Cuando no luchamos con lo que sentimos, y le damos cabida a todo lo que es, la agitación disminuye, la lucha interna va cesando, y vamos encontrando un lugar interno, que no participa de ese revuelo: un eje de calma en medio de la tormenta, "el ojo del huracán". A esto se le llama desidentificación.
Estar identificado con un estado emocional implica estar obnubilado por él: me creo ser eso. "Identificado" significa que creo que esa es mi identidad: yo soy mi dolor, yo soy mi angustia, yo soy mi enojo.
Poder desidentificarse hace que, al tomar distancia de eso que siento, sin estar involucrado, vea eso que siento en el contexto de todo lo que soy. Y me doy cuenta que soy mucho más que eso: soy muchas más emociones que esa, muchos otros estados, y a la vez, no soy ninguno de ellos, pues lo que verdaderamente es en mí, es esa conciencia que está detrás de todos los estados, de todas las emociones (que no son más que contenidos de esa conciencia, y, por ello, elementos transitorios, impermanentes).
La desidentificación permite que, aun en medio de emociones encontradas, pueda haber un núcleo interno exento de dolor, de miedo, de enojo...
Ese Observador es como un estrato más profundo, por debajo de las agitadas olas del mar.
Es lo permanente detrás de la impermanencia.
Cuando nos observamos, y, desde la Conciencia-Testigo, tomamos distancia interna de lo que nos pasa, ampliamos el campo de conciencia, de modo que ese contenido interno, es percibido en el contexto de todo lo que soy:
puedo ver los otros contenidos internos (en el ejemplo, la compasión, el respeto, el afecto...).
Y viendo en su conjunto todo lo que me pasa, sin exclusión, puedo organizar una conducta más integrada y más congruente con todo lo que soy.
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