El Dr. Bruce Lipton, biólogo celular norteamericano que realiza estudios en la Escuela de Medicina de la Universidad de Stanford, lleva una línea de investigación donde une la ciencia y el espíritu.
Se ha enfocado en los patrones químicos y electromagnéticos a través de los cuales la energía (en forma de pensamientos y creencias) puede afectar nuestra biología, incluyendo el genoma humano.
Sus novedosos descubrimientos, indicaron que la mente controla las funciones del cuerpo, y esto implica que nuestro cuerpo puede ser modificado en la medida en que cambiamos nuestra manera de pensar.
Nuestras creencias interactúan con la afinidad de probabilidades del universo cuántico, y estas afectan las células de nuestro cuerpo, contribuyendo a la expresión de diferentes potenciales genéticos.
Este mecanismo funciona así:
Existen proteínas que están a ambos lados de la membrana celular, las proteínas de la superficie externa de las células, son receptivas a las fuerzas externas, incluso a los cambios bioquímicos del cuerpo (producto de los diferentes tipos de pensamientos y emociones).
Estos receptores externos afectan, a su vez, las proteínas internas de cada célula, alterando su estructura molecular. Los dos tipos de receptores funcionan como un enrejado que se puede contraer y expandir. El grado de expansión determina el tamaño y la forma de las moléculas (llamados proteínas emisoras), que pueden pasar a través de dicho enrejado.
El complejo receptor-emisor por sí mismo actúa como un interruptor molecular, aceptando las señales del ambiente celular que desenvuelven el ADN (ácido desoxirribonucleico), desactivando la funda de las proteínas que lo cubren. A diferencia de lo que se creía, los descubrimientos de Lipton indican que el ADN no es el que controla la biología de las células sino la funda de proteínas que lo recubre, que además es la responsable del encendido o apagado de los genes. Esta funda depende más de las señales del medio ambiente que se dan afuera y adentro de la membrana celular, que de la información genética en sí misma.
La evolución ha suministrado muchos mecanismos de supervivencia. Estos pueden dividirse en dos grandes categorías funcionales:
- Crecimiento (desarrollo) y
- Protección.
Estos dos mecanismos son comportamientos fundamentales necesarios para la supervivencia de cualquier organismo.
Sabemos la importancia del mecanismo de protección, pero es posible que no dimensionemos la importancia del mecanismo de crecimiento, pues a pesar de ser adulto, cada día miles de millones de células de tu cuerpo se deterioran y necesitan ser reemplazadas. Por ejemplo, el revestimiento del estómago se renueva cada setenta y dos horas, a fin de mantener esa continúa renovación celular, tu cuerpo necesita consumir una considerable cantidad de energía todos los días.
Al igual que las células, los seres humanos inhiben inevitablemente su crecimiento cuando cambia a modo de protección.
Si estas huyendo de un puma, no es buena idea desperdiciar la energía para crecer. A fin de sobrevivir, guardas toda la energía para la reacción de huida o lucha. La redistribución de las reservas de energía para incrementar la respuesta de protección, tiene como consecuencia ineludible, una disminución del crecimiento.
Además de distribuir la energía con el objetivo de sustentar los tejidos y lo órganos necesarios para la respuesta de protección, hay una razón adicional para inhibir el crecimiento: los procesos de crecimiento requieren de un intercambio libre de información entre el organismo y el medio, por ej. Se comen alimentos y excretan los productos de deshecho. Sin embargo, la protección requiere del cierre completo del sistema, un muro que aleje al organismo de la supuesta amenaza.
La inhibición del proceso de crecimiento, también resulta debilitante ya que, el crecimiento es un proceso que no solo consume energía, sino que es necesario para producir energía. En consecuencia, una respuesta de protección mantenida, inhibe la producción de energía necesaria para la vida, cuanto más tiempo permanezca el modo de protección, más se reducirá el crecimiento.
Recordemos que cuando el sistema nervioso reconoce una señal de amenaza en el ambiente, alerta a todas las células de nuestro cuerpo del peligro inminente.
Puedes sobrevivir a la tensión que provoca cualquier amenaza, pero la inhibición crónica del crecimiento compromete de forma grave tu vitalidad.
Es importante recalcar que para experimentar a fondo la vitalidad se necesita algo más que eliminar el estrés de la vida.
En una sucesión constante de crecimiento y protección, eliminar el estrés solo te coloca en una posición neutral. Para prosperar además de eliminar los agentes estresantes, debemos buscar de modo activo la alegría, el amor y llenar nuestra vida de estímulos que desencadenen los procesos de crecimiento.
Podemos resumir que el cuerpo consta de dos sistemas de protección diferentes, ambos esenciales para la conservación de la vida.
El primero es el sistema que pone en marcha la protección contra las amenazas externas, en el eje hipotálamo-hipófisis-suprarrenal. Cuando no existen amenazas, el eje permanece casi inactivo y el crecimiento florece. Sin embargo, cuando el hipotálamo cerebral percibe una amenaza en el entorno, activa el eje mediante el envío de una señal a la glándula hipofisaria. La glándula maestra, que es la responsable de conseguir una comunidad de cincuenta billones de células, se prepara para el peligro inminente.
El segundo sistema de protección corporal es el sistema inmunitario, que nos protege de las amenazas continuas que recibe el organismo (infecciones, heridas, quemaduras, et.).
La activación del sistema inmunitario supone un gasto de la reserva de energía del organismo. Para tener una idea, la cantidad de energía que consume este sistema, recordemos cuando el organismo está luchando con estados de infección, gripe o resfrío, lo débiles que nos sentimos.
Lo contrario ocurre cuando el eje activa la respuesta de huida o lucha, las hormonas secretadas por las glándulas suprarrenales suprimen por completo la actuación del sistema inmunitario a fin de conservar las reservas de energía. De hecho, las hormonas del estrés son tan eficaces a la hora de inhibir las funciones del sistema inmunitario que los médicos se las recetan a los pacientes de trasplantes para que su sistema no rechace los tejidos externos.
Este sistema o eje, es un mecanismo excelente para manejar las situaciones de estrés agudo. Pero, este sistema de protección, no está diseñado para permanecer activado de forma continua. En la actualidad, la mayor parte del estrés que experimentamos, no tiene carácter agudo, no son amenazas concretas que podamos identificar con facilidad, no podemos responder a ellas y seguir adelante.
A diario, nos vemos acosados por muchos problemas sin aparente solución en nuestra vida personal, nuestro trabajo, nuestro planeta desgarrado por guerras o catástrofes naturales, y estas preocupaciones, no amenazan nuestra supervivencia inmediata, pero igualmente activan el eje y da como resultado una elevación crónica de las hormonas del estrés. Así como los dos sistemas de defensa no pueden trabajar simultáneamente, al activar uno, dejamos inactivo el otro.
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