viernes, 30 de julio de 2021

El silencio de la mente y el estrés


Nosotros también somos cuando no somos conscientes, cuando creemos que no hacemos nada, nuestro cerebro está haciendo muchísimas cosas. El estado de dejar la mente a la deriva, supone para nuestro cerebro un gran consumo de energía; cuanto más tiempo pasemos en ese divagar, peor es nuestra sensación de satisfacción vital, pasamos la mitad del día en un estado mental de ensoñación o piloto automático, la mitad del día no estamos donde estamos, huimos del momento presente y eso nos hace sufrir según corrobora la neurociencia, además, cuanto mayor sea la actividad espontánea del cerebro, también conocida como red por defecto, más posibilidades tenemos de desarrollar la enfermedad de Alzheimer; por eso es crítico buscar el silencio neuronal, la calma mental.

Diversas técnicas como el yoga, el yoga nidra, intentan llevar la atención sostenida también a esos estadios que normalmente tendemos a dar muy poca importancia de forma que se produzca una mayor conciencia y una más rápida transformación personal.

Se ha visto a nivel científico, que las personas que practican meditación de forma regular, sus cerebros tienen lo que conocemos como esa calma neuronal, esto significa que cuando no estamos involucrados por ejemplo en la lectura, en el quehacer de nuestra vida diaria, nuestras neuronas están más o menos silentes, tiene cierta actividad, pero esa actividad es como pudiese ser un mar en calma, así es como se espera que tengamos un cerebro de una persona que está en calma, que tiene un nivel de bienestar adecuado.

Pero una persona que tiene una alta dosis de divagación mental o vagabundeo mental, la actividad de las neuronas sería un mar muy bravo, con mucho oleaje. Este oleaje, esta actividad bioquímica y biofísica de nuestro cerebro está relacionado con una sensación de insatisfacción, con una sensación de infelicidad, hay muchísima literatura científica, artículos que han demostrado que la práctica de la meditación, refuerza la corteza prefrontal, pero los estudios más interesantes son aquellos que demuestran que no hace falta ser un gran meditador ni vivir en un monasterio y dedicar la vida a la meditación, pasar 5 horas al dia sentados meditando; hay estudios que nos demuestran que tan solo a las 8 semanas de empezar a practicar, ya empieza a haber cambios en nuestro cerebro, en concreto en la corteza prefrontal, a las 8 semanas ya nuestra corteza prefrontal empieza a estar entrenada en mantener la atención sobre ello, esta reorganización anatómica y funcional que hemos hecho de la corteza prefrontal, si no seguimos practicando, se va diluyendo.

Nuestro cerebro tiene una gran cantidad de capacidad de aprendizaje, aprende de todo lo que está sucediendo, aprende con el hábito más que con la disciplina, el hábito hace que la neuroplasticidad procure una reorganización en el cerebro que haga que yo pueda mantener la atención, pero si pasadas 8 semanas yo dejo de practicar la meditación, el cerebro vuelve a su estado original, es decir, a una corteza prefrontal que no puede mantener la atención sobre algo en concreto, sino que esta como una veleta divagando entre diferentes estímulos.

Una de las grandes inquietudes que nos ha acompañado históricamente, es conocer la naturaleza de la mente. La neurociencia nos invita ahora a conocernos a nosotros mismos y qué efecto tiene sobre nosotros ciertos estados mentales, por ejemplo, ahora se está demostrando científicamente lo que muchos intuíamos: cuanto más estresados estamos, más infelices somos.

El estrés crónico afecta muy negativamente a la salud generando alteraciones intestinales, úlceras, problemas cardiovasculares, neuroinflamación y deterioro cognitivo.

Hoy por hoy en occidente el 75% de la población considera tener estrés crónico, somos sociedades cansadas, tengamos en cuenta que el cerebro funciona por hábitos, por lo tanto, si generamos un hábito de estrés durante años, el cerebro nos pedirá más estrés, en palabras del prestigioso investigador Hans Selye (fisiólogo y médico), “no es el estrés el que nos mata sino como nos enfrentamos a él”.

Otros estudios que nos invitan a la reflexión es como el estrés afecta al desarrollo de los niños, pues está demostrado que pueden absorber el estrés que sufren los padres, este estrés con el que se acostumbra a vivir un niño en pleno neurodesarrollo, aumenta el tamaño de su amígdala, pudiendo tener consecuencias a largo plazo, como episodios psicóticos, o alteraciones que afecten a su salud y sobre todo a su satisfacción vital.

N. Castellanos


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