La mente y el cuerpo humanos están diseñados para desarrollar plenamente la amabilidad.
El amor, el cariño y la amabilidad activan el sistema de calma y afiliación del cerebro, lo cual hace que nos sintamos seguros, contentos y alegres. Es un sistema que comienza a imprimirse a una edad temprana, cuando aún estamos en el útero materno, y se activa durante toda la vida siempre que estamos con personas con las que nos sentimos emocionalmente conectados, en sintonía y seguros.
Cuando recibimos y damos muestras de amabilidad a nosotros mismos y a otras personas, la glándula pituitaria libera oxitocina, la neurohormona del apego y la conexión, lo cual propicia sentimientos de confianza, afiliación y conexión y reduce la sensibilidad ante las amenazas en el circuito cerebral del miedo y el estrés. Es por esto, por lo que la amabilidad es fundamental no solo para mantener una buena salud psicológica, sino también para recuperarnos de experiencias difíciles.
El poder sanador de la amabilidad, se refleja en el hecho de que uno de los predictores más seguro del éxito en psicoterapia, es la capacidad del terapeuta de relacionarse con sus pacientes desde la actitud que Carl Rogers llamo “consideración positiva incondicional”, que se caracteriza por una profunda empatía con el otro y su aceptación incondicional.
También nos podemos ofrecer esa amabilidad a nosotros mismos, lo que activa el sistema de calma y afiliación en nuestro cuerpo.
En general, la amabilidad surge al notar las cualidades positivas en nosotros mismos y en los demás y de ver todo el potencial que hay en todos nosotros, pero esta habilidad no es algo fijo, aunque si se puede cultivar.
Las sensaciones no son simples reacciones automáticas, sino que son algo que se pueden evocar de diferentes maneras, por ejemplo a través de imágenes, recuerdos, intenciones y el diálogo interior.
Un estado interno caracterizado por la buena voluntad y la amabilidad, genera en el cuerpo unos cambios palpables que pueden afectar tanto a la sensación inmediata de bienestar, como a la salud a largo plazo.
Cuando estados como la ira, el resentimiento o el miedo se hacen crónicos, también pueden afectar negativamente a la salud aumentando, por ej. el riesgo de enfermedad al debilitar los sistemas cardiovascular e inmune.
Cualquiera sea la emoción con la que estemos trabajando, la mente tiende a enfocarse en el objeto externo, la situación o la persona, como causa aparente de esa emoción.
Pero la verdad es que la causa principal de cómo nos sentimos sobre cualquier cosa, radica en nuestros hábitos mentales y emocionales, el receptor inmediato de la emoción es quien la siente.
Si la verdadera causa de las emociones fueran otras personas, todos sentiríamos lo mismo ante una determinada situación, individuo, pero sabemos que no es así, nuestro mejor amigo puede ser el peor enemigo de otra persona, y alguien a quien consideramos desagradable y ofensivo, puede ser el mejor amigo de otro.
O sea, somos los responsables y los receptores de las emociones y las actitudes que desarrollamos, y al ofrecer amabilidad hacia los demás, somos los principales destinatarios de esa amabilidad, como dice el Dalai Lama, “somos sabiamente egoístas”.
La amabilidad tiene un enemigo lejano que es el odio, y un enemigo cercano que es el apego autocentrado (disfrazado de amabilidad).
Hay un apego que es beneficioso como el vínculo entre padres e hijos, pero cuando se trata de otras personas, la amabilidad, que a veces llamamos amor incondicional, puede ser el disfraz de un amor centrado en uno mismo, y que queremos algo a cambio, o esperamos una determinada actuación a cambio del amor que ofrecemos, a veces es inconsciente, es un si condicional “te querré si…”, “te aceptare si…”
Otra manera de distinguir entre el amor y el apego es cuanto nos enfocamos en nosotros mismos más que en la otra persona. A veces, aunque las palabras o los actos parecen destinados al bienestar del otro, en realidad el foco está puesto en uno mismo: en las necesidades y los deseos de la persona que expresa el amor. (“te quiero; por lo tanto, necesito que hagas…”).
También participamos de este tipo de interacción con nosotros mismos igual que lo hacemos con otras personas, de manera que condicionamos nuestra propia autoaceptacion a cumplir con ciertas expectativas de quienes deberíamos ser y como deberíamos actuar o qué aspecto deberíamos tener...
Con conciencia, podemos comenzar a desenmarañar toda esta complejidad, analizar nuestras motivaciones y escoger la más sana de todas ellas como guía de nuestros actos. Así, podemos soltar el apego al resultado.
Si el sufrimiento es la brecha entre nuestras expectativas y la realidad, ser conscientes de esas expectativas para luego soltarlas, es un ejercicio valioso para aliviar nuestro sufrimiento y el de los demás.
La verdadera amabilidad (contrario al apego autocentrado), implica la aceptación incondicional de los demás tal y como son, sin ninguna imposición de nuestras propias ideas sobre cómo o quienes deberían ser. Y esto no es tan fácil a veces y requiere entrenamiento o cultivo, en vez de abordarlo en términos de moral. (“debes” ser bueno, amable, etc.).
Para cultivar la amabilidad, se puede llevar un diario de la gratitud, anotando cada noche cosas por las que se está agradecido. Es enfocarse en lo que funciona, lo bueno que hay en nosotros mismos y en los demás y todo lo bello que haya a nuestro alrededor y en las personas de nuestro entorno, esto nos ayuda a absorber lo bueno y saborear los regalos que ya están presentes, ayuda a adoptar una actitud mental de abundancia y apreciación y disminuye la tendencia de la mente a centrarse en lo que falta.
En psicología la gratitud está asociada al aumento de la felicidad, la satisfacción vital, el bienestar y la disminución del estrés y de los síntomas de ansiedad y depresión (Emons Y McCullough, Hanson y Mendius)), además de aumentar el bienestar relacional, la empatía y la conducta altruista (Bartlett y DeSteno).
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