sábado, 26 de julio de 2025

La Tristeza- Dr. Gabor Maté

                                         

Vivimos en una sociedad que idolatra la felicidad, la productividad, el éxito y desprecia todo lo que no encaja en ese molde. La tristeza se ha convertido en un tabú moderno, no porque sea peligrosa, sino porque nos confronta con verdades que preferimos ignorar.

Desde pequeños aprendemos que llorar es sinónimo de debilidad, que mostrar dolor es perder el control, que sentirse mal es un error a corregir, no una experiencia a comprender. Así crecemos disfrazando emociones, acumulando silencios, tragándonos las lágrimas para no incomodar a nadie.

La tristeza es un mensaje y cuando no la escuchamos, el cuerpo lo hará por nosotros. Cada vez que reprimimos una emoción legítima, algo dentro de nosotros se fragmenta. No lo notamos al principio. Aprendemos a funcionar, a cumplir, a seguir adelante. Pero con el tiempo esa tristeza encapsulada empieza a filtrar su veneno de formas inesperadas. Ansiedad, insomnio, agotamiento crónico, enfermedades físicas, crisis existenciales.

La tristeza no desaparece, simplemente cambia de forma. Se disfraza de apatía, de irritación constante, de vacío que nada puede llenar. Y cuando finalmente nos detenemos a mirar hacia adentro, descubrimos que esa emoción que intentamos sepultar sigue viva, esperando ser escuchada.

Gabor Mate, médico especializado en trauma, ha pasado décadas estudiando cómo el cuerpo expresa lo que la mente calla. Él afirma que el estrés emocional crónico, derivado de una desconexión profunda con nuestras emociones reales, es una de las raíces principales de muchas enfermedades físicas y mentales. No es solo una teoría, es una advertencia.

El precio de ignorar nuestra tristeza es altísimo y lo más peligroso es que lo pagamos lentamente, día tras día, sin siquiera darnos cuenta. Pero, ¿por qué nos cuesta tanto escuchar nuestra tristeza?

Porque nos enseñaron que sentir es sinónimo de fracasar. Porque hemos construido una cultura que glorifica la dureza emocional, la autosuficiencia tóxica, el yo puedo solo. Nos enseñaron a desconectarnos de nosotros mismos para encajar en un mundo que premia la apariencia sobre la autenticidad.

Y así, cada vez que una emoción auténtica asoma la cabeza, corremos a silenciarla con distracciones. Redes sociales, trabajo excesivo, comida, sustancias. Relaciones vacías. Todo sirve si nos ayuda a no sentir. Pero no sentir también es una decisión y es una que nos cuesta la vida. Porque la tristeza no es el enemigo, es una guía, una brújula interna que señala que algo dentro de nosotros necesita atención, cuidado, ternura. La tristeza es el lenguaje del alma cuando ya no puede gritar de otra forma.

No escucharla es como ignorar el dolor físico de una herida abierta. Puedes pretender que no existe, pero eso no detiene la infección. Gabor Maté insiste en que muchas veces confundimos salud con adaptación.

Solo porque puedas levantarte cada día, ir a trabajar y sonreír en público, no significa que estés bien. A veces nuestra capacidad de seguir adelante es precisamente lo que nos impide sanar, porque seguimos funcionando mientras nos desmoronamos por dentro. Y nadie lo nota, ni siquiera nosotros.

La tristeza cuando es escuchada puede convertirse en sanación, pero cuando es ignorada se convierte en sufrimiento crónico. Por eso Maté no invita a eliminar la tristeza, sino a dialogar con ella, a tratarla como a una amiga antigua que viene a mostrarnos lo que hemos olvidado.

No se trata de hundirse en ella, sino de recibir su mensaje, porque cada emoción tiene una función. Y la de la tristeza es avisarnos que hay algo que debe ser honrado, comprendido, llorado.

¿Te has detenido a preguntarte por qué ciertas heridas aún duelen después de años? ¿Por qué ciertos recuerdos te paralizan aunque intentes olvidarlos? ¿Por qué hay momentos en los que todo parece estar bien, pero sientes que algo falta?

Esa es tu tristeza hablándote y no quiere castigarte, quiere liberarte. La mayoría de las tristezas más profundas no se originan en el presente. Se gestan en la infancia, en esos años formativos donde cada mirada, cada gesto, cada ausencia tiene el poder de construir o destruir nuestra percepción del mundo y de nosotros mismos.

No hablamos de tragedias evidentes ni de abusos extremos. Hablamos del abandono silencioso, de la desconexión emocional, de la falta de validación. Hablamos de ese momento en que necesitabas ser escuchado y no lo fuiste. De esa vez en que lloraste y te dijeron que exagerabas, de cuando necesitabas consuelo y recibiste indiferencia.

Gabor Maté ha documentado como incluso las infancias aparentemente normales pueden estar marcadas por heridas invisibles, porque no se trata solo de lo que pasó, sino también de lo que nunca ocurrió. El cariño no recibido, el apoyo emocional ausente, el permiso para ser auténtico.

Todo eso deja marcas. El niño que no se sintió visto aprende a esconderse. El que no fue aceptado aprende a transformarse en lo que los demás quieren. Y así comienza la desconexión con uno mismo, el origen de una tristeza que acompañará toda la vida si no se confronta. El cuerpo, guarda la memoria de todo lo que la mente quiere olvidar. Y esa memoria somática se activa cada vez que vivimos una experiencia que roza esa herida original.

No lo entendemos conscientemente, pero sentimos el golpe, una palabra, un tono de voz, una mirada y de pronto todo se nubla. La tristeza vuelve no como un recuerdo, sino como una sensación corporal, opresión en el pecho, ganas de llorar sin motivo, un vacío en el estómago, una sensación de no pertenecer. Y creemos que estamos locos, que somos débiles, que no tenemos razón para sentirnos así, pero sí la hay. Está en nuestro pasado, en lo que no fue nombrado, en lo que no fue sanado. Este tipo de tristeza profunda, persistente, sutil, no se cura con frases motivacionales, ni con pensamiento positivo. Tampoco desaparece ignorándola. necesita ser abrazada con compasión, no como una enemiga, sino como una parte legítima de nosotros.

Gabor Maté propone una mirada radicalmente distinta. En lugar de preguntarnos, ¿qué tienes de malo? Deberíamos preguntarnos, ¿qué te pasó? Esa simple inversión cambia toda la narrativa, nos saca del juicio y nos lleva a la comprensión.

La mayoría de nosotros arrastra una tristeza heredada, porque nuestros padres también cargaban sus propias heridas no resueltas y sin querer, sin saberlo, las transmitieron.

A veces lo que más duele no es lo que vivimos, sino lo que faltó. Una infancia sin ternura puede parecer estable desde fuera, pero deja un desierto emocional por dentro y ese vacío crece, se expande, se filtra en nuestras relaciones, en nuestras decisiones, en nuestra forma de ver el mundo.

Hay una conexión directa entre esa tristeza temprana y los mecanismos que desarrollamos para sobrevivir emocionalmente. Algunos se vuelven complacientes, siempre buscando agradar, evitando el conflicto, temiendo el rechazo. Otros se endurecen, se vuelven fríos, distantes, para no volver a sentir el dolor del abandono. Otros se pierden en la hiperactividad, en la autoexigencia, creyendo que si hacen lo suficiente serán amados. Pero todas esas estrategias tienen un precio. Nos desconectan de quienes realmente somos.

Gabor Maté nos invita a mirar esas máscaras con honestidad, no para culparnos, sino para entendernos, porque detrás de cada tristeza hay una historia que merece ser contada. Y cuando esa historia es reconocida, cuando le damos espacio, algo dentro de nosotros comienza a sanar. No de forma mágica ni instantánea, pero sí profundamente.

La tristeza no es un error, es una señal, una brújula emocional que nos guía hacia lo que necesita atención. Cuando aprendemos a escucharla, deja de ser un monstruo del que huir y se convierte en una maestra. Una que aunque a veces habla en susurros, siempre dice la verdad.

La tristeza cuando no es reconocida no desaparece. Cambia de forma. Se transforma en hábitos, en reacciones, en formas de estar en el mundo que parecen normales, pero que en realidad son gritos disimulados del alma.

Cuántas veces has sentido que no puedes parar, que necesitas estar haciendo algo todo el tiempo, que no puedes sentarte contigo mismo en silencio porque el silencio pesa es tristeza encapsulada.

Esa urgencia constante de producir, de moverse, de no detenerse es muchas veces una forma de huida.

Gabor habla de esto como autoalienación. Vivir desconectado de uno mismo, funcionando en modo automático, cumpliendo expectativas externas mientras nuestro mundo interno se derrumba. Es una trampa invisible porque el entorno aplaude esa desconexión.

Se celebra al trabajador incansable, al que nunca se queja, al que lo puede todo. Pero detrás de esa fachada hay un ser humano agotado, triste, que hace tiempo dejó de escucharse. Y cuando la tristeza no encuentra salida a través de la palabra, busca caminos alternativos, se manifiesta en el cuerpo enfermedades autoinmunes, migrañas, insomnio, tensión muscular crónica, problemas gastrointestinales.

Muchas veces son expresiones somáticas de un dolor emocional no atendido.


                                                   El cuerpo grita lo que la mente calla.

El sufrimiento emocional no expresado se somatiza. No es una metáfora, es ciencia. Es neurología. Es biología pura, pero también se manifiesta en nuestras relaciones. La tristeza reprimida se proyecta en los otros, a veces como irritabilidad, otras como distancia emocional, como dependencia afectiva o como necesidad constante de validación. No sabemos por qué nos aferramos a personas que nos hacen daño, por qué tememos tanto estar solos. ¿Por qué nos cuesta poner límites? Y muchas veces la respuesta está en una tristeza no procesada, en esa necesidad infantil de ser vistos, amados, aceptados.

Una necesidad legítima que no fue satisfecha en su momento y que hoy intentamos llenar con lo que sea. El sufrimiento también adopta la forma de autodesprecio.

Esa voz interna que te dice que no vales, que no eres suficiente, que siempre fallas. Esa autocrítica despiadada no nace de la nada. Es la interiorización de mensajes que recibimos en la infancia. Palabras que nos marcaron, miradas que nos juzgaron, comparaciones que nos hicieron sentir inferiores. Y esa tristeza se convierte en un juez interno cruel que repite una y otra vez la misma condena. No eres digno de amor.

Gabor Mate insiste en que muchas personas que sufren depresión, adicciones o trastornos de ansiedad, en realidad están cargando con una historia no contada, una historia de tristeza ignorada, de emociones enterradas, de dolor negado. No son personas rotas, son personas heridas. Y hay una gran diferencia. Una herida puede sanar si se reconoce, pero una herida negada se infecta, se extiende, se vuelve parte de la identidad. Por eso, escuchar nuestra tristeza no es un acto de debilidad, es un acto de valentía. Es atreverse a mirar lo que duele, a nombrar lo innombrable, a sentarse con uno mismo sin juicio, con ternura, con paciencia, a preguntarse, ¿qué necesito? ¿Qué me dolió? ¿Qué parte de mí ha sido ignorada durante tanto tiempo? Son preguntas simples, pero poderosas y la respuesta muchas veces viene acompañada de lágrimas, lágrimas necesarias, porque cada lágrima es un paso hacia la verdad.

Y sí, a veces esa verdad duele porque implica reconocer que fuimos heridos, que fuimos abandonados emocionalmente, que no recibimos lo que necesitábamos. Pero también nos libera porque al nombrar la herida dejamos de ser prisioneros del pasado. Recuperamos el poder de cuidarnos, de sanarnos, de reconstruirnos.

La tristeza escuchada se transforma. Deja de ser una sombra que persigue y se convierte en una guía, una que nos conduce paso a paso hacia una versión más auténtica de nosotros mismos.

Aceptar la tristeza no significa resignarse a vivir en ella, sino abrir un espacio interno para que nos muestre su mensaje.

En una cultura que nos enseña a huir del malestar, detenerse a sentir se convierte en un acto revolucionario. Es nadar contra la corriente de la negación emocional colectiva. Es apagar el ruido para escuchar lo que el alma ha estado susurrando por años. Y aunque al principio duela, ese dolor puede convertirse en una puerta hacia la sanación.

Muchas veces lo que más tememos no es la tristeza en sí, sino lo que representa la pérdida de conexión. Conexión con los otros, con nosotros mismos, con la vida. Sentirse triste es sentirse separado, aislado, desconectado. Pero al acoger esa tristeza, al permitirnos experimentarla sin juzgarla ni apresurarnos a cambiarla, empezamos a recuperar la conexión más importante de todas. La conexión con nuestra verdad interna. La tristeza auténtica es una emoción sabia. No es una debilidad ni una enfermedad. Es una respuesta sana ante algo que ha sido herido, negado o perdido. Y como tal merece ser honrada.

Cuando alguien se permite llorar por lo que no recibió, por lo que perdió, por lo que nunca pudo decir, está limpiando las capas de negación que han oscurecido su esencia. Está volviendo a habitar su cuerpo desde otro lugar, el de la honestidad emocional.

Mate sostiene que la represión emocional no solo daña al individuo, sino que crea sistemas enteros basados en el trauma, familias, comunidades, sociedades enteras que funcionan desde el dolor no procesado. Padres que educan desde la dureza porque nunca fueron consolados. Maestros que humillan porque aún cargan su propia vergüenza. Líderes que abusan del poder porque viven desconectados de su humanidad. Todo parte del mismo punto. Una tristeza ancestral que no ha sido escuchada.

Por eso, el acto de escuchar la propia tristeza es también un acto político. Es romper el ciclo. Es decidir que la historia no se repetirá. Es permitir que la empatía entre donde antes solo había reacción automática. Y es comenzar a construir relaciones más sanas, más reales, más humanas.

Claro, no es un camino fácil. A veces al abrir la puerta a la tristeza se desbordan otras emociones: rabia, miedo, culpa, vergüenza. Todas han estado esperando ser vistas y está bien, todas tienen algo que decir.

El cuerpo sabe cómo sanar si le damos el espacio y la escucha adecuada. No se trata de forzarlo, sino de acompañarlo.

El proceso de reconectar con la tristeza puede traer memorias olvidadas, sensaciones físicas intensas, sueños vívidos, incluso crisis existenciales. Pero todo eso forma parte del proceso de volver a ser uno mismo. Y poco a poco, en medio del caos emocional aparece algo nuevo, la calma. Una calma distinta a la falsa tranquilidad de la represión. Una calma auténtica nacida de haber atravesado la oscuridad. Porque después de todo la tristeza no vino a destruirte, vino a rescatarte.


La paradoja que Gabor Maté repite con frecuencia: solo cuando somos capaces de estar con nuestra tristeza encontramos verdadera libertad. Esa libertad no es euforia ni ausencia de problemas, es presencia, es la capacidad de estar con lo que hay sin huir. Y esa es una habilidad que se cultiva. No nace sola. Después de años, incluso décadas de evitar el dolor, sentarse frente a él requiere práctica, pero también es el camino más directo hacia la integración.

La tristeza, cuando es abrazada con conciencia deja de ser un peso y se convierte en una fuente de comprensión.

Empezamos a ver los patrones que nos dominaban, las decisiones que tomamos desde el vacío, las relaciones que sosteníamos por miedo y no por amor.

Vemos con más claridad quiénes somos cuando dejamos de huir de lo que sentimos. Muchos encuentran en este proceso el verdadero sentido de espiritualidad. No una espiritualidad desconectada, escapista, sino una profundamente encarnada, la que surge cuando podemos decir, "Esto es lo que siento, esto es lo que soy ahora y está bien."

Esa aceptación radical no significa rendirse, sino reconciliarse con la vida, incluso con sus sombras. Y ahí ocurre algo inesperado. La tristeza nos conecta, nos vuelve más humanos, más compasivos, más empáticos. Cuando comprendemos nuestras propias heridas, dejamos de juzgarlas de los demás, dejamos de exigir perfección y empezamos a ver la belleza en la vulnerabilidad. El mundo deja de ser un campo de batalla y se convierte en un espacio de encuentro. Gabor Maté habla de la autenticidad como medicina. Ser uno mismo, sin máscaras, sin filtros, sin necesidad de encajar a toda costa. Pero para llegar ahí, debemos atravesar el duelo por quienes creímos que debíamos ser. Debemos dejar ir las versiones falsas de nosotros mismos, construidas para sobrevivir. Y eso inevitablemente viene acompañado de tristeza. Una tristeza sagrada, una tristeza que marca el final de una etapa y el inicio de otra.

No todos estarán preparados para verte cambiar. Algunos querrán que sigas siendo el mismo, que no incomodes, que no te salgas del molde. Pero tu tristeza es más valiente que eso. Tu tristeza quiere liberarte, no acomodarte. Y escuchándola empiezas a construir una vida más alineada con tu verdad.

Cada vez que eliges sentir en lugar de reprimir, cada vez que eliges llorar en vez de endurecerte, estás haciendo un acto de amor hacia ti mismo. Estás diciendo, "Mi dolor importa. Mi historia merece ser contada. Mi tristeza tiene un lugar y eso transforma todo. En algún punto del camino todos hemos sentido que algo no encaja, que a pesar de todo lo que hemos logrado seguimos sintiendo ese nudo en el pecho, esa angustia sin nombre, ese cansancio que no se va ni con descanso. Es ahí donde la tristeza vuelve a tocar la puerta, no como enemiga, sino como guía, porque detrás de cada emoción que evitamos hay una parte de nosotros clamando por ser reconocida.

La salud emocional no consiste en estar siempre bien, sino en estar conectados con lo que realmente sentimos, la felicidad auténtica no nace de evitar el dolor, sino de integrarlo, la tristeza no es el final, sino el inicio de un camino de autocomprensión. Escucharla, sentirla, atravesarla, es volver a casa. A esa parte de nosotros que dejamos atrás cuando aprendimos que sentir era peligroso.

Es posible que al enfrentar nuestra tristeza descubramos heridas que creíamos olvidadas, que recordemos momentos que habíamos sepultado, que surjan emociones intensas, incomodidades, incluso miedo. Pero ese proceso es parte de la alquimia emocional.

El dolor que evitamos nos esclaviza, el dolor que atravesamos nos libera. Y al otro lado de esa oscuridad empieza a surgir la luz, una luz suave, silenciosa, que no grita ni exige. Es la paz de quien se ha reconciliado consigo mismo, la fuerza de quien ha sobrevivido a sus sombras y ya no necesita esconderse. La serenidad de quien ha llorado lo que tenía que llorar y ahora puede mirar el mundo con otros ojos. Esa transformación no es instantánea ni lineal. Es un proceso, un regreso, un despertar. Y aunque el camino pueda parecer largo, vale cada paso, porque al final lo que está en juego no es solo nuestro bienestar emocional, es nuestra capacidad de vivir plenamente, de amar sin miedo, de ser sin culpa, de existir con sentido.

La tristeza no es algo que tengamos que solucionar, es algo que debemos escuchar porque trae consigo la llave de lo que hemos olvidado, nuestra humanidad. Esa humanidad que late detrás de cada lágrima, de cada temblor, de cada suspiro ahogado. Es la parte nuestra que aún anhela ser vista, abrazada, amada. Y cuando finalmente la escuchamos, ocurre algo milagroso. Empezamos a recordar quiénes somos de verdad, no lo que nos dijeron que debíamos ser, sino lo que siempre hemos sido. Con nuestras cicatrices, sí, pero también con nuestra belleza intacta, nuestra sensibilidad, nuestra fuerza, nuestra capacidad de sentir profundamente, de conectar, de sanar.

No huyas de tu tristeza. Escúchala. Ella no quiere destruirte, quiere devolverte a ti mismo. Y cuando lo haces, no solo tú cambias. Cambia tu forma de estar en el mundo, tus relaciones, tus decisiones, tu forma de amar. Porque al sanar tus heridas dejas de actuar desde el dolor y empiezas a actuar desde el amor. Tal vez tu tristeza no es el enemigo. Tal vez sea tu maestra. Tal vez sea la única que ha estado contigo cuando todos se fueron. Tal vez ha estado esperando durante años que le abras la puerta. No para hacerte daño, sino para mostrarte el camino de regreso a ti.

Puedes seguir ignorándola o puedes por fin sentarte a escuchar, porque no hay acto más valiente que mirar hacia adentro. No hay revolución más poderosa que honrar tu verdad. Y no hay libertad más grande que vivir en coherencia con lo que sientes. La tristeza es un mensaje y tú mereces escucharlo.



jueves, 3 de julio de 2025

Enfermedades “Psicosomáticas” - Síndrome Mente/cuerpo


El dolor real, puede ser causado tanto por estados de enfermedad física, como por procesos neuroplásticos que activan circuitos neuronales aprendidos, cosa que se daría en un trastorno psicofisiológico.

Cualquier dolor se experimenta en el cerebro.

El cerebro puede desactivar el dolor, incluso cuando el cuerpo esté lesionado o tenga algún daño en los tejidos.
Igual, el dolor puede ocurrir cuando no hay lesiones físicas o daños en los tejidos, esto es muy común.

El dolor no está en la cabeza, está en el cerebro!

El cerebro, puede crear una amplia variedad de síntomas leves o severos, en cualquier zona del cuerpo.
Los síntomas, no están en tu cabeza, son reales, son causados por un conjunto de conexiones neuronales aprendidas que han sido sensibilizadas y son causadas por el Síndrome Cuerpo/Mente.

Uno de los aspectos más difíciles de entender de este síndrome, es que los síntomas pueden ser muy severos, aunque no haya un daño patológico o lesión física o problema psiquiátrico grave.

El cerebro subconsciente es la fuerza motriz de las reacciones psicofisiológicas. El subconsciente controla nuestras funciones corporales para protegernos y ayudarnos a adaptarnos a nuestro entorno. Nuestras reacciones a nuestro entorno, dependen tanto de la codificación innata de nuestro cerebro, como de la aprendida.

A lo largo de nuestra vida, nuestro cerebro aprende a responder a situaciones potencialmente peligrosas y como Hebb apuntó: las neuronas que se activan juntas, permanecerán conectadas, es probable que esas vías neuronales se disparen cuanto más se activen.
El subconsciente controla no solo las respuestas a nuestro entorno, sino también lo que percibimos.

El dolor es un mecanismo de protección. El cerebro intenta decirnos que estamos en peligro, intenta protegernos, sin embargo en el síndrome mente/cuerpo, la amenaza no es una lesión física, sino más bien, algún tipo de situación social que nuestro cerebro, ha decidido que es peligrosa, pero los síntomas no son imaginarios.

El propósito de los síntomas, es que hagamos algo. Cuando conseguimos descubrir que ciertos síntomas son realmente mente/cuerpo, la mente a menudo crea nuevos síntomas (o resucita los viejos), entonces te preocupas por los nuevos síntomas, te preguntas si hay algo físicamente averiado en tu cuerpo (cerebro incluido), te inquieta que los médicos no detecten algo, dudas del diagnóstico “síndrome mente/cuerpo” y te concentras en los síntomas todo el tiempo, estos pensamientos obsesivos, son otra forma del síndrome, nuestras mentes crean más miedo.

Está comprobado en estudios neurocientíficos, que cuando experimentamos situaciones difíciles o estresantes, especialmente si hemos tenido un estrés significativo en una etapa anterior de la vida y si no podemos expresar o mostrar cómo nos sentimos, estaremos en riesgo de que nuestro cuerpo experimente dolor.

A veces la señal dolorosa que experimentamos, puede estar distorsionada, y la intensidad con la que recibiremos esta respuesta amenazante (dolor) vendrá modificada y/o alterada por nuestra forma de ser y multitud de factores psicosociales.

Hay que ir a la causa del síndrome: las conexiones nerviosas dolorosas que han sido aprendidas por el cuerpo-mente.

Las áreas del cerebro que se activan por lesiones físicas, son exactamente las mismas que lo hacen por heridas emocionales. Los recuerdos emocionales son permanentes (hasta que se gestionen): las heridas que ocurrieron en el pasado, no desaparecen simplemente con el paso del tiempo.

Las lecciones aprendidas los primeros años de vida, crean improntas que se almacenan en la amígdala y en otras áreas del cerebro. Si en la tierna infancia tuvimos traumas severos psicológicos, los síntomas del síndrome pueden comenzar inmediatamente y son susceptibles de persistir por muchos años.
Pero a menudo, el estrés emocional padecido en los primeros años de vida, no causa el desarrollo de los síntomas de manera inmediata; mas habitualmente, son los eventos estresantes que ocurren más tarde, a lo largo de nuestra existencia, los que pueden reabrir las heridas emocionales almacenadas y dar paso al desarrollo de síntomas correspondientes al síndrome. Esto es común, aunque no imprescindible, cuando las situaciones presentes, son bastante similares desde el punto de vista emocional, a las ya vividas anteriormente.

Muchas investigaciones, han demostrado cómo el cerebro controla realmente el dolor. Todo dolor tiene componentes sensoriales, cognitivos y afectivos (Wager et al., 2004).

El componente sensorial incluye descripciones de cómo se siente el dolor: presión, ardor, punzadas, entumecimiento...

El componente cognitivo es lo que se piensa sobre el dolor: cuál es la causa, si se cree que es temporal o permanente, controlable o superable...

El componente afectivo consiste en los sentimientos y emociones sobre el dolor: el miedo, la preocupación, la ira, el rencor...

Las emociones que habitualmente se almacenan en esta memoria emocional, son el miedo, la ira/rabia/furia/, la culpa y la tristeza o la aflicción.
La clave para comprender el síndrome mente/cuerpo, es la señal de peligro que se enciende en la amígdala cerebral. En las personas que han sido sensibilizadas por el estrés de la vida cotidiana, la amígdala puede reaccionar automática y exageradamente a eventos vitales, que no son realmente peligrosos.
La señal de peligro pone en marcha tanto en el cerebro, como en el resto del cuerpo, una compleja serie de reacciones que dan como resultado dolor, ansiedad, depresión u otros síntomas característicos del síndrome. Tomado en su totalidad, esto se conoce comúnmente como reacción de lucha/huida/parálisis (mecanismo del estrés).

Afortunadamente, el córtex dorsolateral prefrontal y otras áreas que están en la parte consciente del cerebro (en el lóbulo frontal), pueden revertir el círculo vicioso del dolor, controlando las rutas del subconsciente que lo producen.
El córtex dorsolateral prefrontal es tan poderoso, que puede eliminar las experiencias dolorosas.
Cuando se activa el córtex dorsolateral prefrontal, el córtex cingulado anterior (la zona que exacerba el dolor) se desactiva automáticamente, con lo que se reduce aún más el dolor.

Disminuir la actividad del córtex cingulado anterior y del sistema nervioso autónomo, mediante el aumento de la actividad del córtex dorsolateral prefrontal; extinguir los desencadenantes que perpetúan el dolor y disminuir las respuestas emocionales de la amígdala; todo ello, interrumpe el círculo vicioso del dolor, como otros síntomas que se corresponden a estos trastornos cuerpo/mente.

Los procesos que llevan a cabo unos hiperactivos Sistema nervioso autónomo y córtex cingulado anterior, producen unos espasmos y tensión muscular excesiva (desencadenados por una gran variedad de actividades, sustancias químicas y situaciones) y son la causa de la mayoría de dolores de cuello, dolores de espalda, cefaleas tensionales, migrañas, espasmos y molestias intestinales, espasmos de vejiga, dolores corporales extensivos (fibromialgia), y muchas otras condiciones crónicas.

Cuando se tienen algunos de estos síntomas y las pruebas convencionales no identifican ninguna patología médica, estas son buenas noticias, pues no se trata de una enfermedad o patología, sino un síndrome mente/cuerpo y esto, tiene fácil solución:

Desaprender el dolor crónico y reentrenar el cerebro:

Es averiguar qué procesos físicos y psicológicos han contribuido a crear y perpetuar los síntomas, y luego, trabajar en la reprogramación del cerebro con el fin de extinguir el círculo vicioso neurológico, en el que te encuentras atrapado.



¿Para qué este curso?

- Para conocer sobre cómo funciona el cerebro, los mecanismos del dolor, el para qué del dolor, desde la biología, la psicología, las neurociencias…

- Aprender a ir a la causa del síndrome, las conexiones nerviosas dolorosas que han sido aprendidas por el cuerpo-mente; y desaprenderlas.

- Se propone en este curso una gran cantidad de ejercicios para que puedas implementar en tu día a día.

Basado en mi propia experiencia con el dolor crónico y las investigaciones en este campo de médicos de trayectoria como el Dr. Schubiner (certificado en pediatría, medicina adolescente y medicina interna. Profesor titular en la Universidad Estatal de Wayne durante 18 años, trabaja en el Hospital Providence en Southfield, MI. El Dr. Schubiner enseña Meditación de atención plena, que ayuda a las personas a sobrellevar el estrés y las ansiedades de la vida diaria.
Es el fundador y director del Programa de Medicina Mente y Cuerpo en el Hospital Providence. Este programa utiliza las metodologías de investigación más actuales para tratar a las personas que padecen el síndrome de mente y cuerpo (MBS) o el síndrome de miositis por tensión (TMS) según lo descrito por el Dr. John Sarno.

El curso también está basado en las investigaciones del Dr. Sarno (se graduó en el colegio de médicos y cirujanos de la Universidad de Columbia en 1950. En 1965 fue nombrado director del Departamento de Medicina Ambulatoria en el Instituto Rusk.
Es el creador del método de diagnóstico y tratamiento del Síndrome de miositis tensional o Neuromuscular SMT o TMS por sus siglas en inglés (síndrome mente/cuerpo), el cual no ha sido oficialmente aceptado por parte de la medicina convencional.
Sarno aseguró haber tratado exitosamente a más de diez mil pacientes en el Instituto Rusk de Nueva York, lo que según él, evidencia la veracidad de su teoría y la efectividad de su tratamiento, incluso en pacientes con fibromialgia.
Su obra más reciente, escrita en colaboración con otros doctores, abarca el espectro total de los procesos fisiológicos mente-cuerpo y en sus antecedentes históricos dentro de la ciencia médica)

También nos basamos en las investigaciones de las neurociencias y de las psicologías.

Has de comprender que un proceso terapéutico requiere compromiso, entusiasmo, amabilidad con uno mismo, entrenamiento para desaprender los patrones y creencias limitantes, sanar las heridas que mantienen encerradas las emociones de manera inconsciente y aprender a gestionar las emociones saludablemente, crear nuevas maneras de estar en la vida.


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lunes, 5 de mayo de 2025

¿Sabías los múltiples beneficios de la risa?


Los expertos dicen que la risa tiene múltiple ventajas:

- Inmuniza contra la depresión y angustia.

- Cuando uno se ríe segrega más adrenalina, lo que potencia la creatividad y la imaginación.

- Al reir, el cerebro hace que nuestro cuerpo segregue endorfinas, sedantes naturales del cerebro similares a la morfina; esas segregaciones que actúan como drogas naturales que circulan por el organismo, resultan cientos de veces más fuertes que la heroína y la morfina, además son gratuitas y no tienen efectos secundarios. Por eso cinco o seis minutos de risa continua actúan como un analgésico.

- Al reirnos estamos haciendo ejercicio: Con cada carcajada se ponen en marcha cerca de 400 músculos, incluidos algunos del estómago que sólo se pueden ejercitar con la risa.

- Actúa como un masaje: La columna vertebral y cervicales que es donde por lo general se acumulan tensiones, se estiran al reirnos. 
Además se estimula el bazo y se eliminan las toxinas. Con este movimiento el diafragma origina un masaje interno que facilita la digestión y ayuda a reducir los ácidos grasos y las sustancias tóxicas.

- Nos limpia: Al reirnos se lubrica y limpian los ojos con lágrimas. La carcajada hace vibrar la cabeza y se despeja la nariz y el oído.

- Oxigenación: Cundo ríes entra el doble de aire en los pulmones, de ahí que la piel se oxigene más. En concreto, los pulmones mueven 12 litros de aire en vez de los 6 habituales, lo que mejora la respiración y aumenta la oxigenación. Con esto se desmiente la idea de que la risa provoca arrugas en el rostro, al contrario lo tonifica.

- La risa nos da felicidad: Además de favorecer en la producción de endorfinas, también hay más encefalinas en el cerebro, ambos neurotransmisores (formados por cadenas de aminoácidos) que se encuentran sobretodo en el sistema límbico y cuya función es combatir el dolor.


domingo, 27 de abril de 2025

Escritura terapéutica- Narración.


Narrar tus imágenes, sensaciones, emociones, pensamientos, impulsos, necesidades y deseos, es muy importante.

1. Nos pone en contacto con lo que pensamos, sentimos y nos pide el cuerpo llevar a cabo.

2. Para escribirlo interviene todo nuestro cerebro: el neocórtex procesa la información tanto con el hemisferio derecho, donde están las sensaciones, sentimientos y percepciones globales, como con el hemisferio izquierdo, donde está el lenguaje, la estructura, el orden. Así que estamos conectando ambos hemisferios, cuando narramos lo que pensamos y sentimos.

3. Al narrar lo que imaginamos o recordamos, se van a activar recuerdos y emociones asociadas, y estas emociones nos van a indicar temas inconclusos o no resueltos que podemos trabajar.

4. Va a viajar información de nuestro inconsciente a nuestro consciente, y nos vamos a dar cuenta de cosas de las que no éramos conscientes.

5. Si estamos en el estado de ánimo adecuado, es decir, receptivos, curiosos, no juzgadores, aceptadores y amorosos hacia nosotros, el hacer este proceso, va a ser una experiencia sanadora.

6. Si cuando lo hemos escrito, lo dejamos reposar y lo volvemos a leer pasados unos días, nos daremos cuenta de muchas más cosas, porque ahora lo leeremos desde fuera, como si nos lo estuviera contando otra persona.

7. Al leer lo que hemos escrito es probable que nos hayamos distanciado del problema y nos observemos

8. Perdonarnos significa entendernos, aceptar que «lo hicimos lo mejor que supimos en ese momento», aunque ahora, a raíz de ese incidente, hayamos aprendido a hacerlo mejor

9. Si una vez que lo hemos asimilado, le hacemos un ritual como quemarlo, enterrarlo, encuadernarlo, nuestro inconsciente entenderá que eso ya está resuelto y reorganizará la información de manera que pase a una memoria más remota.

V. Cardaso




miércoles, 9 de abril de 2025

¿Cómo programa el cerebro?


El cerebro es un órgano con funciones complejas que recibe una gran cantidad de estímulos, a los que debe procesar y decidir qué hacer con ellos en cada momento.

Una vez que el estímulo se repite lo suficiente, el cerebro procede a grabarlo en sus redes neuronales, de manera que ya no tendremos que pensar ante un estímulo similar, porque la respuesta surge de manera automática.

En principio, esta forma de aprender, es muy útil, porque imagina, si cada vez que te tienes que poner los zapatos, tuvieras que aprender cada movimiento para hacerlo… o, si cada vez que pongas en marcha tus piernas para andar, tuvieras que estar pendiente de un pie y luego del otro…., una vez aprendido, te calzas casi sin pensarlo, y caminas sin siquiera darte cuenta, son acciones que en su momento se grabaron a fuerza de repetición y ahora surgen de manera automática: automatismos.


Los programas, los vamos formando con los aprendizajes en la niñez: los mayores, el entorno nos va “programando”, aprendemos a funcionar de determinadas maneras y luego respondemos mecánicamente ante las circunstancias, sin volverlas a someter a evaluaciones, dando por realidad muchos conceptos, creencias, que ya no cuestionamos.

Esto es el condicionamiento: a tal estímulo, tal respuesta…

También grabamos al vivir experiencias traumáticas, situaciones extremas, que dejan una huella profunda en el cerebro, estas experiencias pueden venir de la niñez o también de otros períodos de la vida.


Con respecto a los aprendizajes automáticos por repetición, que son muy útiles en muchas ocasiones en la vida diaria y nos apoyan en la adaptación al entorno, presentan el inconveniente que en ocasiones, hay respuestas “negativas” a estímulos “inofensivos”, y esto se debe a las programaciones hechas a edades tempranas, en la niñez, en las que carecíamos de juicio y aceptábamos las cosas como nos las presentaban, y ahora, tiñen las experiencias en la vida adulta, ya que vemos el mundo a través del filtro de nuestros condicionamientos.

Estos “modelos” de funcionar (creencias en el merecimiento, en el deber, en cómo soy y cómo debo ser, en cómo me veo, etc.), hacen que interprete la realidad, en función de las experiencias pasadas.

Así surgen las “reglas” para relacionarme con los otros, los apegos, las dependencias emocionales, y la respuesta que espero de los demás, tiene que coincidir con las expectativas que grabé inicialmente, y entonces, creo que el mundo debiera ser de una manera determinada, que la gente se debiera comportar del tal otra manera, y que las situaciones deberían ser como yo quiero, etc.

Despertamos en los otros, la respuesta que se corresponde con las creencias arraigadas en la infancia. Así uno atrae de acuerdo a lo que tiene grabado, para “confirmar” ese sistema de creencias.

Los pensamientos generan un tipo de emociones; cada emoción que experimentamos, produce una química que circula por todo el cuerpo por medio de “neuropéptidos”.

Como lo explica la neurobióloga Candace Pert (quien llamó a estos neuropéptidos “moléculas de emoción”), cada célula se comunica con las demás y todo el cuerpo sabe lo que está pasando.

Candace  Pert, dice que nuestras emociones deciden “a qué vale la pena prestarles atención”.


¿Por qué siempre emprendemos la misma clase de relaciones, o atraemos el mismo tipo de jefes, o discutimos por las mismas cosas, o hacemos las cosas de una misma determinada manera….?


Cuando pensamos o interpretamos algo, el hipotálamo, libera al torrente sanguíneo el péptido que corresponde al estado emocional, cada célula tiene receptores en su superficie que están abiertos a la recepción de estos neuropéptidos, así que todo el organismo, es afectado por el estado emocional.

Cuando los receptores de las células sufren un “bombardeo” constante de péptidos, pierden sensibilidad, y necesitan de más péptidos para estimularlos, esto nos torna adictos a los estados emocionales.

Cuando atravesamos experiencias emocionales repetidas, similares, que dan lugar al mismo tipo de respuesta emocional, nuestro organismo desarrolla la necesidad de este tipo de experiencias (adicción).

Esto explica el por qué nos cuesta tanto cambiar y crear ciertas respuestas emocionales, es por esa inconsciente adicción a los distintos sentimientos, que la persona se ve condenada a repetir comportamientos, haciéndose adicta a la combinación de sustancias químicas que son propias de cada sentimiento que inunda el cerebro con cierta frecuencia.

Estamos neurológicamente condicionados por nuestras experiencias para ver el mundo y estamos preprogramados para relacionarnos con los demás.

Con lo cual, se impone la necesidad de cambiar nuestros modelos internos, reprogramar nuestro cerebro, nuestros patrones emocionales, que nos afectan negativamente en nuestra vida.


Las experiencias emocionales que han sido intensas, en especial durante la niñez, quedan grabadas como creencias inconscientes incuestionables, que se convierten en verdaderos sentimientos y estados de ánimo.

De manera que la mayor parte de las convicciones que nos limitan, actúan de manera inconsciente, sin que nos demos cuenta de ello.

El cerebro sólo percibe una porción de la realidad que somos y en cuanto a percepciones, nos puede engañar totalmente.
De hecho, hay ideas que de entrada las descartamos, porque contradicen lo que nuestros propios sentidos nos muestran.

Pensemos por ejemplo, en que solo dimos realidad a la existencia de microorganismos al poder verlos en el microscopio, hasta ese momento, aunque existían, se mantenían ocultos ante nuestros ojos.

A veces, no nos planteamos superar los temores, los miedos, porque nos creemos en la incapacidad de hacerlo.

Pero el cerebro es maleable, y las creencias se pueden cambiar, y cuando cambiamos la manera de ver las cosas, el cerebro físicamente cambia, las redes neuronales cambian y la química cerebral se modifica, esto ya está probado por las neurociencias.

Se habla de la plasticidad cerebral, podemos “cambiar el cableado”, reordenar las conexiones entre las células o redes neuronales (neuroplasticidad), como también el cerebro puede producir nuevas células cerebrales (neurogénesis) en cualquier edad de la vida; estos son dos descubrimientos revolucionarios de las neurociencias, que puede cambiar la manera de abordar la vida, la salud.


Candace Pert dice:
“En el mundo de la profundidad de nuestra bioquímica, se encuentra nuestro potencial de cambio y crecimiento”.


Este cambio lo podemos hacer con la relajación, visualización, meditación, cambios en el estilo de vida, en la interpretación de los acontecimientos, hacer cosas nuevas y creativas, ejercicio físico, risa, baile, terapia, etc.


Es importante confiar en la sabiduría interna del cuerpo: el inconsciente tiene mucho poder, así que podemos trabajar sobre él para cambiar y sanar; tengamos en cuenta que los automatismos están grabados en él y que la mayoría de las cosas entran por sugestión, por imágenes, reforzando el sistema de creencias.

Para el cambio, es muy importante tener en cuenta que, en lo que pensamos reiteradamente, en donde ponemos la atención, es aquello en lo que nos convertimos, desde el punto de vista neurológico; las neurociencias afirman que podemos moldear, darle forma al marco neurológico, por medio de la atención repetida que le dedicamos a algo.

Es importante cambiar nuestro estado mental, y como consecuencia nuestro cerebro.

Generalmente, solo cambiamos cuando una situación nos resulta muy molesta, cuando vemos nuestros deseos frustrados; otras veces, necesitamos tocar fondo para emprender el cambio.

Cuando cambiamos nuestras creencias, modificamos las redes neuronales, y cuando actuamos durante un tiempo con las nuevas maneras de ver y actuar, se graban por repetición, recuperándonos de las adicciones emocionales, creando una vida más saludable, y un entorno mejor.

Para aprender más:






ACOMPAÑAMIENTO  EN  PROCESOS  TERAPÉUTICOS

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Juana María Martínez Camacho

Terapeuta Transpersonal
Terapeuta Acompañante en Bioneuroemoción
Facilitadora Internacional CMR (Liberación de la Memoria Celular)
      (Cellular Memory Release)
Anatheóresis (Psicoterapia Regresiva Perceptiva)
Formación Internacional en Psiconeuroinmunoendocrinología
      (IPPNIM)
Yoga Terapéutico Integral
Especialista en técnicas de reducción del estrés (Mindfulness- Meditación-
        Coherencia Cardíaca- Relajación Guiada, Visualización, Concentración, Contemplación)
Terapias Naturales Holísticas (Quiromasaje, Reiki, Reflexoterapia, Osteopatía
        Craneosacral y Visceral, entre otras…)

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domingo, 6 de abril de 2025

Relajación- Visualización


Muchos años de investigación al respecto, han descubierto que la visualización desempeña un papel importante en programas de tratamiento para un amplio abanico de enfermedades. 

También se ha constatado, que la visualización mejora la memoria, desarrolla la confianza en uno mismo y aumenta la aptitud profesional y atlética. 
La visualización como herramienta creadora, se puede utilizar también en una mejora en la calidad de las relaciones, así como en el desarrollo de la dimensión espiritual de la persona, manifestada por su solidaridad y visión global de la existencia.

Su acción no es ni mágica, ni sobrenatural, sino simplemente una cuestión neurológica, que desbloquea hábitos inconscientes de la mente, centra los pensamientos claramente sobre lo que se desea lograr y contribuye a crear un entorno más receptivo que ayuda a alcanzar los resultados deseados.


EJERCICIO

1.- RELAJACIÓN

Para trabajar con la mente, hay que relajar el cuerpo de tensiones y desconectar paulatinamente el afuera, para conectar con el adentro. 
Para ello, deberás encontrar un lugar tranquilo en el que sepas que no vas a ser molestado, y tras sentarte cómodamente sin cruzar piernas, ni brazos, comienzas a respirar profundamente desde el ombligo, sintiendo cómo en cada inhalación, se llena tu naturaleza de paz y de vida, y en cada espiración, dejas salir tus tensiones, miedos y ansiedades. 

La respiración se realiza toda ella por la nariz, sintiendo cómo las fosas nasales canalizan la fuerza de vida y regeneración que asciende desde el ombligo a la cabeza, para volver a descender.
Tras realizar varios minutos de respiración consciente, uniforme y continuada, procedes a relajarte en tres pasos:

El paso 3 corresponde a la cabeza, para lo cual pronuncias interiormente el número 3 y la relajas.

El paso 2 corresponde al tronco, actuando de la misma forma.

El paso 1 corresponde a las piernas, que también las relajas tras pronunciar como anteriormente su número, “dando una orden de relajación total” a tu sistema nervioso y muscular.

Tras este ejercicio en el que puedes haber dedicado varios minutos, tu cerebro irá paulatinamente “bajando de nivel mental” y entrando en lo que se denomina desde la óptica del encefalograma “frecuencias –Alfa”, un estado mental de gran lucidez y creatividad.

Para visualizar no es necesario proceder a practicar el ejercicio mencionado, ya que puedes hacerlo en cualquier parte y de cualquier forma; sin embargo, los pasos mencionados resultan óptimos para estabilizar el pensamiento y crear escenas mentales con eficacia.


2.- VISUALIZACIÓN

Ha llegado el momento de visualizar, “rodando” con precisión el film elegido que deseas posteriormente vivir. 
En esta fase puedes (dependiendo de tu entrenamiento) poner no sólo imagen a tu película, sino también sonido y sensación.
Cuantos más elementos (imagen, sonido y sensación) incorpores en tu película, más poderosa será la grabación del guión que estás “ordenando” en el inconsciente.

Quizá te preguntes por qué funciona tan eficazmente esta técnica. 
La respuesta es simple: lo que crees, lo creas. Recuerda que el inconsciente no diferencia entre experiencias internas y externas, y si construyes una película, éste registrará la experiencia visualizadora como vivida, y ello determinará emociones y estados anímicos que te capacitarán a un sinnúmero de pequeños detalles y acciones que orientarán tu vida en la dirección elegida.
Como bien sabes:
En los pequeños detalles radica el logro.


3.- LIBERACIÓN

Una vez que hayas filmado el desenlace elegido, ha llegado el momento de liberar la mente de este pensamiento y proceder a “soltarlo”, por ejemplo, en forma de burbuja que subirá flotando al Universo. 

Parecerá que tras proceder al rodaje envías la película de celuloide a los laboratorios, para que realicen lo que sea menester. Tu trabajo consciente ya está hecho.

Es evidente que si este guión elegido se repite en la acción de visualizar, habrá más probabilidades de que se materialice lo que imaginas, que si tan sólo se realiza en una sola ocasión. Es por ello, que merece la pena cultivar nuestros objetivos imaginándolos, de la misma manera que cultivaríamos una huerta o educaríamos un hijo, regando y dedicando atención al mismo.
Si en este proceso brotan emociones, déjalas que fluyan y acompañen el proceso, ya que consolidarán aún más la experiencia.

Aprovecha situaciones de soledad y silencio para hacer ejercicios de visualización, enfoca tu atención creativa en las diversas áreas, profesional, familiar, afectiva…, siguiendo las recomendaciones anteriores.



sábado, 22 de marzo de 2025

El dolor crónico y el cerebro

 

Nuestro cerebro está diseñado para alertarnos del peligro.

Cuando se activan las vías del dolor en el cerebro, sentimos dolor, cuando tenemos un susto repentino, sentimos miedo. En ambas situaciones, nuestro cerebro trata de alertarnos del peligro físico o emocional, para protegernos de las amenazas a nuestra salud y bienestar.

Nos está diciendo que busquemos ayuda, que prestemos atención o que nos despertemos.

En el caso del dolor, ansiedad o la depresión, el cerebro nos hace saber que estamos amenazados por algún tipo de peligro, activando vías neuronales muy poderosas.

El cerebro, en particular la amígdala, es la puede estar interpretando el acto (aunque se trate de una compra de una casa, por ejemplo,  que produce ansiedad) como si estuviera escapando de un edificio en llamas.


Nuestro trabajo, es aprender a reconocer estos síntomas, como señales primitivas de advertencias.

Cuando oímos la alarma de incendio, estamos agradecidos de que nos haya alertado del peligro, sin embargo, si se trata de una falsa alarma  y no hay fuego a la vista, simplemente apagamos el dispositivo y lo reiniciamos.

Es importante comprender que no hay un peligro físico real, agradecer al cerebro por alertarnos, investigar nuestras vidas para encontrar la fuente del mensaje que nuestro cerebro está enviando y apagar la alarma.

 

CÓMO EL CEREBRO DETIENE EL DOLOR

Afortunadamente, el córtex dorsolateral prefrontal y otras áreas que están en la parte consciente del cerebro (en el lóbulo frontal), pueden revertir el círculo vicioso del dolor, controlando las rutas del subconsciente que lo producen.

El córtex dorsolateral prefrontal, es tan poderoso que puede eliminar las experiencias dolorosas.

Se ha demostrado que las personas que  se cortan habitualmente con hojas de afeitar,  tienen mucha más tolerancia al dolor físico.

Cuando se escanean sus cerebros, la zona correspondiente a su córtex dorsolateral prefrontal es muy activa, lo que demuestra el poder que esta área cerebral, puede tener sobre el dolor (Schmahl et al., 2006).

Cuando se activa el córtex dorsolateral prefrontal, el córtex cingulado anterior (la zona que exacerba el dolor), se desactiva automáticamente, con lo que se reduce aún más el dolor.

De Charms y sus colegas (2005), han demostrado que las personas pueden aprender a disminuir la actividad del córtex cingulado anterior y aumentar la del córtex dorsolateral prefrontal, con lo cual reducirán el dolor, así como los síntomas psicológicos (ansiedad, depresión…).

Disminuir la actividad del córtex cingulado anterior y del sistema nervioso autónomo, mediante el aumento de la actividad del córtex dorsolateral prefrontal;

extinguir los desencadenantes que perpetúan el dolor

y  disminuir las respuestas emocionales de la amígdala; todo ello, interrumpe el círculo vicioso del dolor, como otros síntomas que se corresponden a estos trastornos cuerpo/mente.

 

Los procesos que llevan a cabo unos hiperactivos sistema nervioso autónomo y córtex cingulado anterior, producen unos espasmos y tensión muscular excesiva (desencadenados por una gran variedad de actividades, sustancias químicas y situaciones) y son la causa de la mayoría de dolores de cuello, dolores de espalda, cefaleas tensionales, migrañas, espasmos y molestias intestinales, espasmos de vejiga, dolores corporales extensivos (fibromialgia), y muchas otras condiciones crónicas.

Cuando se tienen algunos de estos síntomas y las pruebas convencionales no identifican ninguna patología médica, estas son buenas noticias, pues no se trata de  una enfermedad o patología, sino un síndrome cuerpo/mente y esto, tiene fácil solución:

 Es averiguar qué procesos físicos y psicológicos, han contribuido a crear y perpetuar los síntomas y luego, trabajar en la reprogramación del cerebro, con el fin de extinguir el círculo vicioso neurológico en el que te encuentras atrapado.

Reconfigurar tu cerebro y desaprender tu dolor.

 

Los síntomas que ocurren cuando estamos sometidos a un estrés significativo, pueden variar enormemente.

Las emociones fuertes, son a menudo demasiado peligrosas o perturbadoras para ser sentidas o expresadas y por lo tanto, estas emociones se mantienen en el subconsciente por medio de la represión; la tensión resultante en la mente, se expresa como dolor y otros síntomas, como una distracción o una advertencia de estas fuertes emociones subconscientes (Sarno, 2006).

Dice el Dr. Sarno:

“Pienso que todo el mundo tiene síntomas psicosomáticos (es decir, derivados de la conexión psicosomática). Muy pocas personas, si es que hay alguna, viven sin experimentar una o más de estas manifestaciones, ya que éstas reflejan la organización evolutiva de la psique humana. Y lo más importante, estas manifestaciones, demuestran que no hay separación entre la mente y el cuerpo; que los dos están inextricablemente interconectados.

Uno no puede estudiar la patología de las enfermedades humanas, sin tomar en cuenta el papel de la psique.

Mi experiencia con los síndromes de dolor más comunes, me ha demostrado la insensatez de descuidar los componentes emocionales de la enfermedad humana.

En algunos casos, las emociones desempeñarán un papel secundario; en otras, el principal. Descuidar esta dimensión, es una omisión tan grande, como ignorar el papel de los microorganismos en una enfermedad.


 No importa cómo reaccionemos conscientemente ante las presiones de la vida, otro mundo de reacciones existe en el inconsciente.


Nuestro cerebro, memoriza constantemente nuestro entorno,  para detectar cualquier situación potencial, que pueda ser estresante o “peligrosa”. Esto ocurre casi a diario, y el mínimo estrés que produce encontrar un aparcamiento, llegar tarde a una reunión, tener una conversación difícil, preocuparte por tu hijo o por ponerte enfermo, se procesa por nuestro cerebro y se evalúa. 

Cuando el cerebro detecta que una de estas situaciones, es suficientemente peligrosa, incluso si obviamente no estamos en peligro real, el cerebro puede enviar un pequeño mensaje de alarma.

Podemos sentir un ligero hormigueo en la mano o en el pie, un ligero malestar estomacal, un repentino zumbido en los oídos, una opresión en el pecho o exhalamos un profundo suspiro.

En el caso de activarse el mecanismo del estrés: lucha/huida/parálisis, por ejemplo, cuando corremos por el peligro de un oso, primero corremos y luego sentimos el miedo. Joseph Ledoux señala, que las vías nerviosas que perciben una situación peligrosa, envían señales a la amígdala en 12 milisegundos, las señales tardan el doble de tiempo en llegar a la parte consciente del cerebro.

Este proceso es como marcación emocional rápida, para poder reaccionar  con rapidez,  antes de que seamos conscientes de ellos.

La amígdala, responde  a los estímulos visuales y de otro tipo que se presentan a nivel subconsciente y que pueden causar dolor y otras reacciones en nuestro cuerpo (knight et al., 2003)

Almacenados para siempre en el cerebro, los recuerdos emocionales, pueden desencadenar respuestas físicas o emocionales.

Los miedos, pueden salir muchos años después, al reaccionar ante un objeto o una situación, sin ser conscientes de las emociones que causan la reacción (Ohmna, 1992: Le Doux, 1996)

Aunque en la vida moderna, es raro encontrarnos con un depredador, el cerebro,  escanea constantemente nuestro entorno, en busca de cualquier signo de peligro.

Cuando tenemos tensiones psicológicas significativas, que nos recuerdan a algo que nos causó miedo, ira/rabia/furia o culpa en una etapa anterior de la vida, nuestra mente, las interpretará como peligrosas.

En estas situaciones, nuestra mente subconsciente, tratará de alertarnos de un problema o de protegernos de algo que perciba como perjudicial.

Nuestros cuerpos reaccionan y a menudo con dolor. Cuando nos enfrentamos a situaciones muy estresantes, especialmente cuando nos sentimos atrapados e incapaces de encontrar una solución, nuestro cuerpo reacciona, como si estuviéramos en grave peligro. El cerebro activa el mecanismo lucha/huida/parálisis,  poniendo en tensión músculos específicos y esta tensión crea un dolor real. Con el tiempo el dolor puede empeorar o generalizarse.

El dolor de espalda, a menudo se da en personas que están experimentando graves dificultades en el trabajo y no pueden dejarlo, o en otras áreas de la vida. El dolor que utiliza la mente, es para protegerlos y sacarlos de la situación angustiosa.

A veces, quieres conscientemente hacer algo, pero tu sistema nervioso se ha sensibilizado, e inconscientemente puedes tener sentimientos de miedo, ira/rabia/furia y culpa, causados por una situación estresante y que hace que se vuelva a repetir el síntoma o se haga crónico, como mecanismo de protección.

La mente subconsciente, puede elegir qué síntomas producir durante los momentos de estrés, por eso las personas que crecen con un padre con frecuentes dolores de cabeza, a menudo desarrollan frecuentes dolores de cabeza.

Alguien que se hace mayor con parientes con dolores abdominales o de espalda, a menudo, puede desarrollar esos síntomas, décadas más tarde.

El contagio social, es un mecanismo por el cual, se pueden desencadenar síntomas específicos.

A veces, la forma en que reaccionan nuestros cuerpos, puede darnos una pista de lo que la mente está tratando de decirnos. El dolor puede ocurrir en un lugar apropiado. Por ejemplo, la dificultad para deglutir, puede estar relacionado a una situación “difícil de tragar”.

Se puede desarrollar dolores de cabeza, antes de las citas o situaciones sociales estresantes o en las que haya personas por quienes tengas fuertes sentimientos. A menudo, no se es consciente de esto: se trata de sentimientos subconscientes. De hecho, es más probable que la emociones causen reacciones en nuestro cuerpo, cuando no somos conscientes de que nos están influyendo (LeDoux, 1996).

Este proceso, ocurre de manera regular, probablemente a diario, en todos nosotros.

 

El aprendizaje previo o primado (facilitación, priming), es también una manera  con la cual la mente subconsciente, elige un síntoma particular.

Alguien que se ha lesionado en cierta zona corporal, es más probable que desarrolle dolor tipo síndrome mente/cuerpo en esa área, porque el patrón neurológico de dolor y la sensibilización de los nervios, ya ha sido establecido y el cerebro lo recuerda. El cerebro no olvida cómo crear ese dolor en particular (hasta que se lo enseñemos, lo desaprendamos).

Al saber la causa que pudiera ser, puede que desaparezca reconociendo que se está estresado por algo, lidiando con el estrés de la mejor manera y transmitiéndole a la mente subconsciente que: “no necesitas el dolor para alertarte de una situación peligrosa o para alejarte de algo que realmente no quieres hacer”.


Para aprender más sobre este tema: