Todas las maneras en que
el niño con grandes expectativas es herido, pueden resumirse en la pérdida de su identidad.
Cada niño necesita
desesperadamente saber que sus padres están sanos y son capaces de cuidarlo, y
que él les importa a ellos.
El sentir que él es importante para sus
padres significa que, la condición de ser especial, se refleja en los ojos de
ellos o de las otras personas encargadas de su cuidado. Que él les importa
también se observa en el tiempo que le dedican. Los niños saben intuitivamente
que la gente pasa el tiempo con quienes ama. Los padres hacen que sus hijos
sientan lástima de sí mismos, al no tener tiempo para ellos.
Cualquier niño de una familia con
problemas, recibirá esta herida espiritual. Cuando los padres se hallan bajo
tensión crónica, incluyendo las adicciones al trabajo, a las actividades
religiosas, al alcohol, etc.; los desórdenes en las comidas; las adicciones al
control excesivo o al perfeccionismo; o las enfermedades físicas o mentales, cualquiera
que sea el desorden, cuando a los padres los absorben sus cuestiones
emocionales, no pueden prestar la debida atención a sus hijos.
El descuidado niño herido que se aloja
en el alma del adulto, es una fuente importante de dolor humano.
Hasta que reclamemos y defendamos a ese
niño, seguiremos alterando y contaminando nuestra vida adulta.
Los deseos del adulto son las necesidades
del niño sin satisfacer.
Recuperar a tu niño interior implica
retroceder a tus etapas de desarrollo y concluir los asuntos pendientes.
Para comenzar, lo más importante es
ayudar al niño herido que existe en tu interior a que se lamente por sus
necesidades de desarrollo insatisfechas, muchas de ellas, no se han resuelto
porque tú nunca te has lamentado, nunca
fueron expresadas las emociones necesarias.
El niño herido que vive en tu interior sale
una y otra vez durante tu vida adulta, limitándote hasta que no resuelvas y
cubras sus necesidades.
Jung decía: "Todas nuestras
neurosis son sustitutos del sufrimiento legítimo".
El rescate del dolor requiere que
volvamos a experimentar lo que no pudimos sentir cuando perdimos a nuestros
padres, a experimentar nuestra niñez y sobre todo, nuestro sentido de
identidad.
La herida espiritual puede ser curada, pero es necesario sentir lo
que no pudimos sentir, el dolor.
Lo
que pasa es que solemos resistirnos a sentir el dolor, y lo atenuamos por medio de mecanismos de defensa del
ego/personalidad (esto es inconsciente), algunos de ellos:
-
la negación ("no está ocurriendo realmente");
-
la represión ('nunca, sucedió");
-
la disociación ("no recuerdo lo que sucedió");
-
la proyección ("te ocurre a ti, no a mí");
-
la conversión ("como cuando tengo una relación sexual siento que está
sucediendo");
-
la minimización ("sucedió, pero no
tiene importancia").
Básicamente, a través de la defensa de nuestro ego, nos distraemos del
dolor que sentimos.
Nuestras
emociones son formas de experiencia inmediata.
Cuando experimentamos emociones,
entramos en contacto directo con nuestra realidad física, se expresan en el
organismo antes que nos percatemos conscientemente de que están allí.
Son las comunicaciones
básicas que necesitamos para nuestra supervivencia biológica.
A medida que nos desarrollamos, las
emociones se convierten en el medio para pensar, actuar y tomar decisiones. Las
emociones intensifican y amplifican nuestra vida, sin ellas, nada importa
realmente; con emoción, cualquier cosa es trascendente.
Las
emociones las tenemos para cuidar de nuestras necesidades básicas.
Cuando
una de nuestras necesidades está siendo amenazada, nuestra energía emocional
nos lo hace notar.
Cuando
la emoción que acompaña a una experiencia traumática es bloqueada, la mente no
puede evaluar o asimilar esa experiencia, quedando reducida en su habilidad para funcionar.
Con
el paso de los años, la capacidad de la mente se ve menguada cada vez más
porque el bloqueo de la energía emocional se intensifica con cada experiencia similar.
Cada
vez que tenemos una nueva experiencia, que de alguna manera es similar al
trauma original, nuestros sentimientos adquieren una intensidad desproporcionada
con respecto a lo que realmente sucede.
El
niño herido que se encuentra en nuestro interior está lleno de energía no
resuelta, debido a la tristeza de los traumas de la niñez.
Una
de las razones por la que poseemos la tristeza es para finiquitar los sucesos
dolorosos del pasado; así nuestra energía puede ser utilizada en el presente.
Cuando
no se nos permite lamentamos, esa energía se congela.
En
las familias disfuncionales, la expresión de las emociones está prohibida, en
otras, solo se pueden expresar ciertas emociones y otras no.
Las emociones que no han sido
expresadas son las que constituyen el dolor original. Por ello reexperimentando
los traumas iniciales y permitiéndose sentir esas emociones reprimidas, es que
la persona ya no tiene que actuar ni interior, ni exteriormente, las emociones
reprimidas.
Cada vez más hay evidencia científica
de cómo nos afectan las emociones, y lo doloroso traumático sin resolver…
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