domingo, 2 de noviembre de 2025

Pensamientos, emociones y el dolor


Los pensamientos y el dolor.

Muchas investigaciones, han demostrado cómo el cerebro controla realmente el dolor.

Todo dolor tiene componentes sensoriales, cognitivos y afectivos (Wager et al., 2004).

El componente sensorial incluye descripciones de cómo se siente el dolor: presión, ardor, punzadas, entumecimiento...

El componente cognitivo es lo que se piensa sobre el dolor: cuál es la causa, si se cree que es temporal o permanente, controlable o superable o incurable…

El componente afectivo consiste en los sentimientos y emociones sobre el dolor: el miedo, la preocupación, la ira, el rencor, la tristeza, la culpa, la vergüenza...



Hay distintas zonas del sistema nervioso que procesan estos tres componentes del dolor (Melzack y Casey, 1968; Ploner et alm 1999; Vogt y Sikes, 2000; Ochsner et al, 2008).

Para eliminar el dolor crónico, es necesario abordar todos los tres componentes.

La forma en que las personas piensan sobre su dolor y los sentimientos que están relacionados con él, tienen un gran impacto en la gravedad del dolor.

El Dr. Lieberman y sus colegas (2004), realizaron un estudio en el cual las personas con síndrome de intestino irritable, fueron tratadas con una píldora de placebo. En los que respondieron con menos síntomas (menos dolor, menos diarrea o menos estreñimiento), encontraron que el córtex cingulado anterior, estaba inactivo, mientras que el córtex dorsolateral prefrontal, estaba activado.

Aquellos cuyos síntomas no disminuyeron, tuvieron la respuesta cerebral opuesta: un córtex cingulado anterior activado y un córtex dorsolateral prefrontal inactivo.

O sea que, lo que pensamos sobre nuestra dolencia, los componentes cognitivos de nuestro dolor, afecta la forma en que nuestro cerebro controla el dolor.



En un estudio publicado en el Journal of the American Medical Association (Waber et al, 2008), un grupo de investigadores, evaluó las respuestas de dolor de unos voluntarios con un brazalete que daba niveles graduales de descargas eléctricas. A todos los participantes se les dio primero una píldora que, según se les dijo, era un nuevo medicamento similar a la codeína, pero de acción más rápida.

A la mitad de los sujetos, se les dijo que costaba alrededor de 2,50 dólares por píldora, mientras que a los demás, se les dijo que cada píldora costaba 10 centavos. Aunque todas las píldoras eran placebos, los que recibieron las píldoras más caras, sintieron mucho menos dolor por las descargas del brazalete, que los que recibieron las píldoras supuestamente más baratas.



En un estudio de investigación de personas con dolor crónico en las manos debido a un trastorno síndrome de dolor regional complejo (o distrofia simpática refleja) se le mostraron a los sujetos, imágenes de manos en diferentes posiciones. Se les pidió que se imaginaran a ellos mismos en esas posiciones. Los resultados demostraron que habían aumentado el dolor y la hinchazón de las manos, simplemente por imaginar que las movían (Moseley et al., 2008).

Estos estudios, demuestran que según qué pensamos sobre el dolor, puede tener un gran impacto en la forma en que realmente sentimos el dolor. Muchos estudios también muestran cómo las emociones, afectan la forma en que experimentamos el dolor.



Las emociones y el dolor

Varios estudios demuestran la relación entre las emociones y el dolor.

Más de un tercio de las personas con fibromialgia o con síndrome del intestino irritable, tienen altas tasas de trastorno de estrés postraumático (Amir et al, 1997, Sherman et al, 2000).

Un estudio sobre un grupo de veteranos militares con trastorno de estrés postraumático, demostró que el 80 % de ellos tenía dolor crónico (Beckham, 1997).

En un estudio con personas con trastorno obsesivo compulsivo, las situaciones desencadenantes de sus síntomas, se asociaron con un córtex cingulado anterior activado en el cerebro (Fitzgerald et al, 2005).

John Burns (2006), estudió los umbrales de dolor en las personas con dolor lumbar crónico. Descubrió que cuando recordaban un momento que les había hecho enojar, habían aumentado la activación de los músculos de la espalda baja y experimentaban más dolor, pero no mostraban aumentos en la frecuencia cardiaca o de la presión sanguínea y no tenían activación en grupos musculares relacionados con las zonas de dolor, lo que demuestra que sus cuerpos reaccionaban a la ira/rabia/furia, en una zona muy específica.

En otro estudio, se puso a los voluntarios en una situación que creaba ansiedad o ira y luego, se les instruyó para que expresaran sus sentimientos desinhibidamente, trataran luego de inhibirlos o trataran de no mostrar ningún sentimiento. Luego colocaron las manos de los afectados en agua helada: los que recibieron instrucciones de no sentir, ni mostrar ansiedad o ira, tuvieron menos tolerancia al dolor (Quartana y Burns, 2007).

Por último, a los pacientes con dolor de espalda baja, se les instruyó que suprimieran la ira/rabia/furia, a otros que no la suprimieran, durante un estresante experimento de laboratorio. Los que recibieron instrucciones de suprimir sus emociones, informaron de más dolor, tanto durante, como después del experimento (Burns et al, 2008).


En conjunto, estos estudios muestran que tanto la ansiedad, como la ira/rabia/furia, pueden causar un umbral de dolor más bajo y pueden aumentar la tensión muscular.

La supresión de las emociones, lleva a niveles de dolor aún más altos.

Los estudios de imágenes cerebrales, también han revelado la fuerte relación entre las emociones y el dolor. Por ejemplo, Eisenberger y sus colegas (2003 y 2006) han demostrado que cuando se pone a personas en una situación experimental, en la cual son excluidas o rechazadas por otros, el córtex cingulado anterior se activa y la sensibilidad al dolor aumenta.

El córtex cingulado anterior, también se activa por el miedo y la preocupación, al igual que la amígdala y todo el SNA (Fitzgerald et al, 2005; Das et al, 2005)

Ethan Kross y sus colegas realizaron exploraciones cerebrales separadas en adultos jóvenes a quienes se les indujo un leve dolor físico y también les mostraron una imagen de una ex amante que había roto con ellos en los últimos seis meses (Kross et al, 2011). No es sorprendente que las mismas zonas del cerebro, se activaran por una lesión física y una herida emocional.

Tanto el dolor físico, como el dolor emocional, son manejados de la misma manera en el cerebro y ambos puedan ser causa de un dolor real.

Cuando se desarrolla el dolor, si no estamos seguros de por qué ha aparecido y nuestros médicos se muestran incapaces de explicarlo o de hacerlo desaparecer, la mayoría de la gente comienza a preocuparse por tal dolor y a temer que se convierta en un problema constante.

Estas emociones, consiguen entonces que las vías del dolor en el cerebro, se vean reforzadas, lo cual por supuesto, tiende a exacerbar el dolor (Bailey et al, 2009)


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