sábado, 25 de octubre de 2025

Las dos caras de la realidad


Cuando nos distanciamos un poco de la actividad febril de la vida cotidiana, vemos que la realidad presenta dos aspectos básicos, que hay dos caras en nuestra existencia. 
Por un lado, tenemos la cara visible, la del mundo físico y material. Si alzamos los brazos, veremos su movimiento. Si tomamos una rosa, podremos oler su fragancia o sentir la suavidad de sus pétalos. Todo esto pertenece a la faceta o vertiente espacial del mundo físico. Pero es igualmente real la vertiente de la realidad que corresponde al aspecto experiencial: la sensación subjetiva del color rojo de la rosa, las sensaciones olfativas de su fragancia en nuestra experiencia interior, el recuerdo de otras flores que hemos visto en nuestra vida.

También podemos observar la mirada o la expresión facial de otra persona e intuir cómo debe ser su mundo interior. Recibimos esta información por medio de los cinco sentidos, pero esta experiencia del mundo exterior siempre viene acompañada de sensaciones subjetivas (lo mismo sucede con el sexto sentido con el que percibimos nuestro cuerpo).

Sin embargo, nadie sabe cómo surge la experiencia subjetiva de ver la rosa a partir del hecho físico de la activación neuronal. Nadie sabe por qué al ver una persona que llora sentimos que está triste. Y nadie sabe por qué una experiencia subjetiva como pensar en una rosa hace que se activen en el cerebro unos circuitos concretos. Basándose en esto, hay quien dice que intentar relacionar el mundo físico con el mundo subjetivo es un empeño inútil. E incluso hay quien afirma que es perjudicial, que tratar de relacionar el mundo de la ciencia con el de la subjetividad resta importancia a nuestra vida interior. Pero si se hace con humildad y espíritu abierto, relacionar el mundo objetivo físico con el mundo subjetivo interior puede ser muy positivo. Podemos percibir nuestro mar interior, que es distinto del mundo espacial y físico del cuerpo y de otros objetos.

Cuando somos conscientes de la rosa que percibimos en el mundo sensorial, y de las imágenes y emociones que la palabra rosa suscita en nuestra experiencia en el tiempo, podemos decir que estamos sintiendo ciertas pautas de activación cerebral. Pero ¿quiere decir esto que la sensación de la rosa no es más que la consecuencia de los impulsos eléctricos y las conexiones sinápticas que se activan en el cerebro? ¿O quiere decir que las dos están correlacionadas, que sabemos, por lo que nos dice la ciencia, que cuando tenemos la sensación subjetiva de ver la rosa se está activando la corteza occipital?

Para considerar esta cuestión desde una perspectiva diferente será útil aclarar previamente algunos conceptos básicos.

La vertiente experiencial y subjetiva de la realidad no es objetiva en el sentido de que no la podemos pesar ni sujetarla con la mano; tampoco podemos captar su naturaleza con una cámara, ni siquiera con un escáner cerebral. Este mundo interior, esta esencia subjetiva de nuestra vida mental, no es lo mismo que la actividad cerebral.

Podemos establecer que, cuando sentimos miedo, el escáner cerebral revela que se ha activado una región del cerebro llamada amígdala. Pero, en el fondo, solo podemos decir que la activación física y la experiencia subjetiva tienen lugar al mismo tiempo: la activación de la amígdala no es lo mismo que la sensación de miedo.

Debemos contemplar la dirección de las influencias causales con una mente abierta: podríamos decir que la activación de la amígdala «causa» la sensación de miedo, pero resulta que imaginar que sentimos miedo puede hacer que la amígdala se active.

¿Cómo conciliar esta influencia bidireccional entre la mente (la subjetividad y la cara mental e interna de la realidad) y el cerebro (el aspecto físico y objetivo de esa misma realidad)?

La experiencia subjetiva no existe en un lugar físico, pero sí que tiene lugar en el tiempo. Pensemos en qué lugar del espacio se sitúan la sensación de miedo o la sensación que suscita la fragancia de la rosa. ¿Qué sientes ahora mismo? ¿Qué imágenes aparecen en tu mente?

Aunque no puedas cuantificar las dimensiones espaciales de altura, anchura y profundidad de esa sensación o esa imagen, ya que no podemos medir con una regla una imagen que surge en la mente, sabes que tu experiencia es real en este momento. Pero ¿en qué punto del espacio se sitúa?

Si dices «En mi cerebro», estará equiparando la activación neural con la experiencia mental. La verdad de la cara experiencial y subjetiva de la realidad es que coexiste en el tiempo con la cara material y «objetiva» de la misma realidad (que sí existe en el espacio y presenta unas dimensiones físicas mensurables).

Lo que tienen en común estas dos caras de la misma realidad es el tiempo. Podemos sentir amor al mismo tiempo que se activan, en nuestro cerebro, unos circuitos neurales concretos. Y lo que tienen estos dos hechos en común es que «coocurren» en el tiempo: por eso decimos que están correlacionados. Sin embargo, si nos preguntamos cuál de los dos se ha dado primero, no encontraremos ninguna respuesta.

Si la respuesta a la cuestión del cerebro y la mente fuera unidireccional, si la mente no fuera más que la actividad del cerebro, no habría mucho más que decir. El cerebro se ocuparía de todo y seríamos sus esclavos.

Sin embargo, la ciencia actual nos dice que la mente es capaz de activar circuitos cerebrales y modificar las conexiones estructurales del cerebro.

En otras palabras, podemos utilizar el aspecto interior subjetivo de la realidad para cambiar la estructura física objetiva del cerebro.

Esta cuestión no es una simple discusión académica sobre temas intelectuales.

Si podemos despertar la mente para impulsar el crecimiento del cerebro en una determinada dirección, podemos construir los circuitos neurales de la entereza y la compasión. 
Podemos usar la mente para transformar nuestro cerebro y nuestra vida. 
No está mal para una mente que la vida moderna suele dejar de lado y que la educación de hoy acostumbra a ignorar.

Dr. Daniel Sigel




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