lunes, 25 de noviembre de 2024

El Cerebro y la Compasión

 

Aproximadamente 2300 años atrás el filósofo chino Mencius contaba que la mente de todo ser humano no resiste ver el sufrimiento ajeno.

Este concepto milenario cobra extrema vigencia en la actualidad luego de que la neurociencia comprobara que nuestro cerebro está orientado de “fábrica” hacia la bondad.

En otras palabras, no sentimos compasión solo porque tengamos buena voluntad (aunque esto ayuda mucho), sino porque nuestro cerebro aprendió a ver la bondad como una estrategia de supervivencia.

La compasión es un sentimiento humano que se manifiesta a partir de comprender el sufrimiento de otro. Es mucho más intensa que la empatía por ser la percepción y comprensión del sufrimiento del otro, sumada al deseo de aliviar, reducir o eliminar por completo el padecimiento.

Las neurociencias han demostrado que el estado de compasión puede influir sobre los sistemas neurofisiológicos e inmunes. Se empezó a entender el mecanismo de la compasión gracias a Giacomo Rizzolatti, descubridor de las neuronas espejo. Estas células nerviosas se disparan en el cerebro tanto cuando hacemos o sentimos ciertas cosas como cuando vemos que otro las realiza o las sufre. Las neuronas espejo de la ínsula se estimulan y generan en nosotros una sensación penosa cuando observamos a otro sufriendo.

Además se comprobó que quien experimenta compasión, aquieta la actividad de la corteza prefrontal derecha (asociada con estados de ánimo más negativos), y se activan zonas de la corteza prefrontal izquierda, y las redes neurales vinculadas con la empatía, el amor maternal y una mayor conexión entre pensamientos y sentimientos.

Un grupo de científicos liderados por Richard Davidson, profesor de psiquiatría y psicología en la Universidad de Wisconsin-Madison, Estados Unidos, realizaron un experimento para conocer cómo funciona el cerebro en la compasión.

Para eso estudiaron individuos expertos en meditación y algunos novatos con resonancias magnéticas funcionales (IRMf) mientras pasaban grabaciones con distintos sonidos (por ejemplo, una mujer pidiendo ayuda, un bebé riendo, etc.).

De esta manera mostraron cómo cultivar la amabilidad y la compasión a través de la meditación estimula regiones del cerebro que pueden hacer a una persona más empática hacia otros y confirmaron que las áreas de la ínsula y el sistema límbico son primordiales en la representación de las emociones.

Del mismo modo, la zona temporal parietal del hemisferio derecho está involucrada en procesar la empatía y en percibir los estados emocionales ajenos.

Los investigadores indicaron que es posible sacar partido de la plasticidad del cerebro y entrenarlo para lograr que estas cualidades sean útiles para prevenir la depresión.

Actualmente el interés reside en enseñar técnicas de meditación a niños y adolescentes porque se considera que es una buena aproximación para evitar la agresividad y la violencia.

Muchas tradiciones y culturas utilizan la compasión y la amabilidad para aliviar el sufrimiento del prójimo a través de métodos que incluyen entrenar la concentración, practicar la generosidad y utilizar estrategias cognitivas para visualizar el dolor ajeno, en un proceso que requiere años de práctica (no menos de 10.000 horas). Para esto, lo fundamental es concentrarse en desear el bien ajeno más cercano y, luego, aprender a extender los sentimientos a todos, sin pensar en nadie en concreto.

Lo cierto es que aquellas personas acostumbradas a meditar mostraron mayor facilidad para entender el sufrimiento del otro. Esta actividad, tal vez, sea capaz de cambiar la vida entera de una persona, porque el cerebro adulto puede ser adiestrado para la compasión, como un “músculo” puede fortalecerse.

Si bien hasta ahora se sabía muy poco sobre el potencial humano para cultivar la compasión, un estudio realizado por investigadores del Centro para la Investigación de Mentes Saludables en el Centro Waisman de la Universidad de Wisconsin-Madison, Estados Unidos, ha demostrado que los adultos pueden prepararse para ser más compasivos.

La investigación, publicada por la revista Psychological Science, analizó si dicho ejercicio podía provocar una conducta más altruista y cambios en los sistemas neuronales subyacentes a la compasión; los resultados obtenidos sugieren que la compasión, al igual que cualquier habilidad física o académica, no es algo estable, sino que se puede mejorar con entrenamiento y práctica.

Además, los mismos científicos señalaron la importancia de formar en compasión y bondad a los niños en las escuelas, a fin de ayudarlos a estar en sintonía con sus propias emociones y las de los demás. También sostuvieron que este entrenamiento podría servir para tratar problemas sociales como la ansiedad social o el comportamiento antisocial, porque cuando una persona avanza en un proceso de transformación emocional surge la necesidad de trabajar sobre la culpa, el perdón inteligente y la búsqueda de la mejor dirección para sus sentimientos compasivos. De hecho, algunas investigaciones recientes en el ámbito de las neurociencias están reportando que la compasión, entendida como la capacidad de acompañar el sufrimiento propio y ajeno, es primordial para producir cambios en la salud y la calidad de vida.

A la prueba de resonancia magnética funcional que se les efectuara a los monjes mientras practicaban la meditación de la compasión, que demostró la activación de redes neuronales asociadas con la felicidad y el bienestar, se le sumó el estudio liderado por Antoine Lutz sobre la activación de circuitos más profundos como los de la ínsula y la amígdala en meditadores de experiencia, y el de Nicholas Van Dam, quien confirmó que el grado de compasión que se siente por uno mismo es más efectivo que cualquier otro sentimiento y útil para mejorar los síntomas de ansiedad y depresión.

Aún no se sabe bien el porqué de todo ello. Solo se intuye que las personas con sufrimiento crónico necesitan dejar de autoexigirse o de lamentarse por lo que les toca transitar, y así perder el “egocentrismo de la enfermedad” para poner sus energías en progresar en aquello que la enfermedad no anula: las capacidades creativas, la vocación de desarrollo y las ansias de madurar.

En alguna medida, “amigarse con los síntomas" ―que no es lo mismo que resignarse― permite encontrar un pequeño espacio para respirar aire nuevo y reconocer que "no son la enfermedad" sino que "la tienen consigo" y, al dejar, poco a poco, de lamerse las heridas “vuelven al ruedo de la vida”, solo por conectarse con este sentimiento de compasión y sus efectos poderosos sobre sí mismo.

La compasión tiene muchas caras; algunas son feroces; otras, coléricas; algunas, tiernas; otras, sabias; por eso, antes de concluir, cito palabras de Séneca: "Preguntémonos, cuando nos cueste trabajo dejarnos conmover, cuán poco felices seríamos si los demás fueran inexorables hacia nosotros.”.

Felizmente, la esperanza de seguir tendiendo puentes entre la espiritualidad y la ciencia continúa vigente.



Bibliografía:
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Lutz A, Brefczynski-Lewis J, Johnstone T, Davidson RJ. Regulation of the neural circuitry of emotion by compassion meditation: effects of meditative expertise. PLoS One. 2008 Mar 26;3(3):e1897. doi: 10.1371/journal.pone.0001897. http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/pmid/18365029/
HT Weng, AS Fox, AJ Shackman, DE Stodola, JZK Caldwell, MC Olson, GM Rogers, RJ Davidson. Compassion training alters altruism and neural responses to suffering. Psychol Sci. 2013 Jul 1; 24(7): 1171–1180. http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC3713090/
Van Dam NT, Sheppard SC, Forsyth JP, Earleywine M. Self-compassion is a better predictor than mindfulness of symptom severity and quality of life in mixed anxiety and depression. J Anxiety Disord. 2011 Jan;25(1):123-30. doi: 10.1016/j.janxdis.2010.08.011. Epub 2010 Aug 19. https://www.researchgate.net/publication/46219490
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