domingo, 23 de octubre de 2022

Transformación consciente y salud


De oruga a mariposa:

Cuando la oruga ha comido lo suficiente, busca un lugar seguro, teje un capullo y se encierra en él. Luego muda su piel externa y segrega una cubierta más fuerte y gruesa, permanece en este estado de crisálida sin comer, sin excretar, sin moverse, y en ese capullo ocurre un proceso de transformación por el cual muere la mayor parte del cuerpo viejo de la oruga. 

Se liberan unas enzimas que digieren el tejido de la oruga, o sea que se digiere a sí misma, pero no todo el tejido es destruido, quedan algunos grupos de células que hasta ese momento estaban “dormidas” y que ahora comienzan a crecer de nuevo supervisando la construcción del nuevo cuerpo con los jugos digestivos del viejo cuerpo de la larva. 

Unas células serán el ala, otras formarán las patas, antenas, y demás órganos de la mariposa adulta. Emergerá una criatura nueva, que ya no tendrá que arrastrarse para comer, ahora la mariposa con sus hermosas alas puede experimentar la vida de una manera que la oruga “nunca hubiera podido imaginar”, y todo gracias a la muerte de la criatura anterior.

Esto podemos compararlo a la vida misma, refleja hasta qué punto la vida es un proceso de transformación en el que todos los acontecimientos fluyen de forma permanente y de cómo cada cosa que nos sucede tiene un significado, un porqué, aunque no logremos verlo.

Esto lo confirma nuestro propio cuerpo, en el que cada cierto tiempo se regeneran sus células hasta el punto de que cada siete años todo el organismo es prácticamente nuevo. Vemos como cambian con los años nuestro carácter, nuestras formas de pensar o nuestras actitudes.
Pero hay un aspecto que nos cuesta mucho más modificar: las creencias. Y es que por lo general, las creencias están tan profundamente arraigadas en nosotros, que cuando alguien las pone en entredicho, se produce casi siempre una fuerte resistencia. Esta resistencia es una de las mayores dificultades del ser humano para crecer interiormente.
Y es que no somos conscientes de la tremenda programación a la que hemos sido sometidos desde que nacimos, primero por nuestros padres y familiares cercanos, luego por los maestros en la escuela, el ambiente y la sociedad en la que hemos vivido. De tal manera que las respuestas que damos ahora, como seres adultos, están condicionadas por todo esa carga de creencias impuestas.

Estas creencias están tan arraigadas, que condicionan nuestra visión de las cosas, nuestros gustos, nuestras percepciones emocionales y psicológicas, y, en suma, nuestra personalidad. Sin embargo, es sólo confrontando nuestras creencias con otras, replanteándonos lo que siempre hemos creído, como podemos avanzar, como podemos percibir otras realidades, como podemos evolucionar y crecer como personas. Única forma de poder realizar una transformación consciente. Esta transformación supone poder elegir en todos los ámbitos, por nosotros mismos, saliéndonos del condicionamiento, de las creencias.
Y ahí encontramos la mayor dificultad, porque "creer" es asumir como ciertas las informaciones recibidas por distintas vías sobre un tema para, inmediatamente, convertirse en verdades, sin cuestionarlas.

Con lo cual, las creencias, en general, están exentas de lógica y suelen asentarse en el inconsciente colectivo hasta que son sustituidas por otras con mayor carga racional. De manera que conforman una especie de programas o esquemas mentales a través de las cuales discurren nuestros pensamientos y vemos la realidad. Por eso cuando cambiamos el esquema mental, es decir, cuando modificamos "los programas", cambia inmediatamente la realidad de la persona. 
Algo de mucha importancia en el ámbito de la salud. Porque hoy se sabe que si en vez de creer que sufrimos procesos degenerativos, creemos que nuestro cuerpo se renueva a cada instante, que hay una inteligencia innata que se ocupa de mantener la vida, que nuestras células llevan impresa la orden de supervivencia, estaremos dando a nuestro cuerpo un mensaje de equilibrio y salud. Y, sobre todo, no habrá en nuestro interior miedo, la emoción más nociva de todas porque influye en esa orden de supervivencia inscrita a nivel genético.

De ahí que ser conscientes de nuestros procesos físicos, emocionales y mentales redunde de inmediato en una mejoría de la salud. Así lo demostraron, entre otros, los experimentos de laboratorio realizados por el Dr. Deepak Chopra en la Facultad de Medicina de la Universidad de Boston y en la Asociación de Medicina Ayurvédica de Lancaster, Massachusetts, según los cuales todas las funciones supuestamente involuntarias -regidas por el inconsciente- del cuerpo, como el latido del corazón, la respiración, la digestión, la temperatura corporal, las secreciones hormonales, etc., pueden ser también reguladas conscientemente mediante la biorrealimentación, un proceso de toma de consciencia muy sencillo basado en técnicas de meditación.

Algo comprensible si tenemos en cuenta que si la energía mental coordina el orden electromagnético de la energía vital y ésta a su vez mantiene el orden a nivel celular, cuanta más coherencia haya en la emisión de pensamientos mayor será el aporte energético que recibirá nuestro cuerpo físico, lo cual beneficiará mucho nuestra salud.
Por el contrario, la inconsciencia puede provocar un caos o desorden energético que a la larga terminará produciendo deterioros corporales. En cambio, una vida de participación consciente los previene. Es decir, si prestamos atención a los procesos corporales en lugar de dejar que funcionen de forma automática se producirá en ellos una mejora sustancial.

Mediante ejercicios de respiración consciente comienzan a los pocos minutos a sincronizarse las ondas cerebrales, se aquieta el ritmo cardiaco y se equilibra la presión arterial.

Por otra parte, sabemos que nuestros sistemas más importantes son el endocrino, el inmunológico y el nervioso ya que son los principales controladores de nuestro cuerpo. Pues bien, las células inmunitarias y las glándulas endocrinas tienen los mismos receptores de señales cerebrales que las neuronas; es decir, son como una prolongación de nuestro cerebro que circula por todo el cuerpo. 
Lo que ha llevado a los científicos a plantearse que la consciencia ha de existir en realidad en todas las células de nuestro organismo. De hecho, está comprobado que los estados de aflicción mental se convierten en procesos bioquímicos que crean enfermedades pero también es verdad que un estado de felicidad, alegría, ilusión u optimismo es capaz de producir automáticamente las sustancias necesarias naturales para contrarrestar la enfermedad.

A fin de cuentas, la entropía -es decir, la tendencia que tienen los sistemas complejos a desorganizarse- sólo tiene lugar -en lo que al ser humano se refiere al menos- en el mundo físico. No ocurre así en el plano mental -no hablamos del cerebro, que es un órgano físico- ya que está en un nivel vibratorio superior y no sigue esa tendencia. De ahí que pueda volver a poner en orden el caos electromagnético que produce toda enfermedad.


Ampliando nuestra conciencia

Es preciso entender que el aprendizaje del ser humano no se completa en una determinada etapa sino que es algo consustancial y no termina nunca. En consecuencia, sólo estamos limitados por nuestro grado de consciencia, lo que implica que en la medida en que ampliemos ésta se ampliarán también nuestros propios límites.

Y es que es el desconocimiento de nosotros mismos lo que nos hace víctimas de la enfermedad, del envejecimiento y de la muerte. Por eso es tan importante revisar de manera constante todas las creencias que hemos ido acumulando a lo largo de la vida ya que a lo mejor descubrimos que pueden ser sustituidas por otras más acordes con nosotros, con la vida y con la realidad. Algo a lo que podemos acceder hoy merced a los nuevos descubrimientos de la ciencia en todos los ámbitos.

Sabemos que nuestra mente es un arma de doble filo y que tanto puede destruirnos como curarnos. Sólo depende de cómo adiestremos o condicionemos nuestros pensamientos para crear patrones mentales destructivos o constructivos. Además, de la actitud con la que afrontemos nuestros problemas de salud dependerá que ello redunde en un beneficio para nuestro crecimiento como seres en evolución o que la experiencia se limite a formar parte del sufrimiento de la inconsciencia.
Veamos pues la enfermedad como una oportunidad para descubrir aquellos aspectos de nuestra vida que no funcionan. Para ello sólo tenemos que escuchar a nuestro cuerpo cuando nos habla.


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