jueves, 25 de septiembre de 2025

Comunicación Empática y Asertiva

                               

Relaciones basadas en la honestidad y la empatía

Muchas veces, nuestra manera de expresarnos, ofende o hiere a los demás, o a nosotros mismos (a veces de manera inconsciente).
Generalmente buscamos las respuestas afuera, siendo que están en nuestro interior. Por condicionamiento solemos buscar la resolución del conflicto esperando que cambie el afuera, el otro, así, generamos maneras de relacionarnos violentas en pos de cubrir nuestras necesidades, y no nos damos cuenta de ello, por carecer de educación emocional; muchas personas ni siquiera se plantean que debajo de cada comportamiento, existen necesidades.

Somos grandes desconocidos para nosotros mismos, y desde ahí nos relacionamos, intentando cubrir necesidades que arrastramos desde muy pequeños, en su mayoría inconscientes de ello.
Desde niños nos fuimos desconectando de lo que sentimos y necesitamos, y tampoco sabemos cómo pedir al otro de manera en que ambos salgamos ganando.
Todo esto se traduce en relaciones con cierto tipo de violencia, donde juzgamos, diagnosticamos, culpamos, ordenamos, imponemos, negamos nuestra responsabilidad, etc., en mayor o menor grado.
Sin embargo, cuando renunciamos a la violencia, aprendiendo a gestionar nuestro mundo emocional y a cubrir sanamente nuestras necesidades, surge la compasión que brota del ser humano de manera natural.

Podemos aprender a elegir nuestras palabras, respondiendo de manera saludable, cuando somos conscientes de lo que percibimos, sentimos y deseamos. Podemos expresarnos con sinceridad y claridad, al mismo tiempo que prestamos una atención respetuosa y empática a los demás.
El incorporar esta manera de funcionar, requiere autoconocimiento, práctica, determinación y paciencia.
En cualquier interacción, podemos aprender a tener en cuenta tanto nuestras necesidades más profundas, como las de los demás.
Podemos ir reemplazando nuestras antiguas pautas de defensa, resistencia, de huida y de ataque ante los juicios y las críticas de otras personas, y empezar a percibir a los demás y a nosotros mismos, así como a nuestras intenciones y relaciones, bajo una nueva luz.
Cuando nos centramos en clarificar lo que observamos, sentimos y necesitamos, en lugar de dedicarnos a diagnosticar y a juzgar, descubrimos cuán profunda es nuestra compasión hacia nosotros y hacia los demás, favoreciendo el respeto y la empatía.




¿A QUIÉN VA DIRIGIDO ESE CURSO?

A quien quiera aprender:

• Cómo comunicarse de manera asertiva y empática.

• ¿Qué es lo que dificulta la comunicación interpersonal?

• A detectar formas de violencia que son inconscientes y hacen difícil la comunicación entre las personas.

• A desarrollar la observación sin juicios de nuestro funcionamiento y el de la otra persona.

• A escuchar los propios sentimientos y necesidades que están detrás de cada conducta.

• La importancia de saber cubrir las necesidades saludablemente.

• A escuchar a la otra persona y responder comprendiendo sus sentimientos y necesidades.

• Hacerte responsable (que no es culpable) de tus propios sentimientos y necesidades, sin esperar que el “afuera” las cubra.

• A desarrollar la inteligencia emocional...

• A cómo “decir que no”, a poner límites sanos.

• A realizar peticiones a consciencia.

• A elaborar el duelo por nuestros comportamientos en el pasado, el perdón.

• La importancia de la autoempatía y la empatía a la hora de comunicarnos.

• La autocompasión y la actitud compasiva hacia el otro.

• Descubrir que importante es la gratitud y la valoración.

• A gestionar la culpa, la vergüenza.

• A gestionar la ira/enojo.

• A gestionar el miedo.


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viernes, 19 de septiembre de 2025

La Presencia en el dolor


Tendemos a rechazar el dolor, huir de él y a buscar el placer… solemos temer al dolor y nos resistimos a él, intentando a toda costa eliminarlo, o distrayéndonos para no sentirlo.
No nos han educado a escuchar el cuerpo, es más, muchas tradiciones espirituales hasta pretenden negarlo, no darle importancia, cuando es por medio de nuestro cuerpo que podemos acceder a los mensajes que el alma tiene para nosotros; el síntoma es una guía preciosa, valiosa de qué es lo que “no anda bien” en nuestro interior, un mensaje que si no logramos descifrarlo, a veces va a peor, originando un sin número de enfermedades …

Nuestro comportamiento reactivo, nunca resuelve el dolor, el malestar. Echamos a correr en la dirección opuesta, alejando nuestra atención de la zona en que la experimentamos el dolor, hacemos todo lo que está a nuestro alcance para anestesiar nuestra conciencia de esta experiencia con pastillas, alcohol, etc. Intentamos resistirnos a la experiencia y reprimirla mediante algún tipo de control y de sedación.

Pero este comportamiento reactivo, nunca resuelve el dolor, simplemente lo reprime y pospone para otro momento.

Inevitablemente el dolor o malestar reaparecerán posteriormente y seguirán intentando captar nuestra atención, o aparecerán bajo otro aspecto en cualquier otro lugar.

Podemos transformar el dolor, podemos escuchar sus mensajes, podemos aprender a escucharnos y buscar la coherencia entre lo que pienso, siento y hago.

A medida que crecemos y nos convertimos en adultos educados, “condicionados”, aprendemos a no escuchar, no le damos tiempo a nuestro organismo para que pueda procesar el dolor de una manera natural, al resistirnos al dolor o buscar erradicarlo sin más (lo cual no significa que no podamos tomar un medicamento, o alguna terapia para aliviarlo…), no le damos la oportunidad de transformarlo.

El dolor es un síntoma, una señal de alerta acerca de un fenómeno más profundo. Conviene  tomar la decisión de enfrentarlo y escuchar lo que tiene para decir y enseñarnos.

Se trata de desaprender lo aprendido, de desandar lo andado, y aprender nuevas maneras de interactuar con el dolor, nuevas maneras de pensar, nuevos hábitos saludables, para recuperar la vivacidad, vitalidad, la salud.



Ejercicio para aprender a estar presente en el dolor:

* Busca una postura cómoda, puede ser sentado o tumbado, permítete sentir el dolor físico o emocional que está presente en ti en este preciso momento.

* Toma consciencia de tu diálogo interno, lo que te dice tu mente en este momento. Permite tus pensamientos, obsérvalos, no los juzgues, no los rechaces, observa cómo tu mente intenta evitar la incomodidad analizando, justificando, dándole un sentido.

Presta atención a tu cuerpo, a las sensaciones que percibes en él y a las emociones, así como son, sin analizarlas.

* Ubica en qué parte del cuerpo sientes la sensación, la emoción. Déja que suceda mientras observas los cambios que se van procesando en tu cuerpo, sólo permite y observa respirándolos, sin intentar controlar.

* Podrás sentir diferentes sensaciones, que van variando, emociones que se intensifican para luego calmarse, permítete ese sentir, sólo observando y dejándote fluir con el proceso, confía en la inteligencia natural de tu cuerpo, toma consciencia que no eres esas sensaciones, emociones, sentimientos, eres el que observa ese ir y venir, permitiendo que tu cuerpo procese…

* Esto puede durar de unos pocos minutos a media hora o algo más...


Pasado el proceso de entrar en contacto con tu cuerpo, tus emociones, etc., puedes descansar para integrar lo experimentado, puedes llevar un diario donde anotes las experiencias...


Para transformar el dolor físico/emocional, se requiere presencia, atención y permitírselo. Así aprendemos a ser conscientes de los patrones de pensamiento, creencias profundas que alimentan los estados emocionales produciendo contracciones y dolores físicos.

Al estar presentes, más rápido ocurre la transformación, más información nos llega para poder autoconocernos y tomamos consciencia que somos más que todos estos mecanismos que activan las emociones, vamos aprendiendo a salirnos de los condicionamientos, de la vergüenza, la autocondena, de los miedos… para conectar con lo que realmente somos, con nuestra esencia.


Toma consciencia:

* ¿Quién es el que experimenta lo que está siendo experimentado?

Intenta no perder la atención a las sensaciones del cuerpo, no tienes que cambiar nada, sólo observa…

Al hacerlo de esta manera, puedes utilizar la experiencia para conectar con la realidad, con tu Ser.




ACOMPAÑAMIENTO  EN  PROCESOS  TERAPÉUTICOS

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Juana María Martínez Camacho

Terapeuta Transpersonal
Terapeuta Acompañante en Bioneuroemoción
Facilitadora Internacional CMR (Liberación de la Memoria Celular)
      (Cellular Memory Release)
Anatheóresis (Psicoterapia Regresiva Perceptiva)
Formación Internacional en Psiconeuroinmunoendocrinología
      (IPPNIM)
Yoga Terapéutico Integral
Especialista en técnicas de reducción del estrés (Mindfulness- Meditación-
        Coherencia Cardíaca- Relajación Guiada, Visualización, Concentración, Contemplación)
Terapias Naturales Holísticas (Quiromasaje, Reiki, Reflexoterapia, Osteopatía
        Craneosacral y Visceral, entre otras…)


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jueves, 18 de septiembre de 2025

Emociones y salud


Cada vez son más los investigadores que reconocen el papel de las emociones en la medicina.

Algunos de los trabajos más interesantes en este campo, se deben a la doctora Candace Pert (ex Directora del Departamento de Bioquímica Cerebral del Instituto Nacional de Salud Mental de los EEUU). Fue una de las primeras en estudiar los neuropéptidos, receptores de mensajes químicos que intervienen en la comunicación de las emociones.

Tenemos en general la costumbre de ver sólo lo que entra en nuestro marco de creencias. La doctora Candace Pert, nos habla de cómo muchas de las "curaciones milagrosas, o remisiones espontáneas" de cáncer y otras enfermedades, están influenciadas por el poder de la mente y las emociones, y lo prueba científicamente.

Las emociones funcionan como "quimio-taxis", recorriendo todo el cuerpo, dice Candace. El ser humano tiene infinitas posibilidades si "cree" en su inmenso poder. La mente puede crear nuestra propia realidad.

"La mayoría de los psicólogos tratan la mente como separada del cuerpo, un fenómeno con apenas conexión con el cuerpo físico. Inversamente, los médicos tratan al cuerpo como desvinculado de la mente y las emociones.

Pero el cuerpo y la mente no están separados y no podemos tratar ni entender a uno sin el otro. Investigaciones científicas están demostrando que el cuerpo puede y debe ser curado a través de la mente, y la mente puede y debe ser curada a través del cuerpo”.

La Dra. Candace Pert, junto a un grupo de investigadores, a mediados de los 80, descubrió que un grupo de moléculas llamadas péptidos (derivados proteínicos) son los mensajeros moleculares que facilitan la conversación entre los sistemas nervioso, inmunológico y endocrino. Es decir, estos mensajeros conectan tres sistemas distintos en una sola red (Psiconeuroendocrinoinmunología- PNEI).

La PNEI nos ayuda a entender mejor cómo se transforman las emociones en sustancias químicas, moléculas de información que influyen en el sistema inmunológico y en otros mecanismos de curación del cuerpo.

Desde siempre se ha considerado que esos tres sistemas están separados y tienen funciones distintas.



El sistema nervioso constituido por el cerebro y una red de células nerviosas, es la sede de la memoria, del pensamiento, de la sensibilidad corporal y de la emoción.

El sistema endocrino, constituido por las glándulas y sus secreciones hormonales, controla e integra, como principal sistema regulador del cuerpo, diversas funciones corporales.

El sistema inmunológico, constituido por el bazo, la médula ósea, los ganglios linfáticos y las células inmunológicas, es el sistema de defensa del cuerpo, responsable de la integridad de las células, de los tejidos y de los órganos.

Las investigaciones sobre péptidos han demostrado que estas separaciones conceptuales ya no pueden mantenerse con una única red psicosomática.

Los péptidos constituyen una familia de sesenta a setenta macromoléculas que tradicionalmente recibían distintos nombres: hormonas, neurotransmisores, endorfinas, factores de crecimiento etc. Actualmente se considera que en realidad forman una sola familia de mensajeros moleculares.

Estos mensajeros son cadenas cortas de aminoácidos que se fijan a receptores específicos situados abundantemente en las superficies de todas las células del cuerpo.

Al unir a los tres sistemas en una misma red, los péptidos son los mensajeros que circulan libremente por esta red alcanzando todos los rincones del organismo.

Se transforman así en la manifestación bioquímica de la memoria, del pensamiento, de la sensibilidad corporal, de la emoción, de los niveles hormonales, de la capacidad defensiva, de la integridad de células, tejidos y los órganos.


Dice la Dra. Candace Pert:

“Las emociones son el contenido informacional, que es intercambiado vía la red psicosomática, con los órganos, células y sistemas que participan en el proceso. Así como la información, las emociones viajan en dos realidades: la de la mente y el cuerpo; como péptido y receptores en la realidad física, y como sentimientos y emociones en el plano no material.”

Por ello deduce que cada péptido mediatiza un determinado estado emocional, significando que todos los pensamientos, creencias, percepciones sensoriales, y de hecho todas las funciones corporales, estarían influidas por las emociones, puesto que en todas intervienen los péptidos.



Igualmente todos esos estudios, incluyendo los de otros científicos, la han llevado a postular que la mente no está localizada en el cerebro, sino distribuida por todo el organismo en forma de moléculas señal.

Todas las partes del cuerpo y de la mente "saben" lo que está pasando en todas las demás partes del cuerpo y de la mente. Es un sistema de información integrado.

Además, se descubrió que las hormonas, supuestamente producidas en exclusividad por las glándulas, son péptidos que también se producen y se almacenan en el cerebro.

Un tipo de neurotransmisores llamados endorfinas, que, según se pensaba, eran producidas solamente en el cerebro, son péptidos y también son fabricados por las células inmunológicas.

Se siguieron identificando más y más receptores de péptidos y se vio que prácticamente cualquier péptido conocido es producido en el cerebro y en varias partes del cuerpo simultáneamente.


En palabras de Candace Pert:

"Ya no puedo hacer una distinción tajante entre cerebro y cuerpo".

Los péptidos del sistema nervioso, no solo son producidos por las neuronas y juegan un papel fundamental en las comunicaciones de todo el sistema nervioso, sino que, al fijarse en receptores alejados de las neuronas que los originaron, actúan también en otras partes distintas del cuerpo.

En el sistema inmunológico, los glóbulos blancos de la sangre no solo tienen receptores para todos los péptidos, sino que ellos mismos fabrican péptidos. Los péptidos controlan el patrón de migración de las células inmunológicas y todas sus funciones vitales.

Recordaremos que todos los leucocitos son células móviles, lo que les permite salir de los capilares escurriéndose por los espacios intercelulares de la pared (diapedesis) y emigrar mediante movimiento ameboideo hacia cualquier microorganismo o partícula extraña que haya invadido los tejidos. Por lo tanto, no solo son capaces de alcanzar todos los rincones del organismo transportado por la sangre, sino que también escapan de la sangre y se mueven por los líquidos intersticiales donde se bañan las células.

Otro descubrimiento importante es que los péptidos son la manifestación bioquímica de las emociones. La mayoría de los péptidos, si no todos, alteran la conducta y los estados de ánimo, de tal manera que cada péptido puede evocar un tono emocional único.



Los péptidos constituyen el lenguaje bioquímico universal de las emociones.

El área cerebral relacionada con las emociones, es el sistema límbico. El sistema límbico se encuentra muy enriquecido con péptidos, pero no es la única zona corporal rica en péptidos.

La totalidad del intestino también está recubierto con receptores de péptidos. Por eso ocurre lo que de forma coloquial se llama "sentir con las tripas". Literalmente sentimos nuestras emociones con el intestino.

Todas las percepciones sensoriales, todos los pensamientos y todas las funciones corporales estarían "tocados por la emoción a través de los péptidos y los péptidos actuarían como mensajeros directos del agua de mar en el organismo".

El descubrimiento de esta red psicosomática implica que el sistema nervioso no está, como se creía, jerárquicamente estructurado. Como dice Candace Pert, "los glóbulos blancos de la sangre, son pedazos del cerebro que flotan a lo largo del cuerpo."

En última instancia esto implica que la cognición, es un fenómeno que se extiende a lo largo de todo el organismo, operando a través de una intrincada red química de péptidos, que integra nuestras actividades mentales, emocionales y biológicas.

“Cada pensamiento genera una emoción y cada emoción moviliza un circuito hormonal que tendrá impacto en las 5 trillones de células que forman un organismo”

Hay sustancias químicas para el enojo y para la tristeza, para la victimización, para cada estado emocional. Son las endorfinas, la serotonina, la dopamina, la norepinefrina… Y cada vez que activamos cierta interpretación o pensamiento nuestro hipotálamo inmediatamente libera ese péptido en la corriente sanguínea.

Si tenemos presente que cada una de las células del cuerpo tiene miles de receptores tapizando su superficie, abiertas a la recepción de tales neuropéptidos, advertiremos que nuestros estados emocionales anidan finalmente en la totalidad de nuestro organismo.

En otros términos, según la Dra. Pert, los péptidos son las hojas de música que contienen las notas, las frases y los ritmos que permiten a la orquesta, que es el cuerpo, tocar como una unidad integrada y la música resultante es el tono corporal que vivimos como “emoción”.

Esto implicaría que la cognición es un fenómeno extendido por todo el organismo, y opera a través de una compleja red química de péptidos que auna todas nuestras actividades, sean éstas mentales, emocionales u orgánicas.


"La enfermedad por tanto estaría asociada ineludiblemente a las emociones. Cuando estas son expresadas todos los sistemas del organismo forman un corpus unificado, pero cuando son negadas y reprimidas, dichas emociones quedarían atrapadas por nuestro cuerpo físico, los sistemas se bloquean y nos llevaría a la enfermedad.


Pero también indica que dichas emociones pueden ser liberadas y por tanto eso nos puede llevar a la curación. Todo ello lo deduce de sus descubrimientos, en base a que toda emoción tiene un reflejo bioquímico dentro del cuerpo.

El sistema orgánico está sano cuando ese bucle de información no es entorpecido y el proceso se produce con celeridad. A mayor rapidez, más y mejor información recibe la célula, que a su vez permite realizar los cambios necesarios en el menor tiempo posible, lo cual es sinónimo de buena salud, o de curación o mejoría en los procesos de disfunciones orgánicas."(C. Pert)




Pero ¿podemos hacer algo al respecto? ¿Podemos trascender esta especie de programación, cambiar nuestros modelos internos, desaprender modos negativos de pensamiento y comportamiento y aprender nuevas maneras de funcionar?


La respuesta es SI. La neuroplasticidad cerebral significa que podemos desconectar y reconectar nuestras neuronas, desarticular y formar nuevas redes de pensamiento.

Y si las células de nuestro cuerpo desarrollan mayor cantidad de receptores hacia aquellas sustancias que las impactan con mayor frecuencia, también podemos actuar para superar aquellas adicciones emocionales que nos hacen sufrir, comenzando a generar receptores nuevos para los péptidos correspondientes a los estados emocionales que queremos experimentar. Podemos hacernos responsables de nosotros mismos.

Durante toda nuestra vida estamos al timón de la vida. Para cambiar las conexiones asociativas automáticas, para cambiar nuestra propia biología celular (a nivel de receptores de neuropéptidos), lo primero que tenemos que cambiar es nuestra manera de pensar, nuestro sistema de creencias.




TERAPIA DE INTEGRACIÓN PSICOEMOCIONAL

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La Gratitud


Vivir agradecidos implica afirmar el bien y reconocer sus orígenes. Es comprender que la vida no nos debe nada, que todo lo bueno que tenemos es un regalo, y que debemos ser conscientes de que no podemos dar nada por sentado. Robert Emmons

La gratitud es una manera de ver que cambia nuestra mirada.


Existen numerosos estudios recientes que han investigado los efectos de la gratitud sobre la salud y el bienestar, estos ensayos clínicos , experimentos de laboratorio y encuestas a gran escala, han revelado que, sin duda, la práctica de la gratitud tiene resultados significativos, duraderos y positivos:

- llevar un diario de gratitud durante dos semanas produjo una disminución constante del estrés percibido (28%) y de la depresión (16%) en profesionales sanitarios.

- la gratitud está relacionada con un 23% de la reducción de los niveles de hormona del estrés (cortisol)

- el consumo de grasa en la alimentación se reduce hasta un 25% cuando las personas llevan un diario de gratitud

- escribir una carta de gratitud redujo el sentimiento de desesperanza en el 88% de los pacientes hospitalizados con tendencias suicidas y aumento sus niveles de optimismo en un 94%.

- la gratitud se asocia a un 10% de mejora en la calidad del sueño en pacientes con dolor crónico (el 76% de las cuales sufría de insomnio) y con el 19% de disminución de los niveles de depresión.



La gratitud nos capacita para que tomemos las riendas de nuestra vida emocional, y como consecuencia, nuestros cuerpos cosechan sus beneficios.

Como tratamiento, la gratitud es rentable, rápida y está al alcance de cualquier persona, no posee efectos secundarios conocidos, no es una panacea, pero puede reforzar significativamente, los efectos de los tratamientos médicos convencionales.

Sus efectos no se limitan al aspecto físico, sino que entre otras cosas, refuerza la autoestima, incrementa la fuerza de voluntad, fortalece las relaciones, profundiza la espiritualidad, impulsa la creatividad y mejora el rendimiento atlético y académico.

La gratitud, ha sido descrita como el rasgo positivo por excelencia, el amplificador de la bondad en uno mismo, en el mundo y en los demás, y la virtud con capacidad única para curar, energizar y cambiar la vida de las demás personas.

La gratitud es un estado complejo de interacciones cognitivas y emocionales, de modo que probablemente intervengan numerosos sistemas cerebrales, no es fácil aislar estos sistemas en un escáner cerebral, no obstante algunos estudios recientes de neuroimágenes ofrecen claves importantes sobre lo que ocurre en el interior del cráneo.

Al medir la actividad cerebral de los participantes, los investigadores descubrieron que la gratitud, al igual que otras emociones complejas, produce la activación sincronizada de numerosas regiones del cerebro implicadas en conceptos sociales, en respuestas emocionales, en la lógica y el procesamiento sensorial, sin embargo, la gratitud también activa algunos sectores de la vía de recompensa del cerebro y del hipotálamo, el cual controla la liberación de hormonas que regulan los procesos corporales, la gratitud activa centros relacionados con la moralidad, la vinculación con otras personas y la empatía.

La gratitud es un fertilizante para la mente, aumenta las conexiones y mejora su funcionamiento en casi todas las áreas de la experiencia.

El neurocientífico Rick Hanson, ha manifestado que el cerebro toma la forma sobre la que se apoya la mente. Si apoyamos la mente en la preocupación, la tristeza, el enfado, la irritabilidad, neuronalmente el cerebro comenzara a tomar la forma de la ansiedad, la depresión y el enfado.

Si le pedimos a nuestro cerebro que exprese gratitud, perfeccionará su capacidad para encontrar motivos de agradecimiento y comenzara a tomar la forma de la gratitud.

Todo lo que hacemos establece conexiones dentro de las redes del cerebro, y cuando repetimos las cosas, más fuertes se vuelven esas conexiones. La mente puede cambiar el cerebro de forma duradera.

Dicho de otra manera, aquello que fluye por la mente da forma al cerebro.

La experiencia de gratitud, es verdaderamente importante, no solo para nuestro bienestar cotidiano, sino también por la huella duradera que entreteje en lo profundo de nuestro ser.




lunes, 15 de septiembre de 2025

Cuerpo y mente intrínsecamente ligados


Todo cuanto sentimos y pensamos es el resultado de complejos procesos de asociación e interacción de las células nerviosas del cerebro, que a su vez se comunican mediante fibras nerviosas y hormonas con el sistema inmunitario y las glándulas de secreción interna.

La gran cantidad de estímulos capaces de modificar el curso de nuestra biología, recién se está comenzando a reconocer en el ámbito científico y gracias a esta concientización, podemos decir que muchas enfermedades tendrán una evolución diferente si empleamos más recursos propios. 
Todo puede transformarse en oportunidades.
Numerosas investigaciones científicas demuestran lo que todos necesitamos saber para enfrentar cualquier crisis, inclusive una enfermedad considerada incurable por la medicina, lo cual no debe confundirse con la incurabilidad de un paciente.

Gracias a estas investigaciones que ha hecho la PNEI (Psiconeuroendrocrinoinmunología), podemos decir a manera de resumen que:

• Contamos con un enorme potencial para sanar las heridas del cuerpo y del alma.

• Es posible una remisión espontánea, que es la mejoría o la curación inesperada de una enfermedad que debería tener otro curso sin mediar intervención médica. Este tema es de gran interés reciente en la ciencia médica.

• El cuerpo y la mente están intrínsecamente ligados y su interacción ejerce a cada segundo una profunda influencia sobre la salud y la enfermedad, sobre la vida y la muerte.

• Las emociones reprimidas vulneran nuestro sistema inmune, igual que el estrés y las creencias insalubres que se instalan en nuestro cerebro en forma de redes neuronales, determinando respuestas adictivas a nuestra forma de percibir y reaccionar en la vida.

• Las emociones y creencias pueden controlar el comportamiento y la actividad genética, y por tanto, el desarrollo de nuestras vidas.

• Podemos adquirir plasticidad biológica y biopsicosocial para enfrentar situaciones adversas y salir fortalecidos tornándonos resilientes, entendiendo por resiliencia a la capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límites y sobreponerse a ellas.

• Los tratamientos basados en la medicina biopsicosocial, que atienden las necesidades emocionales, cognitivas, físicas, nutricionales, vinculares, inconscientes, espirituales y energéticas, pueden no solo mejorar la vida de las personas con enfermedades graves, sino también modificar el curso de la enfermedad.

• Una de las mejores maneras de enfrentar cualquier enfermedad, especialmente grave, es aceptar su diagnóstico, pero rechazar el pronóstico condenatorio. Hay médicos que por no dar falsas esperanzas a sus pacientes, lo que logran es darles falsas desesperanzas.

• Actitudes, hábitos y estados emocionales, (desde el amor hasta la compasión, y desde el miedo hasta el resentimiento o la rabia), pueden desencadenar reacciones que afectan la química interna optimizando o debilitando nuestro estado funcional.

• La participación de un paciente en la recuperación, no es algo alternativo, ni complementario: es vital.

• La salud y el bienestar se sostienen sobre un banco de tres patas: la primera son los fármacos, la segunda la cirugía y los procedimientos clínicos y, la tercera, el autocuidado de la persona.

• Nuestros pensamientos provocan reacciones químicas que nos llevan a la adicción de comportamientos y sensaciones. Cuando aprendemos como se crean esos malos hábitos que nos condenan como tumbas instaladas en nuestro cerebro, no solo podemos acabar con ellos, sino también reprogramar y desarrollar nuestro cerebro para que aparezcan en nuestra vida comportamientos nuevos.

• El cuerpo nos avisa permanentemente cuando algo de lo que pensamos, sentimos o imaginamos es “bueno” o “malo” para nuestra biología, a través de los indicadores somáticos de bienestar o malestar que, generalmente ignoramos.

• Cada ser humano puede estimular sustancias químicas específicas (drogas endógenas), con la ayuda de métodos personalizados que pueden modificar el curso de su biología. Estas drogas endógenas abarcan desde estimulantes, antidepresivos, ansiolíticos, analgésicos, etc. Es un área muy rica y poco difundida. (S. M. Marusso)


Es importante conocer nuestra mente, pues de ahí surgen nuestras limitaciones. Nuestra mente y nuestro cerebro “conversan” permanentemente con nuestro cuerpo, esta conversación es la que estudia la Psiconeuroendocrinoinmunología (PNEI).

La PNIE, se refiere al estudio de las interacciones entre los procesos de adaptación de conducta, neuronales, neuroendocrinos y los inmunológicos.
Su premisa principal es que la homeóstasis (equilibrio) es un proceso integrado que involucra las interacciones entre los sistemas nerviosos, endocrino e inmune.

Toda esta extraordinaria maquinaria neuro-inmuno-endocrinológica, está permanentemente a nuestras órdenes y cada uno de nosotros, de manera consciente o no, la estamos movilizando segundo a segundo.
El cerebro es el que coordina y envía sus órdenes a través del eje hipotálamo-hipófisis-suprarrenal, y pone en marcha la secreción de una serie de hormonas que alcanzan los linfocitos que, en última instancia, son los que transmiten las órdenes. Y también, a través del sistema nervioso autónomo, simpático y parasimpático, al que el sistema inmunitario presta especial atención y escucha en cada momento.

Nuestros pensamientos, actitudes y creencias, crean las condiciones de nuestro cuerpo a través de los sistemas de control homeostático de nuestro organismo: sistemas nervioso, endócrino e inmunitario.

El estado emocional filtra y modula la percepción para que los estímulos ambientales, los factores psicosociales, los estresores que vivimos y en general todo aquello que nos importa, produzcan un determinado tipo de impacto sobre el cerebro.

Este utiliza por un lado el eje hipotálamo-hipófisis-suprarrenal, y por el otro el sistema nervioso vegetativo, para comunicarse con el sistema inmunitario.
Los intermediarios son las moléculas de información (como las llamó Candace Pert) que corresponden a cada uno de estos sistemas: las hormonas del sistema endócrino, los neurotransmisores del sistema nervioso y las linfocinas del sistema inmunitario.

En sentido inverso también funciona, ya que la comunicación es bidireccional: el sistema inmunitario recoge información periférica de estresores infecciosos o inflamatorios radicados en cualquier órgano o tejido del cuerpo, y a través de la secreción de linfocinas informa lo que ocurre en el cerebro, el cual con la información adecuada, pone en marcha las correspondientes estrategias de comportamiento.
O sea que los efectos del comportamiento están mediados por las linfocinas del sistema inmunitario, ya sea el estresor infeccioso-inflamatorio (en el sentido sistema inmunitario-sistema nervioso) o bien ambiental-psicológico (en el sentido sistema nervioso-sistema inmunitario) en ambos casos, el sistema de respuesta es común.

El sistema nervioso modula el sistema inmunitario y viceversa: el sistema inmunitario informa al sistema nervioso.

Esa conversación nunca cesa ni siquiera cuando dormimos y menos aun cuando nos quedamos con poca energía, en estos casos es cuando nuestro sistema inmunitario se apodera de ella totalmente, justo cuando más la necesita para desempeñar su trabajo en esos momentos de enfermedad o depresión.

El sistema inmune se pasa el tiempo escuchando nuestros monólogos y su respuesta está condicionada por los pensamientos.

De ahí la importancia de un proceso terapéutico donde puedas conocer el sistema de creencias que hace que vivas de la manera que lo haces, y poder elegir cambiar las creencias limitantes, investigando la programación de la niñez y aprendiendo a gestionar el mundo emocional, desarrollando una inteligencia emocional que es tan importante para tu calidad de vida y de las relaciones.

No es necesario llegar a estar enfermo para hacer estos cambios internos y mejorar la calidad de vida.



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sábado, 13 de septiembre de 2025

Aprendiendo a autorregularnos


CURSO EL NERVIO VAGO. TEORÍA POLIVAGAL Y ESTRÉS

Nuestro cuerpo está diseñado para vivir y sobrevivir sin necesidad del pensamiento consciente.
El nervio vago es el director de la orquesta sinfónica del cuerpo humano.
El nervio vago es el más largo del cuerpo y su óptimo funcionamiento es imprescindible para mantener la buena salud y alejar el desarrollo de enfermedades.
Gobierna muchos procesos fisiológicos de los que dependen la salud y el bienestar, entre ellos la respuesta de relajación. Tiene relación con el estrés, la ansiedad y la inflamación, por lo que podemos activarlo y favorecer una mejor respuesta frente al estrés y un mayor equilibrio entre el cuerpo y la mente.

El nervio vago está involucrado en muchas funciones del cuerpo. Sin que pienses en ello, tu corazón latirá hoy 100.000 veces. Respirarás 23.000 veces. Tu sangre circulará a través de tu cuerpo tres veces por minuto, y tu hígado limpiará y desintoxicará esa sangre continuamente. La población bacteriana trabajará de forma simbiótica con tu tracto digestivo, para descomponer los alimentos que ingieras y asimilar los nutrientes que requiere cada una de tus células para funcionar.


¿Te has preguntado alguna vez cómo ocurre todo esto en ausencia de un control consciente?
¿Cómo funcionan todos estos sistemas de manera colectiva?


La respuesta está en tu Sistema Nervioso Autónomo.
Este sistema constituye una maravilla evolutiva. Es la parte del sistema nervioso que, dicho en pocas palabras, es responsable del control de las funciones corporales que no están dirigidas de modo consciente.
A medida que los humanos evolucionamos, nuestra capacidad de pensar conscientemente aumentó considerablemente, debido a que los sistemas para sobrevivir, se regularon de forma subconsciente o automática.


EQUILIBRIO ENTRE CALMA Y ACTIVIDAD

El sistema nervioso autónomo consta de dos ramas que, controladas automáticamente, intervienen en esta supervivencia:
o El Simpático aumenta la frecuencia cardiaca y la frecuencia de la respiración, envía flujo sanguíneo hacia los músculos y dilata las pupilas, nos permite luchar contra los estresores o “huir” y alejarnos de ellos.

o El Parasimpático permite relajarnos y recuperarnos de la tensión de las tareas cotidianas, y reduce la frecuencia cardiaca y la respiratoria para que respiremos de forma más profunda y plena, y entremos en modo reposo. Su control depende del Nervio Vago, crucial para la salud.


El Nervio Vago en el estrés crónico y la inflamación

El Nervio Vago, es el nervio más largo del cuerpo. Da sensibilidad al oído, permite que tragues la comida, controla las vías respiratorias y tus cuerdas vocales, controla la respiración, la frecuencia cardiaca, mantiene la presión arterial óptima, las funciones del hígado, activa la vesícula biliar, controla el hambre y la saciedad, los niveles en sangre de azúcar e insulina, la función motora del intestino, la actividad del sistema inmunitario, la inflamación intestinal y transmite la información del conjunto de las bacterias intestinales, del microbioma.

Si damos a nuestro cuerpo la oportunidad de recuperarse, puede combatir la inflamación, la obesidad, mejorar la diabetes, los problemas digestivos o las enfermedades autoinmunes.
Se puede decir que el equilibrio del Nervio Vago, es imprescindible para una vida plena y satisfactoria.

o Su desequilibrio crónico, nos conduce a la enfermedad y la disfunción. Cuando los niveles de estrés permanecen demasiado elevados durante demasiado tiempo, el Sistema Parasimpático, disminuye la capacidad de funcionar.

o También puede suceder lo contrario, ya que la sobreactivación del Sistema Parasimpático, puede ralentizar la capacidad de afrontar potenciales estresores.

El cuerpo, bajo constantes niveles de estrés, produce elevados niveles de inflamación y no tiene la oportunidad de recuperarse.


Nervio Vago en la ansiedad y otros trastornos

Nuestro cerebro aun no distingue entre estresores mentales/emocionales y estresores de supervivencia como encontrarnos con un tigre en la naturaleza. Se activan las mismas respuestas automáticas de lucha/huida/parálisis.

A diario estamos sometidos a gran cantidad de estresores, sin darnos cuenta y en general sin hacer nada para autorregularnos, por desinformación y no ser conscientes de cómo funciona nuestra biocomputadora humana.
Si damos a nuestro cuerpo la oportunidad de recuperarse, puede combatir la inflamación, la obesidad, mejorar la diabetes, las digestiones o las enfermedades autoinmunes.

Un sistema nervioso sano, que transmite información de forma óptima, es crucial para la salud.


¿Para qué este curso?

- Conocer el funcionamiento del Nervio Vago y cómo nos afecta en la salud su mal funcionamiento.
- Conocer la importancia de las dos ramas del Sistema Nervioso Autónomo para vivir una vida plena y satisfactoria.
- Cómo nos afecta el estrés y cómo aprender a gestionarlo.
- Conocer los patrones de respuesta fisiológicos del cuerpo por medio de los cuales el organismo se adapta al medio, patrones de reacción adaptativos.
- Cómo se desregula y autorregula el organismo.
- Contemplar al cuerpo como un compañero de viaje de sanación (capaz de autorregularse) y no como la causa de la enfermedad.
- Conocer la maravilla evolutiva del Sistema Nervioso Autónomo y cómo podemos influir en él.
- La importancia de hacernos responsables de nuestra salud.
- Aprender sobre el estrés y el distrés.
- Saber por qué surgen ciertos síntomas y comportamientos, aprender a autorregularse y saber que está sucediendo neurofisiológicamente.
- Conocer sobre el sistema polivagal y así comprender las reacciones ante el estrés y el comportamiento humano.
- Aprender cómo los estados autónomos actúan de forma jerárquica. (S. simpático, Vago Dorsal y Vago Ventral)
- Informarse como el trauma no está en el acontecimiento en sí, sino en el sistema nervioso. Peter Levine.
- Cómo percibir e influir en el sistema nervioso autónomo. cómo autorregularnos
- Los síntomas de los estados autónomos (Vago Ventral, Sistema Simpático, Vago Dorsal)
- Aprender reglas y técnicas para la ayuda emocional
- Cómo mejorar el funcionamiento del Nervio Vago
......


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miércoles, 10 de septiembre de 2025

El poder de las creencias


Los pensamientos generan un tipo de emociones; cada emoción que experimentamos, produce una química que circula por todo el cuerpo por medio de “neuropéptidos”.

Como lo explica la neurobióloga Candace Pert (quien llamó a estos neuropéptidos “moléculas de emoción”), cada célula se comunica con las demás y todo el cuerpo sabe lo que está pasando.

Candace dice que nuestras emociones deciden “a qué vale la pena prestarles atención”.


¿Por qué siempre emprendemos la misma clase de relaciones, o atraemos el mismo tipo de jefes, o discutimos por las mismas cosas, o hacemos las cosas de una misma determinada manera….?

Cuando pensamos o interpretamos algo, el hipotálamo libera al torrente sanguíneo el péptido que corresponde al estado emocional, cada célula tiene receptores en su superficie que están abiertos a la recepción de estos neuropéptidos, así que todo el organismo es afectado por el estado emocional.

Cuando los receptores de las células sufren un “bombardeo” constante de péptidos, pierden sensibilidad, y necesitan de más péptidos para estimularlos, esto nos torna adictos a los estados emocionales.

Cuando atravesamos experiencias emocionales repetidas, similares, que dan lugar al mismo tipo de respuesta emocional, nuestro organismo desarrolla la necesidad de este tipo de experiencias (adicción). Esto explica el por qué nos cuesta tanto cambiar y crear ciertas respuestas emocionales, es por esa inconsciente adicción a los distintos sentimientos, que la persona se ve condenada a repetir comportamientos, haciéndose adicta a la combinación de sustancias químicas que son propias de cada sentimiento que inunda el cerebro con cierta frecuencia. 
Estamos neurológicamente condicionados por nuestras experiencias para ver el mundo y estamos preprogramados para relacionarnos con los demás.

Con lo cual, se impone la necesidad de cambiar nuestros modelos internos, reprogramar nuestro cerebro, nuestros patrones emocionales, que nos afectan negativamente en nuestra vida.

Las experiencias emocionales que han sido intensas, en especial durante la niñez, quedan grabadas como creencias inconscientes incuestionables, que se convierten en verdaderos sentimientos y estados de ánimo.

De manera que la mayor parte de las convicciones que nos limitan, actúan de manera inconsciente, sin que nos demos cuenta de ello.

El cerebro sólo percibe una porción de la realidad que somos y en cuanto a percepciones, nos puede engañar totalmente (ilusiones ópticas…).

De hecho, hay ideas que de entrada las descartamos, porque contradicen lo que nuestros propios sentidos nos muestran.

Pensemos por ejemplo, en que solo dimos realidad a la existencia de microorganismos al poder verlos en el microscopio, hasta ese momento, aunque existían, se mantenían ocultos ante nuestros ojos.

A veces no nos planteamos superar los temores, los miedos, porque nos creemos en la incapacidad de hacerlo. Pero el cerebro es maleable, y las creencias se pueden cambiar, y cuando cambiamos la manera de ver las cosas, el cerebro físicamente cambia, las redes neuronales cambian y la química cerebral se modifica, esto ya está probado por las neurociencias.


Se habla de la plasticidad cerebral, podemos “cambiar el cableado”, reordenar las conexiones entre las células o redes neuronales (neuroplasticidad), como también el cerebro puede producir nuevas células cerebrales (neurogénesis) en cualquier edad de la vida; estos son dos descubrimientos revolucionarios de las neurociencias, que puede cambiar la manera de abordar la vida, la salud.



Te acompaño en el proceso.


Juana María Martínez Camacho

Terapeuta Transpersonal
Terapeuta Acompañante en Bioneuroemoción
Facilitadora Internacional CMR (Liberación de la Memoria Celular)
(Cellular Memory Release)
Anatheóresis (Psicoterapia Regresiva Perceptiva)
Formación Internacional en Psiconeuroinmunoendocrinología
(IPPNIM)
Yoga Terapéutico Integral
Especialista en técnicas de reducción del estrés (Mindfulness- Meditación-
Coherencia Cardíaca- Relajación Guiada, Visualización, Concentración, Contemplación)
Terapias Naturales Holísticas (Quiromasaje, Reiki, Reflexoterapia, Osteopatía
Craneosacral y Visceral, entre otras…)

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Quieres aprender más sobre:

¿Qué son las creencias?

¿Cómo se programan?

¿Cómo nos afectan?

¿Cómo influyen en nuestra vida emocional, en la forma de ver el mundo e interpretar los acontecimientos?

¿Cómo cambiarlas?

Y muchas cosas más….



Maitri- amor/amistad incondicional con nosotros mismos

 

CURSO MAITRI- METTA


El Maitri impulsa la autoindulgencia, la autocompasión, la amistad incondicional con nosotros mismos.

Amarse a uno mismo, pero no bajo el erróneo concepto del egoísmo, sino del amor sano, hará que nos cuidemos de manera más adecuada, a la vez que ayuda a preocuparnos también por nuestros seres queridos.

Ser conscientes de que somos importantes para nosotros mismos, nos ayuda a conocernos mejor y querernos más. Debemos otorgarnos el mismo trato que brindamos a las personas que amamos. El no hacerlo produce un gran costo para nuestro bienestar pues acabaremos maltratándonos y exponiéndonos a situaciones de riesgo.

Es importante conocer nuestras fortalezas y debilidades, asumirlas y estar comprometidos en buscar una mejora y evolución interior y exterior, sin tener que renunciar a lo que verdaderamente somos.

Maitri va más allá de la autoestima, pues es autovaloración y plena aceptación.

Cuando no sabemos amarnos a nosotros mismos, no nos aceptamos como somos, rechazamos partes nuestras, nos cuesta ser tolerantes, pacientes también con los demás.

En el caso de Maitri, no sube ni baja como lo hace la autoestima, sino que es una actitud gentil y amorosa hacia nosotros mismos cualesquiera sean las circunstancias. Supone tener paciencia ante lo que nos cuesta, reconocer nuestras limitaciones, aceptar lo que es sin forzar, sacar dramatismo a lo que nos tomamos demasiado en serio y aprender a reírse de uno mismo cuando cometemos torpezas.

No se trata de autoindulgencia, que nos debilita, por el contrario, el tratarnos bien fortalece nuestro espíritu.

Maitri implica tenernos paciencia cuando algo nos cuesta, cuando no sale como nos gustaría, aprender a reírnos de nosotros mismos y de nuestros errores, más bien es aprender de ellos, es ser tolerantes con nosotros mismos, cambiando lo que se pueda cambiar desde la aceptación primero.

La práctica de hacernos bien a nosotros mismos y elegir lo mejor para sí requiere constancia, paciencia, tolerancia, perseverancia, compromiso en el proceso de crecimiento, sin pretender lograrlo todo ya mismo, vivenciando la vida como un proceso de aprendizaje.

Es ir entrenando el hábito de amarnos y aceptarnos a nosotros mismos tal y como somos en cada momento, es practicar la no violencia cuando nos hablamos, cuando decidimos dónde poner nuestra atención y nuestros recursos más valiosos.

Hasta que no nos entrenamos, solemos utilizar la autoexigencia, la insatisfacción, la autocrítica, pocas veces nos felicitamos por lo que hacemos “bien”, por superar adversidades, por sostenernos enteros y resilientes a pesar de todos los desafíos vitales que hemos tenido que atravesar.



¿Para qué este curso?

· Para aprender qué es y qué no es Maitri

· Entrenarse en aprender a amarse a uno mismo en el día a día, de manera práctica

· Aprender a observar lo que funciona en ti y elegir responder en vez de reaccionar, salirse del “piloto automático”

· Aprender lo importante de tu actitud ante la vida desde las neurociencias

· La importancia de los mecanismos de supervivencia y los de adaptación que puedes aprender a cultivar

· Aprender cómo nos afectan las emociones y estados de ánimo (miedo, ira, ansiedad, depresión, tristeza, desesperanza, etc.) a la biología

· Aprender a escuchar y a “habitar” tu cuerpo

· La importancia de funcionar teniendo en cuenta los dos hemisferios cerebrales, sin que uno prime sobre el otro

· Como funciona, de manera diaria, práctica nuestra mente consciente y nuestra mente inconsciente

· La importancia del enfoque de la atención

· Funcionar desde el ego/personalidad, funcionar desde nuestra esencia

· Porqué nos cuesta tanto cambiar hábitos, patrones de funcionamiento

· Salirse de la reactividad, automatismo emocional

· La importancia de la respiración y los estados emocionales

· La importancia del dormir

· Sobre el Mindfulness, la autocompasión desde las neurociencias

· Aprenderás diversas prácticas para desarrollar el Maitri

· Y muchas cosas más…




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miércoles, 27 de agosto de 2025

Gratitud



Crea nuevas neuroredes en tu cerebro para vivir con menos estrés y más alegría, con mayor salud y bienestar, enfocándote en la gratitud.
La gratitud promueve en el cerebro la liberación de las hormonas que están vinculadas al bienestar y la calma, al activar el sistema nervioso parasimpático que promoviendo la activación de la respuesta de relajación, y es ese estado de relajación el que mantiene activado el sistema inmune.


¿Cómo puedes practicar la gratitud?

- Establece una práctica diaria en la que registres los dones, la gracia, los beneficios y las cosas buenas que disfrutas.
- Para agradecer por tu vida actual, es útil recordar los tiempos difíciles que has experimentado y contrastarlos con tu vida hoy.
- Reflexiona sobre tus relaciones interpersonales haciéndote las siguientes preguntas: ¿Qué he recibido de __?, ¿Qué le he dado a __? Y ¿Qué problemas y dificultades le he causado?.
- Comparte tu gratitud haciéndole saber a tu pareja, amigo o familiar cuando hayan hecho algo que valores.
- Tu cuerpo no sólo es un milagro, también es un regalo. Agradece a tus ojos, oídos, boca, nariz, sistema inmune.
- Usa recordatorios visuales que te sirvan como señales para practicar el agradecimiento.
- Escribe tu 'juramento de agradecimiento', puede ser algo como: Prometo contar mis bendiciones cada día.
- Cuida tus palabras, incluye en tu vocabulario palabras como: don, dar, bendecir, fortuna, afortunado, bendiciones, abundancia.
- Practica el 'movimiento del agradecimiento', que incluye acciones como sonreír, dar las gracias y escribir notas de agradecimiento.
- Fortalece el músculo del agradecimiento buscando situaciones y momentos por los que estás agradecido.

Marianela Castes

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sábado, 26 de julio de 2025

La Tristeza- Dr. Gabor Maté

                                         

Vivimos en una sociedad que idolatra la felicidad, la productividad, el éxito y desprecia todo lo que no encaja en ese molde. La tristeza se ha convertido en un tabú moderno, no porque sea peligrosa, sino porque nos confronta con verdades que preferimos ignorar.

Desde pequeños aprendemos que llorar es sinónimo de debilidad, que mostrar dolor es perder el control, que sentirse mal es un error a corregir, no una experiencia a comprender. Así crecemos disfrazando emociones, acumulando silencios, tragándonos las lágrimas para no incomodar a nadie.

La tristeza es un mensaje y cuando no la escuchamos, el cuerpo lo hará por nosotros. Cada vez que reprimimos una emoción legítima, algo dentro de nosotros se fragmenta. No lo notamos al principio. Aprendemos a funcionar, a cumplir, a seguir adelante. Pero con el tiempo esa tristeza encapsulada empieza a filtrar su veneno de formas inesperadas. Ansiedad, insomnio, agotamiento crónico, enfermedades físicas, crisis existenciales.

La tristeza no desaparece, simplemente cambia de forma. Se disfraza de apatía, de irritación constante, de vacío que nada puede llenar. Y cuando finalmente nos detenemos a mirar hacia adentro, descubrimos que esa emoción que intentamos sepultar sigue viva, esperando ser escuchada.

Gabor Mate, médico especializado en trauma, ha pasado décadas estudiando cómo el cuerpo expresa lo que la mente calla. Él afirma que el estrés emocional crónico, derivado de una desconexión profunda con nuestras emociones reales, es una de las raíces principales de muchas enfermedades físicas y mentales. No es solo una teoría, es una advertencia.

El precio de ignorar nuestra tristeza es altísimo y lo más peligroso es que lo pagamos lentamente, día tras día, sin siquiera darnos cuenta. Pero, ¿por qué nos cuesta tanto escuchar nuestra tristeza?

Porque nos enseñaron que sentir es sinónimo de fracasar. Porque hemos construido una cultura que glorifica la dureza emocional, la autosuficiencia tóxica, el yo puedo solo. Nos enseñaron a desconectarnos de nosotros mismos para encajar en un mundo que premia la apariencia sobre la autenticidad.

Y así, cada vez que una emoción auténtica asoma la cabeza, corremos a silenciarla con distracciones. Redes sociales, trabajo excesivo, comida, sustancias. Relaciones vacías. Todo sirve si nos ayuda a no sentir. Pero no sentir también es una decisión y es una que nos cuesta la vida. Porque la tristeza no es el enemigo, es una guía, una brújula interna que señala que algo dentro de nosotros necesita atención, cuidado, ternura. La tristeza es el lenguaje del alma cuando ya no puede gritar de otra forma.

No escucharla es como ignorar el dolor físico de una herida abierta. Puedes pretender que no existe, pero eso no detiene la infección. Gabor Maté insiste en que muchas veces confundimos salud con adaptación.

Solo porque puedas levantarte cada día, ir a trabajar y sonreír en público, no significa que estés bien. A veces nuestra capacidad de seguir adelante es precisamente lo que nos impide sanar, porque seguimos funcionando mientras nos desmoronamos por dentro. Y nadie lo nota, ni siquiera nosotros.

La tristeza cuando es escuchada puede convertirse en sanación, pero cuando es ignorada se convierte en sufrimiento crónico. Por eso Maté no invita a eliminar la tristeza, sino a dialogar con ella, a tratarla como a una amiga antigua que viene a mostrarnos lo que hemos olvidado.

No se trata de hundirse en ella, sino de recibir su mensaje, porque cada emoción tiene una función. Y la de la tristeza es avisarnos que hay algo que debe ser honrado, comprendido, llorado.

¿Te has detenido a preguntarte por qué ciertas heridas aún duelen después de años? ¿Por qué ciertos recuerdos te paralizan aunque intentes olvidarlos? ¿Por qué hay momentos en los que todo parece estar bien, pero sientes que algo falta?

Esa es tu tristeza hablándote y no quiere castigarte, quiere liberarte. La mayoría de las tristezas más profundas no se originan en el presente. Se gestan en la infancia, en esos años formativos donde cada mirada, cada gesto, cada ausencia tiene el poder de construir o destruir nuestra percepción del mundo y de nosotros mismos.

No hablamos de tragedias evidentes ni de abusos extremos. Hablamos del abandono silencioso, de la desconexión emocional, de la falta de validación. Hablamos de ese momento en que necesitabas ser escuchado y no lo fuiste. De esa vez en que lloraste y te dijeron que exagerabas, de cuando necesitabas consuelo y recibiste indiferencia.

Gabor Maté ha documentado como incluso las infancias aparentemente normales pueden estar marcadas por heridas invisibles, porque no se trata solo de lo que pasó, sino también de lo que nunca ocurrió. El cariño no recibido, el apoyo emocional ausente, el permiso para ser auténtico.

Todo eso deja marcas. El niño que no se sintió visto aprende a esconderse. El que no fue aceptado aprende a transformarse en lo que los demás quieren. Y así comienza la desconexión con uno mismo, el origen de una tristeza que acompañará toda la vida si no se confronta. El cuerpo, guarda la memoria de todo lo que la mente quiere olvidar. Y esa memoria somática se activa cada vez que vivimos una experiencia que roza esa herida original.

No lo entendemos conscientemente, pero sentimos el golpe, una palabra, un tono de voz, una mirada y de pronto todo se nubla. La tristeza vuelve no como un recuerdo, sino como una sensación corporal, opresión en el pecho, ganas de llorar sin motivo, un vacío en el estómago, una sensación de no pertenecer. Y creemos que estamos locos, que somos débiles, que no tenemos razón para sentirnos así, pero sí la hay. Está en nuestro pasado, en lo que no fue nombrado, en lo que no fue sanado. Este tipo de tristeza profunda, persistente, sutil, no se cura con frases motivacionales, ni con pensamiento positivo. Tampoco desaparece ignorándola. necesita ser abrazada con compasión, no como una enemiga, sino como una parte legítima de nosotros.

Gabor Maté propone una mirada radicalmente distinta. En lugar de preguntarnos, ¿qué tienes de malo? Deberíamos preguntarnos, ¿qué te pasó? Esa simple inversión cambia toda la narrativa, nos saca del juicio y nos lleva a la comprensión.

La mayoría de nosotros arrastra una tristeza heredada, porque nuestros padres también cargaban sus propias heridas no resueltas y sin querer, sin saberlo, las transmitieron.

A veces lo que más duele no es lo que vivimos, sino lo que faltó. Una infancia sin ternura puede parecer estable desde fuera, pero deja un desierto emocional por dentro y ese vacío crece, se expande, se filtra en nuestras relaciones, en nuestras decisiones, en nuestra forma de ver el mundo.

Hay una conexión directa entre esa tristeza temprana y los mecanismos que desarrollamos para sobrevivir emocionalmente. Algunos se vuelven complacientes, siempre buscando agradar, evitando el conflicto, temiendo el rechazo. Otros se endurecen, se vuelven fríos, distantes, para no volver a sentir el dolor del abandono. Otros se pierden en la hiperactividad, en la autoexigencia, creyendo que si hacen lo suficiente serán amados. Pero todas esas estrategias tienen un precio. Nos desconectan de quienes realmente somos.

Gabor Maté nos invita a mirar esas máscaras con honestidad, no para culparnos, sino para entendernos, porque detrás de cada tristeza hay una historia que merece ser contada. Y cuando esa historia es reconocida, cuando le damos espacio, algo dentro de nosotros comienza a sanar. No de forma mágica ni instantánea, pero sí profundamente.

La tristeza no es un error, es una señal, una brújula emocional que nos guía hacia lo que necesita atención. Cuando aprendemos a escucharla, deja de ser un monstruo del que huir y se convierte en una maestra. Una que aunque a veces habla en susurros, siempre dice la verdad.

La tristeza cuando no es reconocida no desaparece. Cambia de forma. Se transforma en hábitos, en reacciones, en formas de estar en el mundo que parecen normales, pero que en realidad son gritos disimulados del alma.

Cuántas veces has sentido que no puedes parar, que necesitas estar haciendo algo todo el tiempo, que no puedes sentarte contigo mismo en silencio porque el silencio pesa es tristeza encapsulada.

Esa urgencia constante de producir, de moverse, de no detenerse es muchas veces una forma de huida.

Gabor habla de esto como autoalienación. Vivir desconectado de uno mismo, funcionando en modo automático, cumpliendo expectativas externas mientras nuestro mundo interno se derrumba. Es una trampa invisible porque el entorno aplaude esa desconexión.

Se celebra al trabajador incansable, al que nunca se queja, al que lo puede todo. Pero detrás de esa fachada hay un ser humano agotado, triste, que hace tiempo dejó de escucharse. Y cuando la tristeza no encuentra salida a través de la palabra, busca caminos alternativos, se manifiesta en el cuerpo enfermedades autoinmunes, migrañas, insomnio, tensión muscular crónica, problemas gastrointestinales.

Muchas veces son expresiones somáticas de un dolor emocional no atendido.


                                                   El cuerpo grita lo que la mente calla.

El sufrimiento emocional no expresado se somatiza. No es una metáfora, es ciencia. Es neurología. Es biología pura, pero también se manifiesta en nuestras relaciones. La tristeza reprimida se proyecta en los otros, a veces como irritabilidad, otras como distancia emocional, como dependencia afectiva o como necesidad constante de validación. No sabemos por qué nos aferramos a personas que nos hacen daño, por qué tememos tanto estar solos. ¿Por qué nos cuesta poner límites? Y muchas veces la respuesta está en una tristeza no procesada, en esa necesidad infantil de ser vistos, amados, aceptados.

Una necesidad legítima que no fue satisfecha en su momento y que hoy intentamos llenar con lo que sea. El sufrimiento también adopta la forma de autodesprecio.

Esa voz interna que te dice que no vales, que no eres suficiente, que siempre fallas. Esa autocrítica despiadada no nace de la nada. Es la interiorización de mensajes que recibimos en la infancia. Palabras que nos marcaron, miradas que nos juzgaron, comparaciones que nos hicieron sentir inferiores. Y esa tristeza se convierte en un juez interno cruel que repite una y otra vez la misma condena. No eres digno de amor.

Gabor Mate insiste en que muchas personas que sufren depresión, adicciones o trastornos de ansiedad, en realidad están cargando con una historia no contada, una historia de tristeza ignorada, de emociones enterradas, de dolor negado. No son personas rotas, son personas heridas. Y hay una gran diferencia. Una herida puede sanar si se reconoce, pero una herida negada se infecta, se extiende, se vuelve parte de la identidad. Por eso, escuchar nuestra tristeza no es un acto de debilidad, es un acto de valentía. Es atreverse a mirar lo que duele, a nombrar lo innombrable, a sentarse con uno mismo sin juicio, con ternura, con paciencia, a preguntarse, ¿qué necesito? ¿Qué me dolió? ¿Qué parte de mí ha sido ignorada durante tanto tiempo? Son preguntas simples, pero poderosas y la respuesta muchas veces viene acompañada de lágrimas, lágrimas necesarias, porque cada lágrima es un paso hacia la verdad.

Y sí, a veces esa verdad duele porque implica reconocer que fuimos heridos, que fuimos abandonados emocionalmente, que no recibimos lo que necesitábamos. Pero también nos libera porque al nombrar la herida dejamos de ser prisioneros del pasado. Recuperamos el poder de cuidarnos, de sanarnos, de reconstruirnos.

La tristeza escuchada se transforma. Deja de ser una sombra que persigue y se convierte en una guía, una que nos conduce paso a paso hacia una versión más auténtica de nosotros mismos.

Aceptar la tristeza no significa resignarse a vivir en ella, sino abrir un espacio interno para que nos muestre su mensaje.

En una cultura que nos enseña a huir del malestar, detenerse a sentir se convierte en un acto revolucionario. Es nadar contra la corriente de la negación emocional colectiva. Es apagar el ruido para escuchar lo que el alma ha estado susurrando por años. Y aunque al principio duela, ese dolor puede convertirse en una puerta hacia la sanación.

Muchas veces lo que más tememos no es la tristeza en sí, sino lo que representa la pérdida de conexión. Conexión con los otros, con nosotros mismos, con la vida. Sentirse triste es sentirse separado, aislado, desconectado. Pero al acoger esa tristeza, al permitirnos experimentarla sin juzgarla ni apresurarnos a cambiarla, empezamos a recuperar la conexión más importante de todas. La conexión con nuestra verdad interna. La tristeza auténtica es una emoción sabia. No es una debilidad ni una enfermedad. Es una respuesta sana ante algo que ha sido herido, negado o perdido. Y como tal merece ser honrada.

Cuando alguien se permite llorar por lo que no recibió, por lo que perdió, por lo que nunca pudo decir, está limpiando las capas de negación que han oscurecido su esencia. Está volviendo a habitar su cuerpo desde otro lugar, el de la honestidad emocional.

Mate sostiene que la represión emocional no solo daña al individuo, sino que crea sistemas enteros basados en el trauma, familias, comunidades, sociedades enteras que funcionan desde el dolor no procesado. Padres que educan desde la dureza porque nunca fueron consolados. Maestros que humillan porque aún cargan su propia vergüenza. Líderes que abusan del poder porque viven desconectados de su humanidad. Todo parte del mismo punto. Una tristeza ancestral que no ha sido escuchada.

Por eso, el acto de escuchar la propia tristeza es también un acto político. Es romper el ciclo. Es decidir que la historia no se repetirá. Es permitir que la empatía entre donde antes solo había reacción automática. Y es comenzar a construir relaciones más sanas, más reales, más humanas.

Claro, no es un camino fácil. A veces al abrir la puerta a la tristeza se desbordan otras emociones: rabia, miedo, culpa, vergüenza. Todas han estado esperando ser vistas y está bien, todas tienen algo que decir.

El cuerpo sabe cómo sanar si le damos el espacio y la escucha adecuada. No se trata de forzarlo, sino de acompañarlo.

El proceso de reconectar con la tristeza puede traer memorias olvidadas, sensaciones físicas intensas, sueños vívidos, incluso crisis existenciales. Pero todo eso forma parte del proceso de volver a ser uno mismo. Y poco a poco, en medio del caos emocional aparece algo nuevo, la calma. Una calma distinta a la falsa tranquilidad de la represión. Una calma auténtica nacida de haber atravesado la oscuridad. Porque después de todo la tristeza no vino a destruirte, vino a rescatarte.


La paradoja que Gabor Maté repite con frecuencia: solo cuando somos capaces de estar con nuestra tristeza encontramos verdadera libertad. Esa libertad no es euforia ni ausencia de problemas, es presencia, es la capacidad de estar con lo que hay sin huir. Y esa es una habilidad que se cultiva. No nace sola. Después de años, incluso décadas de evitar el dolor, sentarse frente a él requiere práctica, pero también es el camino más directo hacia la integración.

La tristeza, cuando es abrazada con conciencia deja de ser un peso y se convierte en una fuente de comprensión.

Empezamos a ver los patrones que nos dominaban, las decisiones que tomamos desde el vacío, las relaciones que sosteníamos por miedo y no por amor.

Vemos con más claridad quiénes somos cuando dejamos de huir de lo que sentimos. Muchos encuentran en este proceso el verdadero sentido de espiritualidad. No una espiritualidad desconectada, escapista, sino una profundamente encarnada, la que surge cuando podemos decir, "Esto es lo que siento, esto es lo que soy ahora y está bien."

Esa aceptación radical no significa rendirse, sino reconciliarse con la vida, incluso con sus sombras. Y ahí ocurre algo inesperado. La tristeza nos conecta, nos vuelve más humanos, más compasivos, más empáticos. Cuando comprendemos nuestras propias heridas, dejamos de juzgarlas de los demás, dejamos de exigir perfección y empezamos a ver la belleza en la vulnerabilidad. El mundo deja de ser un campo de batalla y se convierte en un espacio de encuentro. Gabor Maté habla de la autenticidad como medicina. Ser uno mismo, sin máscaras, sin filtros, sin necesidad de encajar a toda costa. Pero para llegar ahí, debemos atravesar el duelo por quienes creímos que debíamos ser. Debemos dejar ir las versiones falsas de nosotros mismos, construidas para sobrevivir. Y eso inevitablemente viene acompañado de tristeza. Una tristeza sagrada, una tristeza que marca el final de una etapa y el inicio de otra.

No todos estarán preparados para verte cambiar. Algunos querrán que sigas siendo el mismo, que no incomodes, que no te salgas del molde. Pero tu tristeza es más valiente que eso. Tu tristeza quiere liberarte, no acomodarte. Y escuchándola empiezas a construir una vida más alineada con tu verdad.

Cada vez que eliges sentir en lugar de reprimir, cada vez que eliges llorar en vez de endurecerte, estás haciendo un acto de amor hacia ti mismo. Estás diciendo, "Mi dolor importa. Mi historia merece ser contada. Mi tristeza tiene un lugar y eso transforma todo. En algún punto del camino todos hemos sentido que algo no encaja, que a pesar de todo lo que hemos logrado seguimos sintiendo ese nudo en el pecho, esa angustia sin nombre, ese cansancio que no se va ni con descanso. Es ahí donde la tristeza vuelve a tocar la puerta, no como enemiga, sino como guía, porque detrás de cada emoción que evitamos hay una parte de nosotros clamando por ser reconocida.

La salud emocional no consiste en estar siempre bien, sino en estar conectados con lo que realmente sentimos, la felicidad auténtica no nace de evitar el dolor, sino de integrarlo, la tristeza no es el final, sino el inicio de un camino de autocomprensión. Escucharla, sentirla, atravesarla, es volver a casa. A esa parte de nosotros que dejamos atrás cuando aprendimos que sentir era peligroso.

Es posible que al enfrentar nuestra tristeza descubramos heridas que creíamos olvidadas, que recordemos momentos que habíamos sepultado, que surjan emociones intensas, incomodidades, incluso miedo. Pero ese proceso es parte de la alquimia emocional.

El dolor que evitamos nos esclaviza, el dolor que atravesamos nos libera. Y al otro lado de esa oscuridad empieza a surgir la luz, una luz suave, silenciosa, que no grita ni exige. Es la paz de quien se ha reconciliado consigo mismo, la fuerza de quien ha sobrevivido a sus sombras y ya no necesita esconderse. La serenidad de quien ha llorado lo que tenía que llorar y ahora puede mirar el mundo con otros ojos. Esa transformación no es instantánea ni lineal. Es un proceso, un regreso, un despertar. Y aunque el camino pueda parecer largo, vale cada paso, porque al final lo que está en juego no es solo nuestro bienestar emocional, es nuestra capacidad de vivir plenamente, de amar sin miedo, de ser sin culpa, de existir con sentido.

La tristeza no es algo que tengamos que solucionar, es algo que debemos escuchar porque trae consigo la llave de lo que hemos olvidado, nuestra humanidad. Esa humanidad que late detrás de cada lágrima, de cada temblor, de cada suspiro ahogado. Es la parte nuestra que aún anhela ser vista, abrazada, amada. Y cuando finalmente la escuchamos, ocurre algo milagroso. Empezamos a recordar quiénes somos de verdad, no lo que nos dijeron que debíamos ser, sino lo que siempre hemos sido. Con nuestras cicatrices, sí, pero también con nuestra belleza intacta, nuestra sensibilidad, nuestra fuerza, nuestra capacidad de sentir profundamente, de conectar, de sanar.

No huyas de tu tristeza. Escúchala. Ella no quiere destruirte, quiere devolverte a ti mismo. Y cuando lo haces, no solo tú cambias. Cambia tu forma de estar en el mundo, tus relaciones, tus decisiones, tu forma de amar. Porque al sanar tus heridas dejas de actuar desde el dolor y empiezas a actuar desde el amor. Tal vez tu tristeza no es el enemigo. Tal vez sea tu maestra. Tal vez sea la única que ha estado contigo cuando todos se fueron. Tal vez ha estado esperando durante años que le abras la puerta. No para hacerte daño, sino para mostrarte el camino de regreso a ti.

Puedes seguir ignorándola o puedes por fin sentarte a escuchar, porque no hay acto más valiente que mirar hacia adentro. No hay revolución más poderosa que honrar tu verdad. Y no hay libertad más grande que vivir en coherencia con lo que sientes. La tristeza es un mensaje y tú mereces escucharlo.